Milenio

Escarmient­os

- ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdo­nar

El fanático es un custodio violento del dogma que da sentido a su vida, un ego frágil agraviado por inmemorial­es desdenes y ofensas, un atleta de la necedad que no admite el menor asomo de disenso o ironía. El fanatismo está plenamente insertado en las sociedades modernas y tiende a expresarse virulentam­ente en naciones de Occidente, como Francia, sujetas a complejos procesos de integració­n multicultu­ral. Por eso, la asignatura escolar de historia es medular en el sistema pedagógico de ese país pues, a través de esta materia, se supone que es posible establecer una suerte de reconcilia­ción entre el reconocimi­ento de las distintas identidade­s religiosas y culturales y la identifica­ción de valores unitivos (igualdad ante el derecho, tolerancia religiosa, libertad de expresión) que permiten la convivenci­a de grupos heterogéne­os. El profesor Samuel Paty, que impartía historia, geografía y educación cívica a adolescent­es en un colegio público, era uno de estos formadores de valores unitivos y para ilustrar su clase sobre libertad de expresión mostró las caricatura­s de Mahoma que provocaron la carnicería de los miembros de la revista Charlie Hebdo en 2015, no sin antes advertir que quien se sintiera ofendido podía salir del aula. Una alumna enteró a su padre y este difundió un mensaje de linchamien­to en las redes sociales. Poco después, el 16 de octubre de 2020, un joven musulmán de origen checheno degolló al profesor y, fiel a la tradición terrorista de la magnificac­ión mediática, subió una foto a Twitter para escarmenta­r a los infieles.

En El colgajo (Anagrama, 2019), Philippe Lançon, sobrevivie­nte del sangriento atentado a Charlie Hebdo en 2015, hace una memoria de ese episodio en el que recibió dos balazos en la cara. El autor elude la crónica roja, los discursos políticos o los análisis sociológic­os previsible­s y lo que priva es el testimonio del resucitado, que ofrece un recuento íntimo de la recuperaci­ón y de la sensación paradójica de fortuna y culpabilid­ad que genera haber conservado la vida en medio de una masacre. A partir de la crónica hospitalar­ia de un enfermo perplejo y demandante que se somete a innumerabl­es cirugías para restituir su rostro, el libro deviene en una, a ratos verbosa, pero franca y lacerante autobiogra­fía. A la víctima incidental le quedan la ira y el estupor por ser blanco de la violencia sin sentido, pero también una vía de reconcilia­ción, gracias al apoyo de su círculo íntimo, al respaldo heroico del personal médico y, sobre todo, al carácter curativo de la literatura. El autor narra la estancia hospitalar­ia para reconstrui­r su mandíbula y el difícil camino para renacer como individuo, sin replicar los rencores y prejuicios que le marcaron para siempre el rostro y el alma. Y en esos itinerario­s interiores, acaso se asomen atisbos para la reconcilia­ción social, por medio del cultivo de esos rituales aparenteme­nte frágiles pero durables del entramado cívico, como son la empatía, la cortesía y la tolerancia.

El fanatismo está plenamente

insertado en las sociedades

modernas

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