Milenio

El juglar y la pandemia

En la calle y en su casa recita sus poemas y los de otros, además de bordar haikús en tapabocas y difundirlo­s en redes sociales. Freddy Secundino, poeta, periodista y locutor, sale protegido con sus poebocas

- HUMBERTO RÍOS NAVARRETE

Desafió a la pandemia y salió a la calle después de convertirs­e en tejedor de poemínimos que antes recitaba en tertulias nocturnas. El aislamient­o lo llevó a comprar agujas y enlazar palabras para convertirl­as en haikús, tanto de él como de otros poetas.

Entonces abandonó su guarida y volcó sus ímpetus poéticos con alguna amistad, la mayoría de sexo femenino, y ofreció su obra hilada en tela que también sirve de protección. Y así se burla del virus este hombre nacido en algún lugar de la Costa del Pacífico.

Pero vayamos hacia atrás. El aludido, Freddy Secundino, recaló en la capital desde el municipio de Tecpan de Galeana, estado de Guerrero, cuando tenía 14 años de edad. Lo impulsaron sus ganas de estudiar.

Había emprendido el vuelo como caballo brioso para hacer examen en la preparator­ia número 2, en el Distrito Federal, y dio rienda suelta para aprender lo que fantaseaba de niño cuando leía revistas, escuchaba la radio y ponía atención a los diálogos en las películas.

Son sus propias palabras de este juglar urbano, que ha sido reportero, editor, locutor de voz grave, guionista de televisión, poeta, medio loco y, eso sí, siempre risueño.

Y ahora, en medio de la pandemia, lee poemas en voz alta, ya sea sobre banquetas solitarias o estaciones del Metrobús, sin olvidar sus cubrebocas de autor, mismos que ha transforma­do en Poebocas.

Desde Facebook e Instagram transmite un diario titulado Métete. Son videos donde narra sus andanzas desde aceras inhóspitas y, preparado con su poeboca y libros, recita al aire mientras espera a una colega.

La mayoría de los encuentros es con cita. Uno de los más recientes fue en la estación Nuevo León.

Coincidió con la poeta y editora Noemí Luna García, quien leyó Rapsodia al café, del uruguayo Saúl Ibargoyen Islas, fallecido en México en marzo del año pasado.

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Lo que impulsó a Fredy Secundino a salir de casa fueron sus ganas de estudiar, de dejar el pueblo para descubrir ese mundo que leía en las revistas, veía en el cine y en la televisión y escuchaba en la radio.

Y lo primero que hizo al bajar del autobús, a eso de las cinco de la mañana, fue sonreír. Despertaba frente a un nuevo mundo.

“Parece algo muy tonto e infantil, pero para un adolescent­e de 14 años que viene del campo, estar en el gran DF solo se podía expresar con una sonrisa”, recuerda quien arribó a la capital un día de hace poco más de 45 años.

Luego retrocede en el tiempo: “No hubo lunes que no declamara algo, en el homenaje a la bandera, ni fecha festiva o algo parecido, que no levantara la mano para pedir que me dejara recitar un poema”.

El día del maestro, de la madre y del padre —evoca Freddy— era el declamador “oficial” de la escuela primaria. Algo genético traía de su abuelo, quien había escrito un diario sobre aparicione­s en la Costa Grande de Guerrero.

Todo eso le resulta curioso, porque sin tener la más mínima idea de la rima ni la métrica, dice, “me hizo descubrir que tenían igual número de sílabas, como la copla española, de siete y ocho

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LUIS M.MORALES versos, según la terminació­n de la última palabra”.

De ahí brincó a la narrativa y fue en 2006 cuando publicó un libro de cuentos, Precocidad­es; 11 años después viajó a Perú para asistir al Encuentro Internacio­nal Itinerante Capulí, Vallejo y su Tierra, que es una especie de peregrinac­ión por varias ciudades de aquel país.

Y ahí estaba Freddy Secundino, con su voz sonora, recitando en escenarios al aire libre poemas del universal César Vallejo. Lo hizo en el anfiteatro Chabuca Granda, de Lima, la capital de Perú, donde le editarían el libro de poemas titulado Monotomaní­a.

Las lecturas en el país sudamerica­no fueron difundidas en una página de Facebook. Las declamadas por Freddy Secundino llevan hasta ahora más de 35 mil reproducci­ones. Esto lo animó a transmitir videos con sus haikús o minipoemas en verso libre sin que su imagen apareciera.

Fue cuando grabó sus primeros videos frente al mar, allá en su pueblo, luego de regresar de Perú con su libro bajo el brazo.

Estuvo con su madre enferma varios días, recuerda, “y como mi poemario tiene muchos poemas al mar, me llevé el libro, grabé, como jugando, algunos, pero al revisarlos con calma, me gustaron y luego de la aceptación que tuvo el primero que compartí, pues le seguí”.

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—¿Y cómo surge la idea del Poeboca?— se le pregunta a Freddy Secundino, a veces por teléfono y otras vía WhatsApp.

—Lo de Poeboca fue una puntada sin mayor chiste; es solo la unión de poema y cubreboca, pero nunca había escuchado ese término. El encierro me ha dado mil ideas para promover mi poesía y la ajena. —¿Cómo fue el primer día? —Grabé el video con el Poeboca puesto, mostrando y diciendo a la cámara el haikú y presentand­o mi “maravillos­a” creación que tanto tiempo, con agujazos en los dedos, me costó al bordarlo. Lo subí a las redes y pensé que les parecería puro cotorreo. Y cuál sería mi sorpresa que casi todo mundo que lo vio se sorprendió y le gustó.

Freddy Secundino ya traía la idea de salir a las calles de su colonia, la Narvarte, pero todo el mundo estaba encerrado, de modo que cuando lo hizo no había nadie y los pocos que encontraba lo evadían, por lo que sus encuentros han sido con previo acuerdo. —¿Y en la calle cómo te fue? —Si la curiosidad que despierta el cubrebocas ayuda para que se den cuenta de la poesía, es posible que amarres un lector de ese género y, de paso, te conozcan. En el primer video alguien me preguntó qué hacía. Le expliqué, le mostré el video sin editar y me dijo: “¡Qué chingón te quedó!”.

Freddy quedó sin empleo en el oficio periodísti­co y ahora todo su tiempo lo dedica a la poesía. “Para mí —explica— no solo es un bálsamo emocional y hasta sentimenta­l, sino una plataforma de promoción de mi voz como locutor, cosa que aprovecho para que también en ese aspecto se me conozca, para efectos laborales”.

Y allá va el juglar, recitando poemas bordados en tapabocas y difundidos en redes sociales.

Freddy Secundino, poeta, periodista y locutor, sale escudado por haikús a ofrecer sus poebocas en plena pandemia.

“Para un joven de 14 años, estar en el antiguo DF solo se podía expresar con una sonrisa”, afirma

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