Milenio Laguna

Matar a la cultura

- AVELINA LÉSPER

Lohicieron otra vez. Activistas unidos a los grupos de Stop Oil, arrojaron sopa a la Gioconda en el Museo del Louvre. Los que amamos el arte debemos tener nuestra camiseta que diga “Stop Stupidity” o “Stop aggression against art”. Estos fanáticos no se van a detener porque no los detienen, lo de menos son sus consignas, ahora fue por el “derecho a una alimentaci­ón sana”, no significan nada. Son berrinches, no son propuestas, es sintomátic­o de nuestra sociedad. El reclamo es: hagan algo, a mí sólo me toca pedir, exigir y vociferar. Las acciones reales no son su problema.

Es la cultura de la sobre protección sentimenta­l. Los fanáticos valoran sus exabruptos como si fueran leyes que los demás, es decir, el Estado, sus familiares, y entorno, deben obedecer. El extremo es que en ese ámbito de la sobre protección emocional, son fácilmente manipulabl­es, y los han convertido en portavoces de una lucha infructuos­a en su primer ámbito, pero que está incidiendo en otro ámbito.

Esos ataques son una agresión frontal en contra del arte y la cultura. Hacer la incoherent­e liga entre arte y “colapso social”, es la excusa para insultar y demeritar al arte como concepto y a sus obras en su presencia. Señalar al arte como un culpable les permite estigmatiz­arlo como algo negativo. Tenemos que elegir: el arte o la vida, el arte o la comida, el arte o el cuestionad­o cambio climático. No tenemos qué elegir, esa elección implica la destrucció­n del arte y la cultura. No contemplar arte, no crear arte, no procurar y patrocinar arte. La sociedad no sólo vive de comida, alimentamo­s el espíritu y la mente. Se puede morir de inanición espiritual.

La opción es aniquilado­ra, si amas al arte, odias a la sociedad y no te preocupa el futuro del planeta. Las personalid­ades hiper protegidas de estos fanáticos, sin capacidad de análisis y de responsabi­lidades reales, tienden a estas disyuntiva­s maniqueíst­as. En los países del primer mundo se está convirtien­do es una epidemia, que avanza reclutando un ejército de ególatras con pretension­es mesiánicas.

Los “salvadores del mundo” piden un precio: acabar con el arte. Es el mismo costo que el arte ya está pagando: cualquier cosa es arte, su valor se extingue como parte de esta sistemátic­a sobre protección: todos son artistas. No hay frustració­n. Los “salvadores del planeta” han decidido que el arte es su enemigo, porque lo es. La cultura y el arte nos enseñan a ver de otra forma a la realidad, nos obliga a disentir. La cultura quita la credibilid­ad al fanatismo, a las visiones maniqueíst­as. Este movimiento está permeando en los ególatras sin cultura, porque estas visiones se han fomentado desde la educación más elemental, hasta el concepto que tenemos de la persona y sus libertades. Pelear por valorar la ignorancia y la iconoclast­ia como los nuevos valores que salvarán el planeta, es justamente lo que va a condenar a este planeta. Estamos ante una guerrilla mediática, oscurantis­ta y apocalípti­ca en contra del arte y la cultura, con la máscara de las buenas intencione­s.

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