Sí licenciado, el éxito se mide con medallas
Es probable que el director de la Conade mida el éxito con pasajes de avión y muchos acompañantes. Cada quien es rehén de su propia lógica y, de ser así, ya obtuvo su presea dorada. El licenciado Castillo no se dio cuenta de que fue a Brasil encabezando, deportivamente hablando, a un país. Se asumió, sin embargo, como un guía de turistas (podría ensayar en Teotihuacán) para mostrarle a su numeroso séquito, no a los deportistas, las bondades del clima de Río, sus playas, sus gastronomía, sus antros y su inigualable música. No se dio cuenta de que en las competencias olímpicas va de por medio el orgullo nacional, tan marchito en estos tiempos aciagos. No se percató de que el escrutinio social sobre los funcionarios públicos se ha acentuado, en los últimos tiempos, de manera significativa. Lo cegó, como siempre, la soberbia. Perdió la oportunidad de hacer un papel decoroso al guiarle, como siempre, la improvisación. Como consecuencia, no pudo ofrecer una buena noticia al país y a su gente, tal como lo exige su jefe, el Presidente de la República. De haberse conseguido un número razonable de preseas, probablemente hubiera sido un tema de muchos días. Castillo tomó a la ligera un puesto neurálgicamente importante por la simple razón de que toda sociedad siempre estará gustosa y atenta de un triunfo y de un buen desempeño competitivo.
Al licenciado se le olvidó que para asistir a una gesta deportiva olímpica es necesario planear, organizar, plantear metas realistas. Sin embargo, como “buen” funcionario (procurador del Estado de México, titular de la Profeco, subprocurador de la PGR, comisionado para la Paz en Michoacán), se dedicó a cultivar el conflicto, a confrontar las distintas federaciones deportivas, a despilfarrar el presupuesto asignado (2 mil 800 millones de pesos) y ahí están, a la vista de todos, los resultados: una debacle monumental. El licenciado no ha dado buenos resultados por donde ha pasado. En Michoacán, como ahora en la Conade, se comportó como un virrey empleando a muchos amigos sin importar sus credenciales meritocráticas para cumplir con la misión encomendada. Véase el documental Tierra de cárteles (Netflix), donde la opinión generalizada de muchos michoacanos señala que el licenciado sencillamente no llevó la paz a tierras purépechas y sí dejó animadversión y encono. En Michoacán tuvo a su disposición todos los recursos imaginables. Ir y venir, disponer y ordenar, vivir bien bajo el principio del menor esfuerzo. Aviones para escaparse de compras, sin importarle mucho su función de pacificador. El licenciado es un reflejo de esa parte añeja y retrógrada de la burocracia mexicana: hay que aprovechar el puesto para despilfarrar. Ya le hizo daño a Michoacán. Ahora, en su función deportiva, ha lastimado al país. Unificó a todos, pero en su contra. Desde senadores y diputados federales hasta sencillos ciudadanos claman por su destitución. Nada más justificado. Su frivolidad es inaceptable en los momentos actuales que vive el país, con tantos flancos problemáticos sin solución (la CNTE, Nochixtlán, Ayotzinapa, la rebelión del clero y su cardenal Norberto, las protestas empresariales, Tanhuato, los normalistas michoacanos, la guerra de cárteles que se desatará en Jalisco, los bienes inmuebles presidenciales, etcétera).
El medallero olímpico no es una buena medida del éxito del licenciado. El derroche y la improvisación irresponsables son la vara más apropiada para calificarlo. m