La plebeyez
Hace unas semanas escribía en esta misma columna sobre la forma en que la televisión nos ha maleducado, durante décadas, a los mexicanos. Proponía entonces, como ejemplo, el programa de El chavo del 8, que era un compendio semanal, en clave de humor, de todos esos elementos que constituyen nuestra idiosincrasia, de la forma que tenemos de conducirnos, de los antivalores que practica y padece, e incluso encumbra, el mexicano en su vida cotidiana. En la vecindad del chavo, que es solamente uno de los reflejos de la realidad que ofrece nuestra televisión, se celebra la chapuza y la picar día, hacen gracia la ir responsabilidad y la dejadez, se premia el insulto basado en el defecto físico y se condena, y se castiga, la responsabilidad y la decencia. En ese microcosmos que educó a generaciones completas de mexicanos se castiga la inteligencia y la estupidez, y queda una única vía de supervivencia: la mediocridad.
El chavo del 8 es solo un ejemplo de ese universo de programas de televisión, películas, canciones y novelas que han re forzado, a lo largo de nuestra historia, esos antivalores que nos definen como pueblo y que hemos heredado de España, la madre patria que, desde que México es México, se ha hecho cargo de nuestra educación sentimental.
Con todo y nuestra raíz indígena, que efectivamente matiza nuestra españolidad, estamos culturalmente formateados por la manera de ser española que tiene su fundamento en las obras literarias de la estela de El Lazarillo de Tormes. La idea es que el escritor abreva de la realidad y nos devuelve una obra que nos enseña a mirar de otra manera esa misma realidad. José Ortega y Gasset, ese enorme filósofo español que ya nadie lee, indagó con una hondura francamente vertiginosa, en la manera de ser del español, que es, matices aparte, la nuestra. En México Ortega ha tenido siempre una importancia relativa yen España directamentese le ignora ,¿ Porqué sus libros, y sus ideas, ron dan los 100 años de edad? No, yo creo que se le ignora porque pone al español, y consecuentemente al mexicano, frente al espejo, porque disecciona, con una abrumadora inteligencia, los defectos capitales de nuestro carácter. Ortega escribía lo que Goya pintaba, nos echaba en cara esa fealdad nuestra que preferimos no ver, o reconvertir en una cosa normal: así somos nosotros y los que están mal son los alemanes, que son unos tiesos; los franceses, que son muy cursis y los gringos, que son unos frívolos.
En uno de sus ensayos de la serie El espectador, Ortega nos habla de la literatura noble que se escribía durante la Edad Media en Europa, en Francia y en Inglaterra; historias de gestas caballerescas, de trovadores y poetas que hablaban de esa suerte sentimental tan sofisticada que era “el amor cortés”. Aquella literatura orbitaba alrededor de la heroicidad, la belleza, la valentía y los ideales en general; de manera paralela, en España, tenía lugar lo que Ortega define como literatura plebeya, la contraparte de la literatura noble. La plebeya, nos dice el filósofo, repta “sobre la tierra, se desenvuelve la literatura del pueblo ínfimo. Son los consejos, son las burlas y farsas, son los motes, fábulas y cuentos equívocos”.
Mientras en Francia yen Inglaterra la gente se cultivaba con obras de literatura noble, en España empezaba a circular el Mío Cid que, según Ortega, “es un balbuceo heroico, en toscas medidas de paso de andar, donde llega a expresarse plenamente el alma castellana del siglo XII, un alma elemental, de gigante mozalbete, entre gótica y celtíbera, exenta de reflexión, compuesta de ímpetus sobrios, pícaros o nobles ”.
Más tarde aparecen en España las siguientes historias de literatura plebeya, El Lazari
llod eT or mes, El Quijote, que es precisamente
el reverso de los caballeros de la literatura noble, y más cerca de nosotros el genial Valle Inclán que es, por cierto y como prueba de nuestra profunda hispanidad, el precursor del Boom latino americano, con su novela Tirano Banderas.
Ortega dice más sobre esta literatura que es, como digo, el fundamento de los programas de televisión, las películas, las canciones y las novelas que han configurado nuestra educación sentimental: (el escritor de literatura plebeya) “no crea un mundo; ¿de dónde va a sacar él, sin vacilar, cercado de hambre y de angustias, el destripaterrones, el hambriento, el deshonrado, de ijares jadeosos, de alma roída, el esfuerzo superabundante para crear existencias, formas de la nada?”
No hay que perder de vista que ese“esfuerzo superabundante” que en estas condicionestiene que hacer el escritor, produce obras vitales, malvadas, riquísimas, fabulosas, son como el diamante que nace de la inmundicia del carbón aunque, dice Ortega, su intención no sea crear sino criticar, pues se trata de una literatura movida por el rencor.
Esta realidad plebeya del mundo hispano que Ortega decodificó hace más de cien años tiene también un impacto importante en nuestra lengua: “Es sabido que no existe pueblo en Europa que posea caudal tan rico de vocablos injuriosos, de juramentos e interjecciones como el nuestro. Según parece solo los napolitanos pueden hacernos alguna concurrencia”.
Esa forma de ser que nos caracteriza tiene en la literatura plebeya que señala Ortega un pilar fundamental pero, ¿de dónde viene esa plebeyez que nos fue heredada?, ¿por qué no heredó España la literatura de sus vecinos? En esa misma estela orteguiana de ponernos frente al espejo, Octavio Paz hacía notar el destino tan diferente que tuvieron los países colonizados por el imperio inglés. Más adelante, en otro libro, Ortega nos explica el origen de esa plebeyez, que será el motivo de otroartículo.