El asombroso espectáculo de James Comey
Esa cercanía con alguien como Trump le agenció a Theresa May una derrota de pronóstico reservado luego de que, con el fin de contar con un Parlamento a modo para negociar el brexit, organizara aturdidamente unas elecciones innecesarias
Con el testimonio del ex director del FBI, todo un país pudo enterarse, en tiempo real, de que el presidente de Estados Unidos es un mentiroso
La foto del inefable Trump con Theresa May lo dice todo: el hombre la lleva de la mano, como si se conocieran de toda la vida o mantuvieren una relación íntima. Y, pues no: él es lo que es, para asombro del mundo entero… Pero ella, antes que nada, ocupa el cargo de jefa de Gobierno de una nación soberana. O sea, que estaba prácticamente obligada a apartar discreta y educadamente la pezuña del tipo —que se jactó luego de que el gesto resultaba de su “caballerosidad”— para reivindicar su condición suprema de dirigente política a la que, por el más elemental respeto, no se le pueden imponer rancias galanterías. Pero, en fin, esa cercanía con un personaje tan colosalmente impopular —una identificación que sobrepasó las meras formas y que, más allá de las declaraciones públicas de amistad, se tradujo, muy en la línea de la derecha despiadada, en la formulación de perjudiciales propuestas de gobierno— le agenció a la señora una derrota de pronóstico reservado luego de que, con el propósito de contar con un Parlamento a modo a la hora de negociar el catastrófico brexit que tiene en puerta, organizara aturdidamente unas elecciones totalmente innecesarias. La principal aliada de The Donald en Europa occidental quedó así totalmente debilitada y ya se rumora que algunos miembros de su propio partido se están organizando para obligarla a dejar el cargo de primera ministra.
Ah, pero en el horizonte despunta la figura de otra mujer que, miren ustedes, está ocupando cada día mayores espacios en los escenarios internacionales debido, justamente, a su firme distanciamiento con un sujeto que, en vez de ofrecerle arrumacos no solicitados, pudo apenas disimularle su animadversión en ocasión de la visita de Estado que tuvo lugar en Washington, el pasado mes de marzo: Angela Merkel está tomando el liderazgo mundial que Trump, con su impreparación y descomunal cortedad de miras, no puede ya asumir. En la ecuación figura también Emmanuel Macron, desde luego, pero las figuras de ambos no se contraponen sino que se suman en el propósito compartido de preconizar los valores de la democracia liberal y los principios de nuestra civilización. Vaya papel tan triste, el de los británicos, al renunciar a su vocación europea y vaya momento tan desafortunado el que protagonizó la señora May al manifestar esa absurda cercanía con un personaje que, tal y como sentencia Paul Krugman en un lapidario artículo publicado anteayer en The New York Times, está resultando todavía peor de lo que temíamos como presidente de la nación más poderosa del planeta (https://www.nytimes.com/2017/06/09/ opinion/donald-trump-health-care-bill.html?partner=msft_msn&_r=0).
Y, bueno, Merkel acaba de visitarnos. Ha sido una oportunidad muy prometedora, para México, de diversificar sus lazos comerciales y de contar con el apoyo de otras naciones para afrontar las consecuencias de la hostilidad que nos dispensa nuestro vecino. Es cierto que el peso mexicano se ha revaluado, que la ominosa construcción del muro no parece ser un proyecto enteramente realizable, que la guerra comercial no se ha desatado y que no pareciéramos estar ahora en la mira del enemigo. Pero, vistos los rasgos de la personalidad de Trump, el señor puede reemprender en cualquier momento la ofensiva —luego de mirar un reportaje en la tele, de recibir un tweet o de ser espoleado por algún consejero alevoso— y provocar severos daños a este país.
Por suerte, los márgenes de acción del presidente de los Estados Unidos están escrupulosamente acotados gracias al diseño de sus instituciones. Los Padres Fundadores de la nación norteamericana hicieron un trabajo formidable para crear un sistema de contrapesos y equilibrios entre los Poderes del Estado. Una de las expresiones más deslumbrantes de esta repartición de atribuciones la tuvimos esta misma semana en la comparecencia ante los legisladores de James Comey, ese director del FBI que en algún momento pareció servir los intereses del Partido Republicano al revelar, en pleno proceso electoral, que proseguían las investigaciones sobre los correos electrónicos de Hillary Clinton pero que luego, miren ustedes, se dedicó a la tarea de desentrañar la trama rusa en esas mismas elecciones. Por eso, por haber hecho simplemente su trabajo, el presidente lo defenestró, lo cual resulta altamente sospechoso. Pero, la cosa no quedó ahí: el Congreso exigió contar con el testimonio del funcionario despedido. Y, entre otras cosas, todo un país pudo enterarse, en tiempo real, de que Trump es un mentiroso.
La trepidante comedia seguirá, naturalmente. Y, es muy difícil anticipar el desenlace. Pero la mera realidad de este ejercicio democrático es un ejemplo universal, a pesar de todos los pesares. Recordemos también que este mundo está habitado por una mujer como Angela Merkel. El porvenir, de pronto, no parece tan negro… M