Milenio

El Jarrito

- * Escritora. Autora de la novela SeñoritaVo­dka (Tusquets)

Sin fondo, como la noche encharcada de la que beben todos los perros sarnosos y solitarios. Llevo dos calles siguiéndol­o, no me atrevo a detenerle, hace más de 20 años que bebemos en los mismos sitios, hoy luce más viejo, su pierna renca es la misma, apenas hace dos noches le grité en El Toro Feliz, sitio que resiste en la esquina de Mirón número 234 y Circuito Interior, se negó a prestarme diez pesos para tres canciones. Me alejo un poco, atravieso, la distancia entre la acera de enfrente y el bar es muy corta. Desde ahí puedo verlo, recorre el lugar con la vista, nadie conocido, entra, segunda mesa pegada a la pared. Las dos Marys son inmortales, la de día, la de noche, en los dos turnos hay cariño, cada vez que traen una cerveza escuchas la palabra “mi amor”, no importa si eres hombre o mujer, un tono dulce y cariñoso que no es fingido, también escucharás “reina, bombón”, pese a las horas que pasan sirviendo tragos, cansancio o rutina, jamás se escucha falso. Una belleza, curtida, solitaria, la madera que cruje en el tapanco, las mesas de madera pesada, mientras observo no puedo evitar pensar que todo es necesario en el mundo, la cosa más pequeñita, el suceso más extraño o insignific­ante puede darte los próximos diez años de tu vida, los que desdeñan las moneditas que quedan tras la parranda odian la vida. Aquí las fronteras entre las mesas son apenas visibles, al cruzar la calle estarás en otro Centro.

Allende es una calle vieja, demasiado vieja para aprender trucos nuevos, tiene los años suficiente­s que le impiden deslumbrar­se con nuevos corderitos disfrazado­s de lobos, esos bares pijos no duran, su música estridente aburre, su clientela se cae en la primera bronca. Allende esquina Donceles. Norma tras su barra es la dueña de la noche de esa calle, protagonis­ta de todos los boleros, virgen de medianoche, mujer con ojos felinos bravos que decide si bebes o no el último trago en su cantina. Aquí no te atrevas a hacer un espectácul­o de mal gusto, te van a sacar, no será en personal, los fieles bebedores que defienden su cantina no dudarán en tirarte a la banqueta. Todos somos amigos, nos conocemos, sabemos qué esperar. Hermosas diosas son las Mary, su mano santa no permite la mala copa, reparo en su belleza intacta, el cabello largo negrísimo, los ojos y el rostro de niña de Mary de noche, la sonrisa preciosa de Mary-día, sus manos bien cuidadas. ¿Quién? ¿Quién puede decidir lo que puede ser sustituido sin equivocars­e o esquivar lo trazado?, ninguna persona tiene el poder de entender o de acertar al elegir qué se tumba o qué se erige en una ciudad de sacrificio, sangre, amor, en esta calle han tumbado recintos sacros, para el borracho la reunión en su cantina es como para el budista la compasión. Observa, un envase verde helado le da dulce muerte, niega con la cabeza, es tan cabeza dura que rechaza la botana. Se llenará el estómago jodido de cerveza, no comerá. Es momento de entrar, pidió otra cerveza, Mary de día se acerca al verme entrar. Me siento en la mesa habitual, la primera, justo en la entrada. Le pido que me cambie unas monedas para la rockola. Cuando regresa pongo las canciones que no puse hace dos noches. Al regresar a mi mesa levanto la cerveza, brindo con él. No levanta la vista de su cerveza, me ignora. El silencio quiebra su muda garra, es el Ruiseñor de América, voz que regresa de la muerte, todos de alguna forma, en algún momento inevitable quedamos marcados con la muerte de otros, quedó herido por la muerte de su padre, mientras fabricaba una cruz para la tumba de la pequeña hermana de Julio, murió, ¿qué significa morir haciendo la cruz de un muerto?, ¿servirán las pastillas o el psiquiatra para descifrarl­o?, los que gastan su dinero en tratamient­os milagrosos para curar algo que no tiene remedio están descubrien­do el agua tibia, salud.

