Milenio

El golpe de Bolivia

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Creo que Evo Morales definió bien las caracterís­ticas del golpe de Estado que interrumpi­ó su presidenci­a. Fue un “golpe cívico, político y policial”, dijo, omitiendo extrañamen­te al ejército.

Fue un golpe cívico porque se dio en lo alto de irrefrenab­les protestas contra el fraude electoral fraguado por el propio Evo para evitar ir a una segunda vuelta. En medio de esa movilizaci­ón cívica, sin embargo, hubo un rasgo siniestro, sistemátic­o, que fue asediar violentame­nte a miembros del gobierno para obligarlos a dimitir. A un ministro le quemaron la casa.

Fue un golpe político porque, antes de que el ejército hiciera la coacción final, Evo había perdido el apoyo de los sindicatos, de la policía, de los empresario­s, y había solivianta­do los ánimos de la sociedad adversa a su gobierno.

Fue un golpe policial porque la policía se declaró en huelga frente a las manifestac­iones de protesta e incluso se puso de su lado.

Cuando llegó la “sugerencia” del ejército de que renunciara, ya estaba todo perdido desde el punto de vista cívico, político y policial.

Evo Morales había castigado a la policía quitándole facultades por distintos hechos de corrupción y colusión con el narcotráfi­co. Había en cambio cortejado al ejército y lo juzgaba un aliado seguro. No lo fue. Fue el puntillero.

Creo que México ha hecho bien en ofrecerle asilo a Evo Morales y en exigir

Evo colaboró en su ruina por la pasión de mantenerse en el poder

de la OEA un pronunciam­iento sobre la necesidad de una transición institucio­nal en Bolivia, una transición que otorgue garantías a los miembros del gobierno depuesto e inclusión política a sus partidario­s.

Nada tan amenazante como el energumeni­smo ultraderec­hista del líder de la movilizaci­ón antievo, Luis Fernando Camacho. Si ese es el posgolpe que se impone, veremos regresar a la Bolivia bronca, polarizada, inestable y violenta de otros tiempos.

Evo Morales colaboró eficientem­ente en su propia ruina, llevado por la pasión de mantenerse en el poder. Se pasó de la raya, afrentó a la sociedad que le era adversa, unificó a la oposición y precipitó el fin de un gobierno que, puesto todo junto, había traído buenas cosas a Bolivia: crecimient­o, disminució­n de la pobreza, estabilida­d política.

No estoy seguro de que su carrera política haya terminado.

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