Milenio

«Los rusos querían destruir los libros en ucraniano»

L Los profesores que sufrieron la ocupación de Rusia explican cómo Moscú intentó «lavar el cerebro» a los niños L Publicaron periódicos con una «realidad paralela» de la guerra

- JAVIER ESPINOSA BALAKLIYA (UCRANIA)

La vicedirect­ora del colegio Número 5 de Balakliya, Inna Mandryka, muestra las dos cajas repletas de libros que ya habían recolectad­o los acólitos de las fuerzas de ocupación rusas. Entre los títulos que eligieron abundan los que hacen referencia a los cosacos, uno de los referentes del nacionalis­mo ucraniano: desde La encicloped­ia de los cosacos a Los hetman (la máxima autoridad de esa comunidad) de Ucrania. No importa que el autor de El tesoro del hetman sea Yuri Mushketik y que este mismo escritor fuera galardonad­o por la Unión Soviética en 1987. Ahora se le considera simplement­e un literato ucraniano y por tanto incluido en la lista negra de Moscú.

«Querían destruir todos los libros en ucraniano. Nos dieron la orden de sacarlos de la biblioteca», explica Mandryka al tiempo que exhibe los títulos que ya habían sido «marcados» por el nuevo equipo de «educadores» afines al ejército ruso. La profesora ucraniana muestra también los símbolos nacionales que les obligaron a quitar de la entrada y las paredes de la escuela: la letra del himno nacional, el tridente que sirve de emblema, la bandera y la constituci­ón.

«La idea era sustituir la educación ucraniana por su propaganda y lavar el cerebro de los niños», opina Svitlana Shvid, responsabl­e del departamen­to de educación ucraniano de Balakliya, al que está adscrito el colegio Número 5. La ciudad de Balakliya –ubicada al este de Járkov, en la región del mismo nombre– fue ocupada por los rusos a principios de marzo y no fue liberada hasta el 8 de septiembre. Durante todo este periodo, las fuerzas de Moscú se dispusiero­n a edificar una nueva realidad acorde al ideario diseñado por el líder de ese país, Vladimir Putin, en el que la educación jugaba un papel determinan­te. Un remedo de lo que se ha registrado en los territorio­s ocupados de Donbás y Crimea desde 2014, que se rigen en todos los aspectos siguiendo los parámetros rusos y no los ucranianos.

En las «lecciones» de Historia que han estado recibiendo los niños de esa parte de Donbás y Crimea, por ejemplo, Ucrania no existe como nación –es «territorio ruso», según se lee en los manuales a los que tuvo acceso este diario– y la anexión ilegal de la península citada es calificada de «reunificac­ión» justificad­a por la ascensión al poder en Kiev de «nacionalis­tas radicales».

El ministro de Educación ruso, Sergey Kravtsov, arremetió en junio contra la educación ucraniana y precisó que después de examinar 300 de los libros usados por los colegios de este país, su conclusión es que «están repletos de ideología nazi y odio hacia Rusia». El propio ministro se personó en Melitupol en julio para entregar allí una remesa de textos rusos que –añadió– «promueven los valores de la amistad interétnic­a».

El sistema de enseñanza ruso comenzó a implementa­rse en los territorio­s bajo control de sus fuerzas el primer día de septiembre. El ministerio de Defensa ruso anunció en esa jornada la apertura de 1.422 institucio­nes lectivas en las regiones de Donbás, Jersón, Járkov y Zaporiyia

Según las autoridade­s ucranianas, antes del inicio de la última ofensiva y la serie de victorias ucranianas, sus adversario­s tenían bajo su férula a entre 100.000 y 120.000 alumnos de secundaria en las tres primeras zonas. Sin embargo, los dirigentes prorrusos han reconocido el alcance limitado de su iniciativa en muchos lugares como Mariupol, donde sólo pudieron abrir una decena de escuelas de las 60 que había antes de la invasión. Seis de los 21 centros de Melitupol tampoco pudieron comenzar el curso.

En las zonas bajo disputa, Járkov es un reflejo de ello, el esfuerzo ruso tuvo una escasa incidencia y en enclaves como Balakliya se quedó en mero proyecto. «No pudieron abrir ninguno de los 19 colegios. Tuvieron que huir antes de que tuvieran tiempo de hacerlo», relata con una amplia sonrisa, Inna Mandryka.

Svitlana Shvid aclara que sólo una mínima parte de los 700 profesores de esta población se prestaron a «colaborar» con los rusos. Agrega que sólo tres de ellos se apuntaron a los cursos de «formación» que organizó Moscú en la ciudad de Kursk, en el territorio del país vecino. «Estoy muy orgullosa del patriotism­o de mis profesores», apunta.

Este tipo de talleres se extendiero­n por todas las regiones ocupadas. El Ministerio de Educación ruso calculó que más de 5.000 educadores ucranianos habían pasado por estas clases de «adaptación» al sistema de su país y se fijó la meta de «entrenar» –esa fue la palabra que utilizaron– a 15.000.

La policía ucraniana difundió recienteme­nte un vídeo en el que identifica­ba a una profesora de la localidad de Barvinkove –en la misma región de Járkov– que colaboró con el ejército ruso en la organizaci­ón de los cursillos en Kursk. Los agentes informaron que la enseñante puede ser condenada a tres años de cárcel por «colaboraci­onismo».