Julio tiene cinco años, un padre muerto, ¿qué hará?, cantar. Once años más tarde gana un concurso, un muchacho de 16 que comenzó a tocar como un juego, el vecino le prestaba la guitarra, sus instrument­os, gana en la radio, como esas historias que no existen, los infantes terribles mueren pronto. Apenas 18, decide vivir con Irene, una temporada feliz da paso a más muertos, su bebé de apenas ocho meses deja la vida. En La Lagartera, esquina de serenata arreglada, comienza a acompañar a otros músicos con su guitarra. Esa esquina tiene un alma gemela en ese Garibaldi que ya no existe, pobres y ricos, bajo la lluvia o sol con cáncer piden canciones, esa esquina permanece, alguna noche un músico ecuatorian­o que conocí en San Cosme cuando le hablé de La Lagartera me abrazó, “embruja, igualito que el desamor, siempre acudieron para recuperar a sus mujeres, cuando las tienen no les cantan, no les dan amor, no las acarician, las desprecian, lo mismo las mujeres, cuando los pierden piden que todo sea igual que antes”, nunca olvidaré su sonrisa, nos hermanó un recuerdo, “rondando siempre tu esquina, mirando siempre tu casa”, el traje rojo del trío que le acompaña en un viejo programa de Pedro Vargas viene a mi memoria, Raquel Olmedo sale en el video, es una trampa, pido una ginebra corriente, está helada, el agua tónica baja por mi garganta disfrazand­o el rasposo tufillo, no caeré, mi padre frente a su vodka tónic, cantando una canción de Julio Jaramillo, “Pobre corazón que no la olvida, me la nombra con los labios de su herida. La mariposa del dolor cruza en la noche de mi vida”, mujeres de rabiosa belleza que han dejado sin alma a muchos hombres, pienso en algunas amigas, una es veracruzan­a, todos tratan de hablarle en inglés, es ultra rubia, “loco: hablo español, no me chingues”, jamás he escuchado que nadie le falte al respeto, ni en los bares más piojosos que frecuentam­os los pelados hombres a los que les gusta mirar mujeres no la acosaron con frases ofensivas, lo más dirty que le han dicho es: “güerita”, palabra que a ella le molesta, reconoce su belleza, si alguien le dice “reinota chula” a Pola, sonríe, les invita un trago, sus piernas duras en shorts o falda corta apantallan al lacra más rudo.

¿Acusarían de necrófilo a Jaramillo por llevarse el rígido esqueleto de su amante?, coronar de flores una osamenta no es de 2015, besarlo es una perversión asquerosa en estos alocados años, ¿en qué momento nos volvimos seres tan fácilmente ofensibles, críticos y asustadizo­s?, la palabra “ofensibles” no existe en el diccionari­o, no importa, quiero que entiendas, ¿tenemos demasiado tiempo libre que alimenta nuestras neurosis? Mary de noche ha llegado, cerramos cuenta con Mary de día, poco a poco se van los estudiante­s, la vieja guardia se acomoda, pequeños grupos de comerciant­es, un joyero, el dueño de una mueblería, aquí la figura más constante es la del bebedor solitario, ¿qué me han dado?, siempre vuelvo aquí. Han pasado siete cervezas por mis manos, tres vasos de gin, cambio más monedas, vuelvo a poner una canción, “México tiene una cosa que no sé, el que llega de pronto no se quiere volver. Será porque le dieron a tomar tequila, el sabroso pulque”, una pandilla de chicas cuarentona­s hace caras mientras escucha la canción, es lógico, Calle 13 les parece un grupo grandioso, visten igual que su madre en los 70. Pago dos ginebras, tengo la seguridad de sentirme como Julio cuando dejó Ecuador para probar suerte en Colombia. Se acerca. —Puedo sentarme —Adelante. —No es pregunta. —Salud. —¿A quién me dijiste que me parezco?

—Siempre me preguntas lo mismo. Lamento lo de ayer.

—No te preocupes, ¿por qué te preocupas por pendejadas?

—No te pareces, ahora que te veo bien… no, no te pareces.

Se levanta enfurecido de la mesa, camina hasta la barra, se acoda, me invita una ginebra a la distancia. Nunca podré hablar con él, esa escena se repite en los últimos 20 años, jamás me pregunta otra cosa, conversaci­ón viciosa. Todos los que entramos aquí perseguimo­s nuestro abismo. Mi existencia es destrozo, pone una canción, “quiero comprarle a la vida cinco centavitos de felicidad, pagando con sangre y con lágrimas”, estamos marcados por alguien, aunque me mate la angustia nunca se lo voy a decir. Él sabe que se parece, sale del bar empuñando su guitarra, cantará canciones para recuperar a la mujer de otro. M

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