Un buen motivo para votar
VOTAR NO ES avalar la miseria de la clase política, sino ejercer un derecho, mantener abierta la posibilidad del cambio democrático; es valorar, frente a grupos como la CNTE, que la más imperfecta convivencia democrática es mejor que su autoritarismo
Hay muchos motivos para pensar que la clase política mexicana es una de las peores del mundo: su corrupción infinita, su oportunismo ramplón, sus personajes grotescos y hasta demenciales, así como la impunidad de la que goza, parecen confirmarlo todos los días. De uno y otro partido — quien más, quien menos— parecen empeñados en demostrar que siempre se puede ser peor, que tras la mentira está otra mentira y que, sobre ésta, siempre es posible montar una más abanderando todas las causas justas, llenándose la boca de promesas imposibles de cumplir, exaltando demandas por todos sentidas, hablando sin ningún escrúpulo del futuro de nuestros hijos, o directamente de sueños guajiros y muchísimas estupideces más que demuestran el concepto en el que nos tienen a los electores (algo así como una masa informe de lobotomizados a los que se les puede decir cualquier cosa).
Existen también razones para creer que la alternancia en el poder presidencial no ha significado ninguna diferencia relevante: la llegada del PAN al poder o el regreso del PRI no ha traído los cambios esperados por la gente en materia de justicia, crecimiento económico o seguridad. En los estados las cosas suceden del mismo modo, incluso con gobiernos que se presumen de izquierda. Coloquialmente, las vueltas y las idas del poder no demuestran otra cosa más que la misma gata, muy revolcada, que ya se sabe todos los caminos por andar.
Me quedo corto seguramente en la presentación de este paisaje político, porque habría que añadir la profunda descomposición que supone la narcopolítica y sus distintos grados de penetración en instituciones, gobiernos y partidos (y si no somos ingenuos seguramente también algunas organizaciones radicales armadas y sus brazos políticos).
Y en medio de todo, tenemos un gobierno pasmado, lleno, por un lado, de muchachos sobresalientes de las mejores universidades, pero incapaces de reconocer y analizar atinadamente un país que pareciera les es ajeno; y, por otro, de los vividores de siempre, una gruesa capa de funcionarios ineptos que simplemente ven por sus negocios en cada una de las áreas en las que fingen servir al país.
Para colmo, las campañas electorales han estado plagadas de los peores vicios. El golpe bajo es la regla, y las reglas —insisten en demostrar los partidos— fueron hechas para ser rotas o ignoradas. Incluso la única institución que venía conteniendo la efervescencia de este miasma de la politiquería, el Instituto Nacional Electoral, ha resultado dañado severamente en su imagen por escuchas ilegales y sus no pocos enemigos internos y externos.
Así las cosas, tenemos muchos elementos para estar no solo desencantados e indignados, sino también para pensar que lo mejor sería no salir a votar mañana o, ya estando en la casilla, votar por Homero Simpson. No votar o incluso anular el voto suena lógico, pero no me parece sensato. Es más, luego de ver cómo la CNTE, aprovechando este clima de hartazgo y decepción, intenta obstaculizar el proceso electoral por lo menos en las entidades donde tiene presencia, me parece una idea peligrosa. Porque ellos no están llamando a no votar —a lo cual tendrían derecho— sino que están destruyendo la papelería electoral y se proponen, por la fuerza, impedir que la votación tenga lugar. Y siendo una acción fascistoide (digna de los gorilas de Centro y Sudamérica en los años sesenta y setenta), me sorprende que haya “intelectuales comprometidos” que la justifiquen o abiertamente la avalen. A pesar de todas las cosas terribles que podemos enumerar, nuestro país todavía se distingue por un grado de libertades y derechos que, por increíble que les parezca a los más desinformados, nos distinguen de esa parte del mundo sumida en luchas fratricidas y donde impera el caos y la ley del más fuerte. La posibilidad de ejercer el voto me parece que es una señal de que no vivimos en el peor de los mundos posibles. Quien crea lo contrario debe echar un vistazo a otros lugares donde votar sigue siendo un sueño; quien aplaude que una turba de vándalos queme papelería electoral debe detenerse a pensar si eso no abre la puerta a escenarios de autoritarismo que por el momento estamos solo acostumbrados a ver en otras latitudes.
Creo que votar no es sinónimo de avalar la miseria de nuestra clase política, sino ejercer un derecho, defender un espacio común, mantener abierta la posibilidad del cambio democrático; votar es valorar, aquí y ahora, sobre todo de cara a grupos como la CNTE, que la más imperfecta convivencia democrática es mejor que la intolerancia y el autoritarismo que ellos abrazan.
El acto de no votar tiene sin cuidado a los peores políticos mexicanos, porque no son castigados ni aprobados; en el peor de los casos son ignorados y eso les da igual (así la inmensa mayoría no votara, con unos cuantos votos alguien será nombrado diputado o gobernador, votos que ya tienen asegurados con su clientela). Anular el voto es lo mismo: no les afecta a los hampones que de todos modos saben que llegarán porque ya compraron o garantizaron por diversos medios un número de votos que los favorecerán.
Las cosas no cambiarán solas. Y mucho menos por no ir a votar. La mejor opción, entonces, sigue siendo votar inteligentemente: buscando equilibrios, contrapesos, que no ganen los mismos de siempre, que tengan oportunidad otros, en fin, calculando diferentes posibilidades con nuestro voto. Pero sobre todo —y esta me parece la mejor razón— hay que salir a votar para evitar que los que no creen en la vida democrática puedan creer también que nos lo pueden impedir mediante amenazas o el vandalismo. m