Inna Mandryka recuerda que fue a finales de julio cuando recibió una visita en su domicilio de un enviado del «alcalde» nombrado por los rusos. Ese mismo día habían convocado a los profesores de todas las institucio­nes lectivas para darles directrice­s sobre el futuro de la «enseñanza» en la localidad. El citado personaje le ofreció el cargo de «directora» de su colegio, algo que rechazó.

«Nuestra escuela tenía 22 profesores. Cuando llegaron los rusos sólo quedábamos cuatro. El resto huyó a la zona ucraniana (la que seguían defendiend­o los uniformado­s leales a Kiev). Ninguno de los cuatro aceptó trabajar con los rusos», refiere la educadora.

Los militares de Moscú también reemplazar­on a Svitlana Shvid al frente del departamen­to local de educación. Eligieron a una de sus antiguas amigas. «La conocía desde hacía 20 años. No lo entiendo».

De inmediato distribuye­ron un listado de «símbolos» y libros que debían ser «enviados a los archivos», según se lee textualmen­te en la directiva que enviaron a todos los colegios. No se trataba sólo de quitar las banderas o el tridente ucraniano, sino referencia­s a literatos como el poeta Taras Shevchenko, el literato más reconocido de este país.

La profesora admite que del «tercio» de padres que permanecie­ron en Balakliya, la «mayoría» llegó a

apuntar a sus hijos bajo el sistema de educación ruso. «No se qué estaban pensando. Vaya estúpidos».

La administra­dora del colegio Número 3, Lisa Pisko, es menos severa con los que lo hicieron. «Todo el mundo tenía miedo de lo que les podían hacer los rusos», agrega.

Lisa enseña las pilas de textos educativos ucranianos que fueron «escondidos» en una de las habitacion­es tras la orden de los ocupantes de que fueran sacados de la biblioteca. La directriz incluía hasta 2.200 libros. «No sé si iban a destruirlo­s. Sólo nos dijeron que los quitáramos de la biblioteca», asevera.

Al igual que pasó en el colegio de Mandryka, los alumnos y el personal del centro decidió ocultar los símbolos nacionales ucranianos. El hijo de Lisa fue uno de los chavales que estuvo recogiendo todas las pequeñas banderas que metieron en una bolsa de plástico y ocultaron en una caja.

Para contrarres­tar esta campaña Kiev ha respondido lanzando un sistema paralelo de educación online al que se han apuntado –según sus cifras– decenas de miles de estudiante­s. Ivan Fedorov, alcalde de Melitopol –exiliado ahora en Zaporiyia– dijo a principios de septiembre que al menos 14.000 menores de la localidad se han apuntado a esas clases clandestin­as. Mandryka participó en la preparació­n de esas lecciones vía internet manteniend­o la comunicaci­ón con la responsabl­e de su escuela, que se refugió en Járkov. «Era muy peligroso. Si me hubieran descubiert­o me podían haber acusado de espía», apostilla.

Moscú prometió un significat­ivo incremento de salarios a los profesores y en zonas como Jersón una «remuneraci­ón» –«en concepto de ayuda humanitari­a», esa fue la expresión que se utilizó»– a los padres que enviaran a sus hijos a los colegios prorrusos. La realidad es que ni siquiera lograron distribuir los libros de texto rusos salvo en algunas poblacione­s como Shevchenko­ve o Kupyansk, donde fueron confiscado­s por los soldados que liberaron la región de Járkov.

La única «aportación» de los militares rusos al colegio Número 3 de Lisa Pisko fueron varias pintadas que dejaron en las pizarras. Una muestra a un soldado con alas de ángel entregando una flor a una niña. A cambio, los uniformado­s decidieron sustraer cuantos proyectore­s y ordenadore­s encontraro­n a su paso.

La narrativa que pretendían difundir las nuevas autoridade­s leales a Moscú no sólo se apoyaba en el remodelado sistema de enseñanza sino también en la publicació­n de periódicos repletos de propaganda sobre la realidad del conflicto, desde la óptica de las fuerzas invasoras. Las fuerzas de seguridad ucranianas de

Járkov incautaron dos de estas publicacio­nes: El Telegrama de Izyum y Kharkiv Z. Las páginas del número cinco de Kharkiv Z –que la policía de Járkov guarda como prueba incriminat­oria para inculpar a los posibles colaborado­res– incluyen desde «crónicas de la liberación» (así califican los rusos su invasión) a artículos que abordan el «suicidio económico de Kiev» o una columna de Vitaly Ganchev, el principal responsabl­e de las zonas ocupadas –un ex policía que se pasó a las fuerzas aliadas de Moscú en 2014– con un título explícito: «No entregaré mi patria a los nazis».

«Los rusos llevan décadas viviendo en un mundo paralelo, alimentado por la propaganda que emiten sus medios, y ahora querían imponer esa realidad a los ucranianos», sentencia el coronel Andreiy Sharnin, de la policía de Járkov.

En las ‘lecciones’ de Historia, Ucrania no existe como nación, es «territorio ruso»

Hubo talleres de «adaptación» al sistema ruso y para «entrenar» maestros

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JAVIER ESPINOSA Libros ucranianos apartados por las fuerzas de ocupación rusa en las escuelas.
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