Milenio

Y mientras me platica…

- EMILIANO PÉREZ CRUZ*

Asi Doña Boni las evadía, les daba la vuelta. Sabía que eran ellas porque se reunían en una esquina, recibían instruccio­nes del que Boni considerab­a jefe del grupo y se desplegaba­n en el barrio, que las identifica­ba por su vestimenta: calzado negro de tacón bajo; vestido hampón, largo hasta los tobillos; enorme bolso colgado del brazo y sombrero o paraguas desplegado para protegerse del sol, y en sus manos, las publicacio­nes con las que publicitab­an su producto.

Tocaban a la puerta, siempre amables, felicitánd­ola porque se le ve muy ocupada, hermana: eso Jehová lo valora y segurament­e Él le reservara un sitio de privilegio, permítame hablarle de las buenas nuevas, de las acciones que la llevarán al paraíso eterno, allá donde los árboles dan miel y la felicidad flota en el aire que nos da vida...

—Pues ni tantito que me quita la carga de todos los días —contestaba doña Boni—. Bien que me parto el lomo semana tras semana y más que buenas nuevas, necesito buenas manos que me ayuden con el quehacer y no que me vengan a quitar el tiempo.

—Hermana, la verdad que lleva a la Vida Eterna... —Mire, no quiero ser grosera pero mi viejo pasa diario en su camionzote a la hora de la comida, y ay de mí si no está lista. Esa es una verdad que me puede llevar la vida eterna, por la maltratada que me dé el hombre: se ahorra de gastar en fondas con mal sazón y se evita que le provoquen acideces; me da gusto que de paso vea que los chamacos cumplen sus tareas y no se me desvalagan hacia la vagancia. Si así cumplimos en la tierra, tengan por seguro, hermanos, que ya me gane el cielo y diosito hasta me sale debiendo.

—Pero no le hablamos del dios al equivocada­mente se idolatra, sino de...

—Del que sea: de lo que yo cumpla en el reino de este mundo, de ese tamaño será lo que gane de espacio en la vida eterna. Así que déjeme seguir con mis quehaceres o agarre la escoba y el trapeador, y mientras me platica adelantamo­s con este batidillo que a diario me dejan los escuincles: ándele, ahí están la cubeta con agua y el cloro: meta la jerga, la exprime requetebié­n y la pasa con fuerza sobre este piso, que descascara­do y todo debe quedar rechinando de limpio. O qué, ¿piensa que los trastes se lavan solos, que la ropa se desmugra nomás con mirarla? ¿Verdad que no? Ande, si no tiene nada que hacer, no lo venga hacer aquí.

—Hermana, hay que darse tiempo para escuchar la Palabra del Señor. No hay quehacer que se compare con el de enterarse de las Buenas Nuevas. Aquí le dejo estas publicacio­nes, para que reflexione­mos acerca de nuestro paso por este mundo. Obra de Él. Hechura de Él. Somos producto de Él. Tenga buena tarde y dejo en sus manos la mejor de las compañías.

—¿Ya ve cómo es, hermana? Nomás escuchó “quehacer” y a los zapatos le salieron alas. Gustosa oigo lo que quiera decirme, pero: moviendo las manitas y quitando la mugrita.

La hermana cerró su portafolio y dijo para sus adentros, con un suspiro, que el Creador de Todas las Cosas, el Gran Dador de Amor, exterminar­á con su Gran Bondad a la iniquidad y a las malas acciones que le permiten que unos a otros nos causemos daño…

Qué gente, qué soberbia, cuánta iniquidad…

Más que buenas nuevas, necesito buenas manos que me ayuden con el

quehacer

* ESCRITOR. CRONISTA DE NEZA

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