El PRI en manos de su exterminador
E l Partido Socialista (PS) llegó a gobernar en Francia en varias ocasiones. El tenebroso François Mitterrand, ni más ni menos, fue jefe del Estado francés luego de haber protagonizado una de las más solemnes y estremecedoras ceremonias inaugurales de cualquier mandato (recuerdo todavía cómo portaba teatralmente entre sus manos una rosa, el símbolo de su agrupación política, en la transmisión en directo realizada por la televisión pública de la nación gala). Luego, ya en tiempos de pomposidades más diluidas, François Hollande protagonizó algunos muy picantes episodios, entre ellos haber salido del palacio del Élysée encaramado en el asiento trasero de una motoneta Vespa conducida por alguno de sus guardaespaldas para visitar a la amante de turno
No gobernaron mal, digamos, ni acabaron con su país porque en la República Francesa rige un sistema político muy sólido –una admirable mezcla hecha de presidencialismo y una muy fuerte vida parlamentaria (con todo y primer ministro, para mayores señas)— pero el hecho de que los socialistas hayan llevado las riendas de la cosa pública no significa que Francia sea un país de izquierdas. Más bien al contrario, la aburguesada sociedad de esa gran nación suele inclinarse hacia el centroderecha porque ese sector del espectro político no lo habitan impresentables conservadores cavernícolas sino hombres públicos inteligentes, abiertos y tolerantes.
El tema, miren ustedes, es que el mentado Partido Socialista está prácticamente en vías de desaparición. Anne Hidalgo, su candidata en las pasadas elecciones presidenciales, obtuvo menos del dos por cien de los votos en la primera vuelta, el peor resultado de la historia de la agrupación (aunque alcanzaron 19 puntos porcentuales en las legislativas celebradas en junio).
Advirtiendo como meros espectadores la debacle del PS, allá, no podemos menos que registrar el derrumbe del PRI, aquí. Era, qué caray, la madre de todos los partidos, la representación misma del Estado al encarnar supremamente el oficialismo, el principio y fin de cualquier intento personal de incorporarse a la vida pública, el gran repartidor de prebendas y canonjías, el artífice del paternalismo y la cultura corporativista, el portavoz exclusivo de la doctrina nacionalista-revolucionaria y, hay que decirlo, el responsable directo de haber creado importantísimas instituciones democráticas en México y, también, de haber reformado el sistema político hasta el punto de trasmitirle civilizadamente el poder a la oposición.
Enrique Peña y los suyos, los últimos individuos de la antigua especie reinante, no se dieron cuenta de que tenían que gobernar bien, de que el asunto ya no era como en los viejos tiempos. Ocurrió entonces que no sólo le abrieron las puertas al régimen de la 4T sino que han perdido aceleradamente espacios y territorios. Faltaba el tal Alito en el escenario, sin embargo, para consumar la extinción total. Pues, ahí lo tienen, miren ustedes, al mando y cacareando la reconversión del antiguo coloso en un partidito satélite...
Faltaba el tal Alito en el escenario, sin embargo, para consumar la extinción total