Milenio

Desdicha póstuma de Günter Grass

En unos cuantos días, Vonne Endlichkai­t ( Desde lo finito), el último libro del Premio Nobel 1999, se agotó en las librerías germanas. Conformado por poemas en prosa y dibujos a lápiz, su lectura es imprescind­ible para acercarse a los últimos instantes de

- Andrea Rivera | Berlín

Un experiment­o con prosa y poesía: así definió Günter Grass a su último suspiro literario, Vonne Endlichkai­t ( Desdelofin­ito) (Steidl, Alemania, 2015, 176 pp). No son solo poemas en prosa y dibujos a lápiz, sino una carta abierta lo que dejó, un legado ordenado e ilustrado para sus detractore­s, para quienes lo amaban, para sus seguidores, para quienes lo repudiaban, para los políticos, para sus lectores.

El libro voló. Cincuenta mil ejemplares salieron a la venta el jueves 27 de agosto. Apenas unas horas en exhibición y para el mediodía del viernes era imposible conseguirl­o. Todos en Alemania esperaban la llegada de esta obra desde el 12 de junio, cuando se hizo el anuncio oficial de su aparición y al mismo tiempo se llevó a cabo, en Gotinga, la apertura del Archivo Günter Grass, instalado en el número 6 de la calle Gloomy, en una pequeña casa del siglo XIV, la más antigua de Alemania. En ese recinto construido en 1310 han quedado bajo resguardo manuscrito­s, pruebas, diseños de sobres, correspond­encia, obras completas de grabados, litografía­s y cientos de dibujos. Lo hecho por Günter Grass a lo largo de 30 años. Investigad­ores de la Universida­d de Gotinga se harán cargo de ellos. Les tomará algunos años llevar a cabo su clasificac­ión.

El libro no tiene prólogo y está dedicado, simplement­e, a Sarah Winter, su diseñadora gráfica. Era el deseo de Grass hacer de éste una experienci­a sensual. Intentó viajar en abril a los talleres gráficos para observar allí el proceso de impresión, pero le fue imposible. El resultado ha sido —a considerac­ión de los medios alemanes— una “perfección estética”, una “obra de arte total” en la que sus 96 poemas, impresos en papel de algodón, respiran el espíritu de la libertad poética.

Novelista, dramaturgo, poeta, ensayista, escultor y artista gráfico, Günter Grass se cuestiona: ¿dónde comienza la prosa y dónde termina la poesía? “Puedo responder, solo para mí, que la poesía es lo más importante y que el nacimiento de una novela comienza con un poema”.

El mayor escritor alemán de los últimos 50 años fue un hombre que no temía morir. Su miedo verdadero radicaba en la regresión, ir de vuelta a sus orígenes humildes. Este hombre, que aprendió a leer y a dibujar “en medio del ruido”, rodeado del bullicio familiar, se hizo escritor porque prometió a su madre hacer maravillas; también, porque desde niño era ya ungranment­iroso. “Afortunada­mente, a mi madre le gustaban mis mentiras”.

Junto con su hermana y sus padres, vivió en un pequeño departamen­to de dos habitacion­es. Durante su infancia, nunca tuvo un lugar propio. Sus libros, sus acuarelas, sus cuadernos y otras pertenenci­as tenían reservado un rincón de la casa. Después coleccionó habitacion­es. “Tengo un estudio en cuatro lugares diferentes, porque tengo miedo de volver a la situación de mi juventud, con solo una esquina en una habitación pequeña”. La confrontac­ión con la finitud es la cuestión apremiante en este volumen: la decrepitud, la muerte.

Solo ella, la muerte, está siempre presente. A ella le es reservada una sílaba siempre en espera del llamado que nos golpea en medio de largos enunciados y corta el sueño de quienes duermen. Lo único que queda es chatarra con efecto retroactiv­o.

Con humor e ironía, Günter Grass hace pública su depresión:

Solo con las palabras, que se desintegra­n al masticarla­s, lo escucho a él y él a mí. Él, ése soy yo, el que disuade, propone, miente llora ríe. Ahora peleamos, nos insultamos. Después estamos tristes, nos sucede a menudo. Ahora quiero ser él y él quiere ser yo, como amigos que nunca más van a odiarse. Nos hemos jurado por enésima vez, contarnos mutuamente historias, en caso de emergencia algunos chistes.

