Topsy se va al cielo
Tomás Alba Edison era todo un estuche de monerías. Tras su gesto un tanto avinagrado aparecía un ingenioso sujeto con un cerebro muy inquieto. Estaba siempre buscándole otra vuelta a la tuerca. Y casi siempre la encontraba. Pero además sabía cómo meter sus hallazgos en una línea de producción. Echaba mano de todo para sacarles jugo a sus descubrimientos: promociones espectaculares, publicidad de verdades a medias, contratos draconianos, sueldos bajos, capataces enérgicos, competencia desleal y, sobre todo, un equipo de abogados feroces y nada escrupulosos.
Si se mira bien, su figura corresponde a un hallazgo que no se le atribuye del todo: la del industrial frío, duro y rudo, capaz de todo con tal de enriquecerse. El modelo gringo por excelencia, pues, que asocia con frecuencia el nombre del célebre inventor con horrendas historias de abusos financieros y excesos comerciales.
Dice Georges Sadoul en su Historia mundial del cine que Edison se valió de ejércitos de ujieres para emprender desde Estados Unidos, a finales del siglo pasado, su amañada guerra de las patentes contra Georges Méliès en Francia. Pero de entrada ingresó en sus cuentas bancarias los beneficios obtenidos por las películas de Méliès en el curso de su explotación en las salas estadunidenses.
Y también no solo se quedó con las películas, sino que sacó todas las copias que le dio la gana y las explotó a su nombre. Cuando se dio cuenta Méliès —que no era ninguna lumbrera para las cuentas— que Edison le había robado hasta el cansancio, ya era tarde. La respuesta del inventor a sus protestas comenzó con un alegato legaloide: el invento del cine es mío, luego las películas son mías también.
Tras su gesto un tanto avinagrado aparecía un ingenioso sujeto con un cerebro muy inquieto
La guerra de las patentes fue larga y enconada, mientras Edison se apoderaba del mercado en Estados Unidos mediante todo género de chanchullos. Al final perdió, pero lastimó severamente la economía de Méliès.
Leí hace poco un texto periodístico que hacía circo y maroma para deslindar a Edison del invento de la silla eléctrica y del uso de la corriente eléctrica para mandar al otro mundo a la elefanta Topsy, que se había despachado a tres de sus cuidadores.
Todos los jugueteos criminales de Edison con la energía eléctrica quedaron perpetuados en el cine. Varias peliculitas describen sus empeños para mostrar en las prisiones las bondades desuinventoparaprocurarunamuerte rápida e indolora a los condenados a lapenacapital.Aunqueenrealidadalgunospresosdebíansoportar entre convulsiones y gemidos dos o tres intentos. Lo mismolesucedióaTopsy.Recibióbrutalesdescargasrodeada de una turba delirante hasta que cayó estrepitosamente.
En ninguno de los casos se ve a Edison operar el aparato que enviaba las descargas a sus víctimas. Pero los verdugos eran sus empleados.