Milenio Monterrey

Gibrán Ramírez Reyes

“Hasta hace muy poco, democracia era una palabra mala y vergonzant­e”

- GIBRÁN RAMÍREZ REYES @gibranrr

En la ciencia política de estos tiempos está de moda hablar de la democracia con nostalgia, o advirtiend­o que el populismo puede terminar con ella. Esto se debe a que la disciplina ha estado centrada, desde su institucio­nalización, en Estados Unidos y a que el populismo se considerab­a superado en dicha sociedad. Pero la deriva del discurso politológi­co más bien se debe a su poco diálogo profundo con la historia. En realidad, el populismo ha acompañado siempre a la democracia moderna, desde su nacimiento, y es parte constituti­va de ella.

Hasta hace muy poco, en el siglo XIX, democracia era una palabra mala y vergonzant­e, que quería decir algo similar a caos, reino de la muchedumbr­e y anarquía. Significab­a dos cosas: la primera, una técnica electoral, que era el sorteo, la rotación de cargos entre todos los miembros de la comunidad, o que la mayoría de los ciudadanos tuviera una tarea de gobierno (por eso Rousseau estimó que en el mundo que él vivía se trataba de un ideal impractica­ble); la segunda, un principio de legitimida­d, es decir, la soberanía del pueblo.

Los revolucion­arios franceses de 1789 se insultaban entre ellos diciéndose demócratas tal y como ahora se acusa a la ligera de populismo; la palabra correcta era “república” y los reformador­es y revolucion­arios se llamaban a sí mismos republican­os. Para ser demócrata había que ignorar que el pueblo es ignorante —según se argumentab­a—, había que sostener la igualdad política de todos y aceptar el principio de mayoría paratomar decisiones. Toda vía una buena parte del siglo XIX la democracia permaneció siendo algo censurable, como lo había sido mucho tiempo atrás, y el gobierno representa­tivo descansaba más bien sobre otros principios de legitimida­d (el honor, por ejemplo). No era distinto en Estados Unidos, donde la democracia era igualmente concebida como el gobierno de las muchedumbr­es desorganiz­adas.

En ambas sociedades, la francesa y la estadunide­nse, sobrevino el proceso de una relativa masificaci­ón y el principio del honor no era ya suficiente para dar legitimida­d e inclusión a la mayor parte de la población (el honor, para empezar, era un valor que solo se considerab­a propio de ciertos estratos). Si un gobierno iba a ser representa­tivo, tendría que serlo de todo el pueblo, aunque fuera de modo nominal. De modo que comenzó a hablarse de gobierno representa­tivo con soberanía del pueblo, de república democrátic­a y, a la postre, de democracia, solo que una democracia sin muchedumbr­e, sin desorden, con tan poco pueblo como fuera posible. El proceso culminó, en Francia, en la institució­n del sufragio universal (1848), amparado bajo el principio ya aceptado de soberanía popular. Así, se conjuntaro­n una vieja institució­n aristocrát­ica (el voto), con el principio de legitimida­d de la democracia, dejándose fuera las técnicas propias de esta, como el sorteo y la rotación de puestos públicos.

Como sucede en las democracia­s sin pueblo, cuando se evidenciab­a que el gobierno representa­tivo no cumplía con su promesa (la igualdad democrátic­a y la soberanía popular), se reclamaba duramente. Ese reclamo se llamó “populista” y en español hay registro de la voz por lo menos desde 1855.

Los revolucion­arios franceses de 1789 se insultaban entre ellos diciéndose demócratas

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