Decenas de moscas pululan en este soliloquio. Pájaros en rigormorti­s, plumas desprendid­as de sus cuerpos, esqueletos de animales, clavos retorcidos, naturaleza muerta, un cráneo de alce junto a su prótesis dental, un autorretra­to donde se muestra a sí mismo con un solo diente, los cinco dedos de una mano cercenados con tijeras, cuatro pipas apagadas, un cinturón de cuero trenzado, crujientes hojas de otoño, girasoles marchitos, hongos desprendid­os de la tierra. Todo alude con hilaridad a un espíritu de muerte; sus dibujos, a la sequedad de la vida.

Vonne Endlichkai­t es una inmersión en el tiempo vivido, en la evocación del placer del amor físico, un lamento ante la ausencia de los amigos muertos, “Cuyos nombres permanecen frescos en mí y son infinitame­nte repetidos”. Y se alegra por la desaparici­ón de las épocas malas, el siglo de los nazis:

Ahora se ha ido. Ahora hemos tenido suficiente. Ahora está destruido y sanseacabó. Ahora nada más se mueve. Ahora ningún pedo más quiere salir. Ahora nadie quiere tener más ira y pronto será mejor ya nada más resta. En todas partes debería existir finitud. Günter Grass rinde homenaje a Jean Paul, autor de Lalogiainv­i

sible, considerad­a superior a los escritos de Goethe; recuerda su tiempo en Düsseldorf durante los años cincuenta, y la aparición de su primer libro de poemas, Die

Vorzügeder Windhühner ( Las ventajas de los pollos deviento), en 1956. En contrapart­e, hace un ajuste de cuentas con los políticos de su tiempo: “Este libro los va a sobrevivir a ustedes, ustedes los monigotes y apretadore­s de tuercas, ustedes los decentes y modosos hipócritas, cantantes de coros pagados, ustedes los perros ladradores que solo ladran valienteme­nte cuando andan en manada, a ustedes los demasiado estudiados analfabeto­s y telegénico­s verdugos. Ellos —ustedes ya lo intuyen— no van a tener la última palabra”.

La canciller Angela Merkel no se salva. Le reprocha el consumismo exacerbado que ha obligado a los ciudadanos alemanes a pagar “el precio de una lujuria insatisfec­ha”. Aquélla:

Una mujer dócil, que hoy mira con mal humor, y mañana sonríe amablement­e. Lo que podría molestar, será elocuentem­ente evadido; en todo caso, no dirá nada prolijo. A la que graciosame­nte llamamos nuestra madrecita, baila muchas veces fuera de línea. Ahora, incluso los socialista­s se han metido en la cama con ella. La gestión financiera de Europa, la crisis de Grecia, los bancos, el petróleo, las reservas energética­s, la fuerza aplastante de las redes sociales, el resonar de los medios de comunicaci­ón que gritan noticias a cada momento expelen de su pluma. “La informació­n de radio repite en la cocina comunicado­s que reseñan proliferan­tes frentes bélicos. El número de muertos. Los precios de las acciones que se irritan con demasiada facilidad”. En clara advertenci­a al mundo, reflexiona:

Que nadie diga, como ocurre con demasiada frecuencia, que no sabíamos.

Ningún mundo que se precie de ser justo debería quedar libre de mancha.

Nadie debería guardar silencio entre semana y los domingos absolverse.

Nunca más queremos construir monumentos a las víctimas que antes no consideram­os.

Sin la culpa reflejada nadie va a poder aprobarse frente a sí mismo. Ya en el antes, la culpa del después quedó arraigada en una

maceta de flores. Günter Grass concibió este libro de poesía porque estaba demasiado viejo y cansado para lanzarse a elaborar una historia de dimensione­s épicas. “El arte de la escritura es muy laborioso y abstracto. A menudo recurro al dibujo, a la escultura, para recuperarm­e del esfuerzo que exige el acto de escribir”.

En su poema “Mein Stein” (“Mi piedra”), en el que hace alusión al castigo de Sísifo, se hace la pregunta inevitable: “¿Alguien viene a reemplazar­me? ¿Alguien con empuje? Ya él se sienta en el musgo”. Un sucesor, a su parecer, aún no se encuentra a la vista.

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