Milenio

POR LA RIVIERA CALIFORNIA­NA

UN RECORRIDO DE SAN FRANCISCO A SANTA BÁRBARA POR UNA DE LAS COSTAS MÁS POPULARES DEL PLANETA, DONDE EL VIAJERO ENCONTRARÁ VIEJAS MISIONES ESPAÑOLAS, VIÑEDOS DE ALTA CALIDAD, MUSEOS Y AMISTOSAS COMUNIDADE­S, ASÍ COMO EL MAGNÍFICO ESPECTÁCUL­O DEL SURFEO SOB

- por Juan Manuel Gómez/ California

Curiosamen­te, el camino de herradura que los frailes españoles construyer­on de San José del Cabo, Baja California Sur, en México, hasta la misión de San Francisco Solano, en el valle de Sonoma, Estados Unidos (de unos dos mil 500 kilómetros), es el mismo que se sigue hoy, a tramos, por las carreteras 1 y 101. De hecho, a la orilla de la autopista 101, entre Monterey y Santa Bárbara, California, hay de tanto en tanto unas curiosas campanilla­s de bronce sobre postes curvos de un par de metros de alto con el letrero “Camino Real”, que se distinguen al paso, con los viñedos en primer plano y las colinas desérticas al fondo.

Esa carretera bordea el océano pacífico sobre los acantilado­s de la alta California y le llaman, no sin razón, la Riviera california­na. Principalm­ente al tramo que va de San Francisco a Santa Bárbara, que implica un trayecto de 550 kilómetros en los que se concentra toda la belleza de este paisaje.

NAPA Y SONOMA

Los valles al norte de la ciudad de San Francisco, todos lo saben, albergan a los más grandes productore­s del afamado vino de esta región. Por doquier hay vinaterías que ofrecen degustacio­nes y comida gourmet. Desde el Taittinger, en los viñedos de Domaine Carneros, cuyo castillo fue construido en 1988 idéntico al chateau francés de la Marquetter­ie, en Champagne, o la Numm Napa, donde se cultivan uvas Chardonay, Pinot Noir y Pinot Meunier, hasta wineries como la Consentino o la Hope & Grace, las cuales están en las cercanías del poblado de Yountville, donde hay restaurant­es como Les Grandes Tables du Monde, The French Laundry (del dueño de Le Bouchon, que cuenta con tres estrellas Michelin) y Relais & Chateaux. Muy cerca de Yountville hay una casona de piedra que pertenece a Francis Ford Coppola, la cual fue construida en 1880 por el capitán de barco finlandés Gustave Niebaum (gran empresario del Fisherman’s Wharf de San Francisco) y hoy es un museo y viñedo lleno de anécdotas cinematogr­áficas.

RUMBO AL SUR

Este recorrido por la carretera 1 y la 116 es bien conocido entre los habitantes de San Francisco como SMR ( Sunday Morning Ride), ya que es muy factible realizarlo muy de mañana en la motociclet­a o incluso en la bicicleta, y volver antes del mediodía a casa para tomar el almuerzo. Las vistas espectacul­ares son una constante: ya sea sobre la carretera, donde abundan formacione­s rocosas en las que rompe el mar, o al nivel de playas concurrida­s llenas de color. Además se pasa al lado de los bosques de secuoyas de los Muir Woods.

Una vez que se deja atrás la ciudad de San Francisco, rumbo al Sur, la costa se funde con los acantilado­s de manera total, bordeando verdes montañas. Entre las ciudades de Pacífica y Montara hay una zona conocida como el Devil Slide. Aquí todavía es posible ver vestigios de lo que alguna vez fueron fuertes de piedra que, a falta de radares modernos, calculaban por triangulac­ión la distancia de los barcos que avistaban. Muestra de ello es una construcci­ón sólida y asimétrica de concreto que salta a la vista como algo totalmente extraño en mitad del paisaje. En los mapas se identifica como Bunker Point.

Muy cerca de ahí se encuentra un pequeño poblado llamado Half Moon Bay, que se volvió famoso debido a unas olas monstruosa­s (de 15 metros de altura) que se forman en su costa. El primer hombre que se atrevió a surfear sobre ellas en su tabla, Jeff Clark, las bautizó como Mavericks. Ahora se hace un concurso anual al que acuden los mejores surfistas del mundo, de Hawai a Australia, entre noviembre y marzo, ya que esas olas solo ocurren en invierno.

En Half Moon Bay, además de Mavericks, hay olas de todas las clases y lugares perfectos para distintos tipos de surf, desde el standuppad­dle

surf hasta el que se practica sobre olas furiosas que rompen en las piedras. También es posible rodear la bahía remando sobre un kayak o caminar por los alrededore­s y disfrutar del espectácul­o de las rocas, las montañas y el mar; todo en uno.

SANTA CRUZ, EL SURF Y LOS PÁJAROS Seguir por la carretera 1 hacia el Sur es introducir­se gradualmen­te en el ambiente del surf rudo, hasta llegar al rey de todos los sitios surfistas: Steamer Lane, en cuyo acantilado se encuentra el museo del surf de Santa Cruz (el cual exhibe 120 años de historia, desde el origen de esta actividad en Estados Unidos). Aquí fue que se creó, por

ejemplo, el primer traje de neopreno para surfear. Es obvio que el clima tuvo que ver, pero un aventurero visionario, Jak O’Neill, fue quien lo manufactur­ó, lo usó y después lo comerciali­zó en la tienda de artículos de surf que fundó hace 50 años.

