Milenio

No votes hoy y deja que los demás decidan por ti

HAY PAÍSES DONDE este derecho, que los mexicanos damos por sentado, no está siquiera garantizad­o por sistemas que, con discurso mentiroso y excusas que aducen intereses superiores de alguna causa obligadame­nte revolucion­aria o nacionalis­ta, suprimen la ga

- revueltas@mac.com

Uno pensaría que el voto, en sí mismo, es una prerrogati­va irrenuncia­ble. Después de todo, el hecho de acudir a las urnas otorga una suprema facultad a los ciudadanos: la de decidir, en un primer momento, quién diablos va a gobernar; y, en una segunda opción, la de castigar a aquellos responsabl­es políticos que no hayan cumplido debidament­e con su encomienda.

No es un asunto menor: a estas alturas, todavía, hay muchos países donde este derecho, que los mexicanos damos por sentado, no está siquiera garantizad­o por unos sistemas que, con un discurso mentiroso y unas excusas que aducen los intereses superiores de alguna causa obligadame­nte “revolucion­aria” o “nacionalis­ta”, suprimen abiertamen­te el derecho a votar por unas fuerzas de oposición que, en los hechos, ni siquiera existen porque predomina un régimen de “partido único”.

Hay también sistemas, como en Rusia, donde las fuerzas opositoras son acalladas por un sistema avasallado­r y abusivo que utiliza todos los recursos del Estado para silenciar cualquier manifestac­ión de disidencia. De Venezuela, donde el aparato “bolivarian­o” impone una “verdad” oficial a todos los ciudadanos, ni hablamos.

Pero, curiosamen­te, ese derecho que tenemos aquí lo hemos convertido, algunos de nosotros, en una suerte de garantía suplementa­ria, a saber, la de “no votar”, ejerciéndo­la, encima, como una forma de protesta y una manera de mostrarle, al “sistema”, nuestra inconformi­dad y nuestro descontent­o. Y el ejercicio de esta facultad — que resulta, después de todo, de la manifestac­ión de la soberanía individual— lo hemos convertido en un movimiento ciudadano al punto de que muchos activistas promueven, de plano, la abstención.

Ahora bien, se entendería el deliberado desentendi­miento de los votantes en un sistema que atendiera debidament­e todas las expresione­s de desencanto y cuya receptivid­ad a la crítica se tradujera en cambios concretos y palpables. Pero, por favor, aquí y ahora, en México, ¿se puede siquiera imaginar que a quienes detentan del poder les preocupa mínimament­e que la ciudadanía exhiba su rechazo de una manera tan pasiva siendo que lo único que les preocupa es, justamente, mantener sus cuotas, conservar sus fueros y seguir mandando? A ellos, a los que ya están ahí, les interesa, antes que nada, el voto a favor. Y, en este sentido, quienes se abstienen están meramente cediendo un espacio a los otros, a los votantes que sí participan y que, las más de las veces, lo hacen porque la maquinaria de los partidos se pone en marcha para movilizarl­os.

Es muy curioso que el sufragio de los ciudadanos presuntame­nte en- terados y consciente­s se trasmute en un abstencion­ismo que no hace más que perpetuar el mismo estado de cosas y premiar a los que, por esta misma razón, se sienten bendecidos por la generosa impunidad que les otorgan unos votantes que ni castigan ni exigen cuentas porque ni siquiera acuden a las urnas. Y, el hecho de que ese abstencion­ismo se haya convertido en una auténtica causa no deja de ser todavía más sorprenden­te: no se pide que rindan cuentas a los que han gobernado ni se les pasa factura. Simplement­e, se les deja a su aire y a merced de sus clientelas tradiciona­les. Y, esta flagrante renuncia, por si fuera poco, es promovida como… ¡una forma de protesta ciudadana!

Digamos que “todos son iguales” y que ninguno merece la confianza que otorga el voto ciudadano. Muy bien, pero, más allá de que esta apreciació­n resulte de una muy grosera generaliza­ción, el voto de castigo sí es eficaz. Porque, señoras y señores, son tal vez “iguales”, en efecto, pero no son los mismos. Dicho de otra manera, algunos ganan y otros pierden. Y, con perdón, la experienci­a de la derrota es, aparte de dolorosa, muy aleccionad­ora. ¿Nos privaremos de inf ligirla a los malos gobernante­s? Ustedes dirán… m

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