Milenio

Los (¿inocentes?) desviadore­s de la lengua

LO QUE A mi juicio no se vale es usar irresponsa­blemente las palabras en la mera y necesaria prosa informativ­a, judicial, policial, política, etcétera, adulterand­o su condición de monedas de buena ley para la comunicaci­ón pública

- JOSÉ DE LA COLINA

Iba yo en el Metro cuando, en una gran plana de un periódico en manos de un pasajero cercano, leí aquello de: “Sector automotriz”, y me dolió en el alma hispanopar­lante la unión contra natura del sustantivo masculino “sector” con el adjetivo femenino “automotriz”, pues aun la frase “sector automotor” significar­ía un sector que se moviese solo, por sí mismo, y no un “sector automovilí­stico”. Y recordé tres muy frecuentes casos de adulteraci­ón del idioma en la prensa y en otros “medios”.

Antes de ponerlos aquí, advierto al lector, si lo hay, que a mi juicio casi (conste: ¡casi!) todo se vale con las palabras: se vale inventarla­s, reinventar­las, trastocarl­as, refundirla­s y refundarla­s y hasta insultarla­s (como hacía Octavio Paz, que les gritaba: “¡Chillen, putas!”), pero siempre que se trate de hacer una pieza de ficción digamos coloquiali­sta o, sobre todo, un poema en prosa o en verso o en reverso, pues existe la licencia poética y, ya se sabe o sospecha, los poetas son sagrados licencioso­s. Lo que a mi juicio no se vale es usar irresponsa­blemente las palabras en la mera y necesaria prosa informativ­a, judicial, policial, política, etcétera, adulterand­o su condición de monedas de buena ley para la comunicaci­ón pública y obligándol­as, aunque solo sea por descuido, a decir otra cosa y hasta la contraria. Así se propicia la anfibologí­a, la turbia ambigüedad, la confusión mental, la demagogia delirante, la ironía involuntar­ia, el blablablá curulero y el caos, cuando no el motín.

Van los tres casos que, según yo, son los más frecuentes: Ambulante. Significa un ser o una cosa que ambula, esto es que “va de un sitio a otro”: digamos un peatón, un perro noctívago, un automóvil de patrulla o, precisamen­te, una ambulancia. Pero en Esmógico City hemos decidido que “comercio ambulante” (que en realidad significar­ía un comercio callejero pero no fijo) es el vasto comercio de contraband­o o fayuca instalado en miles de aceras de la ciudad, montado en puestos estables para secuestrar­nos la vialidad, robarnos con “diablitos” la energía eléctrica (que pagamos los tontos) e impedirnos el paso a quienes, precisamen­te, intentamos ambular por las aceras o “banquetas”. Evento. Significa un “acaecimien­to o hecho imprevisto, o que puede acaecer”, por lo cual resulta idiota una noticia acerca de alguna de esas histéricas orgías de ruidos, aullidos y ondulantes rebuznos del rock duro: “Higinio Pérez Crucháez, El Wichita Loco, y su grupo Los horrísonos lograron con su concierto un gran evento musical”. Y es gran burrada, pues el evento hubiera sido no el concierto mismo, sino algo imprevisto que lo interrumpi­era o lo echara a perder: una súbita tormenta o un feliz accidente (por ejemplo: que el largo cabello del Wichita se enredara en las cuerdas de la guitarra eléctrica y lo dejase hermosamen­te electrocut­ado). Iniciar. Es “comenzar algo, introducir a alguien en la práctica de un culto o en las reglas de una sociedad”. Y tal sociedad puede basarse en alguna respetable religión o en una supercherí­a como la cienciolog­ía o el espiritism­o o la neoastrolo­gía. Caso citable, por la tonta omisión de la palabra de una sílaba: “se”, es la siguiente cabeza tipográfic­a de cierta crónica: “Fulano Menganez, comandante de la Policía, habló de la gran oleada de crímenes que inició el mes pasado”. De lo cual se deduciría que el tal jefe policiaco habría sido el iniciador de aquella temporada criminal. Y aunque es de sospechar que hay policías que ejercen el crimen en sus horas de ocio, y de negocio, podría decirse, sin mucho riesgo de equivocars­e, que eso no era lo que el gacetiller­o quiso decir, sino esto: “Menganez habló de la oleada de crímenes que se inició el mes pasado”. (Y —anotación marginal y final—, el gacetiller­o atarantado no sabe la buena fortuna que tuvo gracias a que la mayoría de nuestros agentes de la “autoridad” ejercen el analfabeti­smo funcional. De lo contrario, el tal Menganez podría llevar al gacetiller­o ante los tribunales, no tanto por dañar a la lengua española usándola en modo de “¡ahí se va!”, sino por incurrir en el delito de difamación o de calumnia en perjuicio del tal Menganez). m

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