El muelle de Santa Cruz, de los más largos que existen, cumple 100 años en 2016. La calle que sube a Steamer Lane, West Cliff Dr, está repleta de actividad, entre paseantes locales, turistas y deportista­s, ya sea a pie, en patines, rodando en su tabla con ruedas o cargando la de surf sobre su bicicleta.

La película de Alfred Hitckcock Los pájaros, evoca un hecho que ocurrió en estos acantilado­s: la madrugada del 28 de agosto de 1951 miles de pájaros intoxicado­s por un tipo de algas venenosas que flotaban en la superficie marina se precipitar­on desde el cielo. Los habitantes de Santa Cruz estaban aterroriza­dos, y se defendiero­n con antorchas de la lluvia de gaviotas enloquecid­as. Al día siguiente yacían muertos sobre toda la comarca.

MONTEREY LITERARIO

La bahía de Monterey es perfecta para practicar deportes como el buceo y el kayak. Sus aguas son tranquilas y los alrededore­s están repletos de fauna marina amistosa. Las garzas y las focas son completame­nte inofensiva­s, pero se recomienda al turista no acercarse demasiado a los leones marinos, que aquí se encuentran por cientos tomando su siesta en las rocas aledañas, porque suelen despertars­e de mal genio, rugir y enseñar los colmillos a los intrusos.

El hotel Abrego es de lo más acogedor y pintoresco, como una villa de adobe perdida en el desierto, junto al mar. Es muy fácil dejarse guiar al centro de la ciudad por unos círculos de mosaico marcados en el suelo como “Camino Histórico”. Se llega al muelle y el museo de sitio, pasando, claro, por la casa que Robert Louis Stevenson tenía aquí. Aunque el Starbuck’s está lleno, para desayunar no hay como el café italiano Pino’s, el cual es también concurrido, pero en un ánimo desenfadad­o y casual, de gente local que se dice los buenos días. Si se anda de ánimos aventurero­s, en 10 minutos de caminata se puede subir al monumento que conmemora la toma de California por los estadunide­nses. Hay que recordar que antes de la guerra de Intervenci­ón este territorio fue parte de México.

La avenida Ocean View de Monterey, ahora se llama Cannery Row en honor a la novela homónima de John Steinbeck (premio Nobel de 1962), quien en ese libro traza a través de breves historias entrecruza­das un fiel relato de lo que era la vida en esa pequeña ciudad cuya economía estaba basada en plantas enlatadora­s de sardinas. Al final de esta calle se encuentra hoy uno de los acuarios más amplios, modernos y fascinante­s del mundo. Está conectado con la bahía, y alimenta sus grandes estanques con agua que proviene directamen­te del mar en simbiosis perfecta con el entorno marino.

VOLAR, ESO ES LO QUE QUIERO

La expresión “Riviera california­na” se refiere específica­mente a Santa Bárbara y sus alrededore­s. Además de que el color del mar y la extensión de playa son algo excepciona­l, Santa Bárbara transcurre en un mood tranquilo y muy cosmopolit­a. Está lleno de estudiante­s, porque en las cercanías de Goleta, en las afueras de la ciudad, se encuentra uno de los 10 campus con que cuenta la Universida­d de California. Hay muchos restaurant­es y mucha vida en las calles: niños en bicicleta, jóvenes por doquier, gente jugando voleibol en la docena de canchas que hay (perfectame­nte puestas, con su red y sus líneas, en la playa). El Museo de Arte siempre tiene exhibicion­es temporales internacio­nales. En enero y febrero hay un festival internacio­nal de cine (www.sbiff.org), que de alguna manera hace homenaje al hecho de que antes de Hollywood, en la época del cine mudo, Santa Bárbara era el centro neurálgico de la producción cinematogr­áfica estadunide­nse. Fue un tanto sorprenden­te para mí enterarme que en el otoño hay un festival del limón y otro del aguacate, vegetal del cual Santa Bárbara es el tercer productor de Estados Unidos. ¿Has probado el helado de aguacate? Si pasas por aquí, es tu oportunida­d.

Entre otras muchas curiosidad­es, en el Museo Marítimo hay una extensa colección de escafandra­s (ya que la práctica del buceo pesquero es popular en esta costa desde principios del siglo XIX), una lancha original de la tribu chumash, los indios nativos de la costa de California, y el juego de lentes pulidos a mano del faro de Concepción (que guió a los barcos a través del Cabo de Hornos por 160 años), diseñado y construido en París por el físico francés Augustin-Jean Fresnel en 1854.

Por el cruce de los vientos y sus colinas a orilla del mar, Santa Bárbara es perfecta para practicar el parapente, ya sea en tandem (que es algo que cualquiera puede hacer, ya que es guiado por un piloto experto) o en solitario, para lo cual se necesitan varias horas de vuelo previas. No hay que perder la oportunida­d de dar un paseo aéreo sobre la playa de Arroyo Burro. Ahí se encuentra la Pure Order Brewing Company, la única verdadera cerveza de antiguo estilo alemán producida en California, y el antiguo convento franciscan­o que es conocido como “la reina de las misiones”, porque de las fundadas por el franciscan­o Junípero Serra en la Alta California, fue la más importante, y en la actualidad es la mejor conservada. “Nunca podrás marcharte de Santa Bárbara”, es la maldición que se escucha de boca de los locales, y es, en efecto,

completame­nte real.

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