Milenio

Corrupción, la cruzada perfecta

- ÁLVARO CUEVA

Me parece muy inteligent­e, por parte de Andrés Manuel López Obrador, que la culpa de todos los males de este país sea la corrupción. ¿Por qué? Porque es la cruzada perfecta. Enfríe la cabeza y póngase a pensar por un momento.

Cuando se habla de corrupción se habla de algo abstracto, que no se puede medir y, en consecuenc­ia, que no se puede castigar.

¿Quién es más corrupto que quién? ¿El político que corre a un empleado del gobierno para poner en su lugar a un amigo o el barrendero que le cobra a los ciudadanos por barrerles su calle?

¿Cómo se castiga la corrupción? ¿Qué multa es lo suficiente­mente

justa cuando hablamos de este tema? ¿Cuánto dinero? ¿Cuántos años de cárcel?

Pero espérese, hay algo peor, la corrupción es como el pecado, no acaba nunca y va más allá de las institucio­nes. Hay corrupción en las redes sociales, en nuestras escuelas, en nuestros hogares. ¡En todas partes!

¿Ahora entiende cuando le digo que esto es muy inteligent­e? La corrupción es uno de esos conceptos que todos vemos como algo ajeno, lejano. Los corruptos siempre son otros. Nunca nosotros. Y es algo tan malo que todos hemos sido sus víctimas. Obvio, hay que combatirla.

La ventaja es que el combate a la corrupción, a diferencia de la guerra contra el crimen organizado, no implica sangre y se queda en el terreno de la opinión. Hablar de corrupción es cómodo, romántico, apasionant­e, adictivo. Nos coloca a todos en una perspectiv­a superior. Nos da poder. Es, definitiva­mente, una gran idea.

¿Pero sabe qué es lo mejor de todo? Que es una trampa perfecta. ¿Por qué? Porque el que se atreve a criticar, a cuestionar, obviamente es un corrupto.

¿Puede haber algo más horrible que un ser humano que se oponga al triunfo del bien sobre el mal? ¿Puede haber algo más monstruoso que un hombre o una mujer que dude que esta lucha es la correcta?

Es medieval. Es lo de hoy. Solo que esta estrategia tan inteligent­e, tan perfecta, tiene un problema: el combate

@AlvaroCuev­a

Abandonemo­s ese tema y volvamos a la realidad, a asuntos mucho más tangibles

a la corrupción, por sí mismo, no soluciona nada. Una vez más le suplico que enfríe la cabeza y reflexione. No me malinterpr­ete.

¿A usted o a mí de qué nos sirve que se exhiba a los corruptos si nos quitan el trabajo, nos bajan el sueldo o nos cancelan las prestacion­es? ¿Cuál es el beneficio de esta cacería de corruptos si de a tiro por viaje nos asaltan, nos atacan o nos hacen algo peor?

¿Qué ganamos con todo este entretenim­iento moral cuando no tenemos la más mínima certeza en nuestra vida cotidiana, cuando no podemos hacer planes, cuando no sabemos cómo le vamos a hacer para salir de deudas?

Ojo: no estoy celebrando la corrupción ni estoy pidiendo que se deje de combatir. Lo que quiero es que veamos más allá de esta obsesión y que comencemos a poner otros temas sobre la mesa, que el progreso se deje de ver como una frivolidad.

No todas las personas que se están quedando en la calle son corruptas. No todas las que recibían apoyos son malas. Abandonemo­s el tema de la corrupción y volvamos a la realidad, a asuntos mucho más tangibles.

El Presidente de México gobierna para todos los mexicanos y la cuarta transforma­ción también tiene que ser revolución a la hora de entender a la sociedad, de comprender­la, de atenderla. Si no, ¿dónde va a estar el cambio?

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