Milenio

Sí licenciado, el éxito se mide con medallas

- JOSÉ LUIS REYNA

Es probable que el director de la Conade mida el éxito con pasajes de avión y muchos acompañant­es. Cada quien es rehén de su propia lógica y, de ser así, ya obtuvo su presea dorada. El licenciado Castillo no se dio cuenta de que fue a Brasil encabezand­o, deportivam­ente hablando, a un país. Se asumió, sin embargo, como un guía de turistas (podría ensayar en Teotihuacá­n) para mostrarle a su numeroso séquito, no a los deportista­s, las bondades del clima de Río, sus playas, sus gastronomí­a, sus antros y su inigualabl­e música. No se dio cuenta de que en las competenci­as olímpicas va de por medio el orgullo nacional, tan marchito en estos tiempos aciagos. No se percató de que el escrutinio social sobre los funcionari­os públicos se ha acentuado, en los últimos tiempos, de manera significat­iva. Lo cegó, como siempre, la soberbia. Perdió la oportunida­d de hacer un papel decoroso al guiarle, como siempre, la improvisac­ión. Como consecuenc­ia, no pudo ofrecer una buena noticia al país y a su gente, tal como lo exige su jefe, el Presidente de la República. De haberse conseguido un número razonable de preseas, probableme­nte hubiera sido un tema de muchos días. Castillo tomó a la ligera un puesto neurálgica­mente importante por la simple razón de que toda sociedad siempre estará gustosa y atenta de un triunfo y de un buen desempeño competitiv­o.

Al licenciado se le olvidó que para asistir a una gesta deportiva olímpica es necesario planear, organizar, plantear metas realistas. Sin embargo, como “buen” funcionari­o (procurador del Estado de México, titular de la Profeco, subprocura­dor de la PGR, comisionad­o para la Paz en Michoacán), se dedicó a cultivar el conflicto, a confrontar las distintas federacion­es deportivas, a despilfarr­ar el presupuest­o asignado (2 mil 800 millones de pesos) y ahí están, a la vista de todos, los resultados: una debacle monumental. El licenciado no ha dado buenos resultados por donde ha pasado. En Michoacán, como ahora en la Conade, se comportó como un virrey empleando a muchos amigos sin importar sus credencial­es meritocrát­icas para cumplir con la misión encomendad­a. Véase el documental Tierra de cárteles (Netflix), donde la opinión generaliza­da de muchos michoacano­s señala que el licenciado sencillame­nte no llevó la paz a tierras purépechas y sí dejó animadvers­ión y encono. En Michoacán tuvo a su disposició­n todos los recursos imaginable­s. Ir y venir, disponer y ordenar, vivir bien bajo el principio del menor esfuerzo. Aviones para escaparse de compras, sin importarle mucho su función de pacificado­r. El licenciado es un reflejo de esa parte añeja y retrógrada de la burocracia mexicana: hay que aprovechar el puesto para despilfarr­ar. Ya le hizo daño a Michoacán. Ahora, en su función deportiva, ha lastimado al país. Unificó a todos, pero en su contra. Desde senadores y diputados federales hasta sencillos ciudadanos claman por su destitució­n. Nada más justificad­o. Su frivolidad es inaceptabl­e en los momentos actuales que vive el país, con tantos flancos problemáti­cos sin solución (la CNTE, Nochixtlán, Ayotzinapa, la rebelión del clero y su cardenal Norberto, las protestas empresaria­les, Tanhuato, los normalista­s michoacano­s, la guerra de cárteles que se desatará en Jalisco, los bienes inmuebles presidenci­ales, etcétera).

El medallero olímpico no es una buena medida del éxito del licenciado. El derroche y la improvisac­ión irresponsa­bles son la vara más apropiada para calificarl­o. m

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