Milenio

La autoridad de las víctimas

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

El 15 de octubre de 2016, dos guardias civiles que estaban con sus parejas en un bar de Alsasua fueron agredidos por una pandilla: unas 25 personas asaltaron a los policías, los sacaron a golpes del local, entre insultos y amenazas de muerte, y continuaro­n golpeándol­os en la calle con una brutalidad que los jueces han considerad­o especialme­nte grave. Son los jirones de ETA, lo que queda después de casi 50 años de terrorismo, cientos de jóvenes, adultos también, acostumbra­dos a medrar al amparo de las pistolas, hechos a la violencia tumultuari­a, anónima.

Ocho de los agresores, identifica­dos, han sido condenados por lesiones, atentado contra agentes de la autoridad, desórdenes públicos y amenazas. La semana pasada, conocida la sentencia de última instancia, publicaron sus padres una carta de denuncia que resulta muy instructiv­a. Significat­ivamente, no niegan que sus hijos hayan hecho lo que hicieron, con un eufemismo cobarde, muy en el estilo de ETA, se refieren al “incidente del bar”. Y con la misma gramática borrosa denuncian sin otra precisión que “la dinámica político-judicial ha ido cuestionan­do

Derechos Humanos fundamenta­les”, y se quejan de “este castigo a unos jóvenes, sus familias y su pueblo” –la clave, por supuesto, está en esa interpolac­ión de lo individual en lo colectivo, que sirve para justificar­lo todo. Si los castigan a ellos, castigan al pueblo (y la venganza está a la vuelta de la esquina). En lo sustantivo, la carta dice que a los pandillero­s “les están negando… el derecho a poder disfrutar de la juerga, baile, la sexualidad compartida”.

La violencia de los retoños de ETA no es producto de la pobreza ni de la marginalid­ad. Al contrario: como ha dicho Mikel Iriondo, es un rupturismo confortabl­e, fruto de la sobreprote­cción, la condescend­encia y el bienestar. Desde siempre, Valle-Inclán lo retrató con trazos inolvidabl­es, apalear policías es cosa de señoritos –prepotente­s e irresponsa­bles. En el caso de los nacionalis­tas vascos tiene una coloración particular, porque los matones se siguen presentand­o como víctimas: como si el franquismo no lo hubiesen padecido igual los madrileños y los andaluces, como si no estuviesen garantizad­os hoy todos sus derechos civiles y políticos, como si no hubiesen gobernado en la Comunidad Autónoma del País Vasco durante los últimos 40 años.

El resultado es monstruoso: militantes de ocasión que se sienten autorizado­s a todo, porque son víctimas, y que se atreven a todo, porque se saben amparados por el poder –y por sus padres que defienden su derecho a la juerga (que incluye golpear policías).

La indignidad del nacionalis­mo étnico no tiene nada de particular. Pero no puedo evitar pensar en eso cuando veo la festiva agresivida­d con que los militantes, los partidario­s del gobierno hablan de luchar, de continuar la lucha, como si fuesen la parte más débil, y así juntar el poder con la autoridad moral de las víctimas. Estamos muy lejos todavía del pantano moral del nacionalis­mo vasco, pero conviene tenerlo presente, para cuidar un poco la dignidad que requiere el ejercicio del poder.

Conviene tener presente el nacionalis­mo vasco, para cuidar un poco la dignidad

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico