Vida sanchista en Marte
La misión de Inés Arrimadas se parece a la de Bruce Willis en Armageddon. Lleva meses tratando de perforar el meteorito Frankenstein que se dirige contra la democracia de 1978. Si Arrimadas logra filtrarse hasta el núcleo rocoso del sectarismo y reventarlo desde dentro con la única arma de la igualdad –del derecho a existir del otro–, la Constitución podrá tener una segunda oportunidad sobre la tierra. Lamentablemente, esta película la ha escrito el guionista y crítico Pablo Iglesias y la produce y dirige Pedro Sánchez. A estas alturas del drama ya sabemos que Moncloa sabotea el taladro de Ciudadanos para que no pueda desviar la trayectoria cainita del meteorito.
En Armageddon, el sacrificio del héroe salva a la humanidad; en España 2020, la inmolación de Arrimadas quizá haya agrietado la injustísima credibilidad del PSOE, pero muy pocos apuestan ya por la supervivencia del centro. Así que habrá impacto seguro entre las dos Españas, que ya no son izquierda y derecha sino aquella que odia ser España y aquella que no. Y habrá que recoger los pedazos durante años.
A nadie, ni siquiera a Ábalos, se le escapan las diferencias entre un meteorito y el sanchismo. El primero supone un cataclismo cósmico, ajeno a la voluntad humana; el segundo es la obra consciente de un tipo que da empleo a una tripulación sin oficio ni vergüenza y espera sumisión a cambio. Ábalos destaca entre todos los sumisos. Pasó de abstenerse en la investidura de Rajoy a defender la moción de censura del inventor del no es no, como ha pasado de fijar la línea roja en Bildu y ERC a situar su responsabilidad de Estado –«Vamos a tumbar el régimen», «La gobernabilidad de España me importa un comino»– por encima de la del PP. Lo de culpar al PP no es muy original, pero parece lógico que en el Gobierno de un plagiario la originalidad esté proscrita. Ábalos no es más que el asistente de maquillaje de la funeraria que ahora ocupa el solar de Ferraz: su jefe le trae cada semana el cadáver caliente de otra causa que un día defendió ese partido, y Ábalos tiene que recomponer ante los medios esos cuerpos desfigurados después de cada siniestro. La alianza estratégica con Otegi –un profesional de los dos metros bajo tierra– le está exigiendo un singular derroche cosmético.
No es que la colisión sea inevitable: es que la colisión era el plan. Pronto la temperatura económica bajará drásticamente y todos los estratos institucionales quedarán irreconocibles. Sánchez confía en que así se extingan al fin los dinosaurios. Es decir, los constitucionalistas. En cuanto a él, está convencido de que puede vivir en Marte.
La misión de Inés Arrimadas se parece a la de Bruce Willis en Armageddon