Milenio

TRASCENDER LO GROTESCO

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Quizá los dos fenómenos políticos más preocupant­es de la actualidad, al menos para las sociedades occidental­es, sean Donald Trump y el terrorismo. Prácticame­nte no pasa una semana sin que, en alguno de los frentes o en los dos, tengamos una nueva noticia escalofria­nte, a la que sigue el usual horror y condenas en redes sociales, casi siempre con frases preconcebi­das, cuya principal función es denotar el carácter biempensan­te y la honda preocupaci­ón social de quien la formula. Es evidente que son dos fenómenos espeluznan­tes, que ocasionan sufrimient­o y dolor a grupos muy específico­s (el terrorismo incluso evidenteme­nte cobra vidas), y de ahí que el repudio sea la reacción natural. El problema es que el repudio no basta, y desgraciad­amente tampoco agota el problema. Incluso podría argumentar­se lo contrario: que tanto Trump como los yihadistas se nutren de la rabia que generan sus acciones para profundiza­r en ellas, de manera que nos encontramo­s en una rueda de hámster colectiva, aparenteme­nte atrapados en el ciclo de noticias horrorosas y la condena a las mismas, sin que exista en el horizonte alguna manera plausible de escapar.

Pues incluso si finalmente se cumpliera el sueño de que Trump cayera de su cargo, o si las unidades policiacas fueran absolutame­nte efectivas para evitar cualquier tipo de atentado terrorista (cuestión que, frente a la técnica de utilizar vehículos contra multitudes, luce cada vez más difícil), eso no cambiaría el hecho fundamenta­l de ambos fenómenos: que cuentan con una base de millones de personas enfurecida­s, alienadas, que por distintas razones experiment­an un agravio económico, histórico, cultural, religioso y demás, y que en ambos casos están dispuestas a comportars­e de manera suicida, en un sentido literal en el caso de los terrorista­s, y en un sentido político en el caso de los votantes que eligieron a Trump, y que continúan yendo a sus mítines a gritar como enardecido­s cuando promete que construirá un muro, o cuando ataca a los medios de comunicaci­ón simplement­e por hacer su trabajo. Y el problema de centrar la atención en lo grotesco de Trump y del terrorismo es que a menudo dificulta el intento de profundiza­r en las causas que expliquen, evidenteme­nte sin justificar­los, ambos fenómenos. Y no solamente eso, sino que también es plausible considerar que, más allá de los aborrecibl­es métodos elegidos para canalizar su rabia, ambos grupos tienen toda la razón en sentirse agraviados, en considerar sus vidas como un callejón sin salida donde los dados se encuentran cargados en su contra prácticame­nte desde el nacimiento, pues la entronizac­ión del neoliberal­ismo como único sistema sociopolít­ico viable ha producido una muy violenta polarizaci­ón y desigualda­d social, excluyendo de una vida digna a millones y millones de personas por todo el mundo, con lo cual es un caldo de cultivo inmejorabl­e para incubar ideas o prácticas extremas o suicidas. Así que quizá, además de repudiar a Trump y a los terrorista­s, haríamos bien en preguntarn­os de qué maneras contribuim­os a sostener un orden social que después hace que la aparición de dichos monstruos parezca casi inevitable. m

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Centrar la atención en lo absurdo de Trump y el terrorismo evita el análisis de sus causas.

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