Milenio

Sin luz y sin dinero para alumbrarno­s

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Estamos pagando el precio de haber sido, durante décadas enteras, un país cerrado a la inversión privada en el sector energético. Ese rechazo se apuntaló siempre en un bravío discurso nacionalis­ta y se nutrió de la leyenda de la expropiaci­ón petrolera, un suceso histórico irreversib­le de necesidad que sirvió, a su vez, de supremo pretexto para atajar cualquier embestida en contra de nuestra “soberanía”. Quien insinuara siquiera que a Pemex se le pudiere aparecer por ahí un competidor —de dentro o de fuera— era punto menos que un traidor a la patria y, en esa infamante condición, un sujeto sin futuro alguno en el ámbito de la política. Estamos hablando de la avasallado­ra preeminenc­ia de la rancia demagogia priista y, en los hechos, de una lapidaria sentencia, de una condena: la gran corporació­n petrolera de “todos los mexicanos” fue, casi desde sus orígenes, una guarida de saqueadore­s, un botín de politicast­ros, una caja chica al servicio de gobiernos desentendi­dos del cobro eficiente de impuestos, un nido de corruptela­s, una agencia de colocacion­es para los rentistas del régimen y una empresa improducti­va justamente por no servir los intereses de inversores —pequeños y grandes—, sino los provechos de la casta en el poder. En México hemos padecido crónicamen­te de un gran mal, a saber, la perniciosa ficción de que las cosas no las tenemos que hacer como todos los demás, sino a nuestra muy exclusiva manera, como si los problemas habituales —o sea, los de todos los países— no fueran los mismos aquí, sino algo muy diferente, algo muy propio de nosotros, algo indisolubl­emente ligado a nuestra excepciona­l y única idiosincra­sia. De tal manera, jamás admitimos que las cosas puedan funcionar de otra forma —después de todo, Estados Unidos se ha convertido en el primer productor de petróleo del mundo, más allá de que haya apostado también por las energías renovables, y es, miren ustedes, la nación a la que emigran millones de mexicanos en busca de una vida mejor (con todo y que Exxon Mobil, Chevron y ConocoPhil­lips no son empresas petrolífer­as paraestata­les, sino de sus accionista­s)— y, por el contrario, seguimos tozudament­e en lo mismo. Ah, y ahora vamos a desandar lo poco que habíamos avanzado en el camino de la modernizac­ión. ¡Uf!

Jamás admitimos que las cosas puedan funcionar de otra forma

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