¡Oh!, ¿qué fue de tantos candidatos?
Apenas han pasado dos o tres días de transcurrido el domingo 7 de este mes caprichoso en tanto que frecuenta y alterna tormentas, tornados y granizo, y, a la vez, horas de sol, de calor y cielos azules. Ya pasó el glorioso día séptimo en el cual el ciudadanaje fue a depositar los votos en las urnas, o más bien en las cajas de plástico más o menos transparentes a las que se da ese nombre que suena con tono funerario. Ya es cosa de ayer y hasta de anteayer la jornada electoral a la cual, con buen ánimo sonriente, el primer mandatario del país ha llamado fiesta —palabra que algunos comentaristas, como contagiados del programado entusiasmo político, han extendido a frases como: “fiesta ciudadana”, o “fiesta cívica”, o “fiesta nacional” o incluso “fiesta patria”—, y acaso se podría decir que ahora a Esmógico City le toca el tiempo de la “cruda”, pues ya se están viendo por calles, avenidas y plazas las brigadas recogedoras de toneladas de la (¿festiva?) propaganda candidatal, a la que un colega cronista de un periódico, propasándose, sin duda, ha llamado “basura electorera”. Es decir que ya no veremos, en paredes y postes y puentes y cables de toda la ciudad, los rostros autocelebradores de señoras y señores que intensamente candidateaban proponiéndose y autoglorificándose como imprescindibles para el progreso, el bienestar y la fe ideológica del ciudadanaje. Y ya, aparte de que algunos candidatazos sean conocidos por una suficiente biografía anterior, la gran mayoría de esos rostros han empezado aceleradamente a desaparecer de la memoria… y no se diga de la Historia.
Es lo que pasa en las fiestas, sobre todo en las de algunas películas hollywoodenses de trompeteado estreno: hay rostros que parecen destinados a ser inolvidables, llegados para quedarse como astros y estrellas por años, por décadas, acaso durante siglos… y no pasa ni una semana y ya se han desvanecido en el olvido, y no se les recuerda ni siquiera como figurantes más o menos fotogénicos.
SicTransitGloriaMundi, que diría un pedante. O como decía don Jorge Manrique el poeta elegíaco de hace muchos ayeres: “¿Qué se fizo el rey Don Joan? Los Infantes de Aragón ¿qué se ficieron? ¿Qué fue de tanto galán? ¿Qué de tanta invención que trujeron?”