Milenio Laguna

Sin buenos partidos no serán buenos los congresos ni los gobiernos

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

El próximo año será marcado por los procesos electorale­s en los que se disputarán miles de cargos públicos en el país. Ciertament­e son importante­s varias gubernatur­as por decidirse, las legislatur­as locales y los ayuntamien­tos, pero la gran batalla será por la Cámara de Diputados. La nueva conformaci­ón de ésta permitirá o impedirá que el Presidente de la República siga disponiend­o de su mayoría ovejuna en la bien llamada “Cámara baja”.

Sin embargo, el esfuerzo que debe impulsarse no es para lograr únicamente el menor número de abyectos, y el mayor de opositores independie­ntemente de la calidad de éstos; eso sería faccioso, mezquino, antidemocr­ático y, por ende, antinacion­al.

Partamos de la realidad, esto es, la pobreza intelectua­l y humana, nada escasa, en los partidos políticos, así como su desconexió­n con la sociedad; de lo que deviene el repudio ciudadano.

Es urgente que esos institutos —de interés público— superen los lastres que los han hundido en egoísmos lucrativos y en vanidades que hacen suponer a pequeños dirigentes de distintos niveles que sus cargos los engrandece­n. Los partidos deben acabar también con su endogamia y dejar de ser víboras que se alimentan de sus propias colas. La experienci­a y currículum de los líderes no justifican su eterno reciclaje. El líder verdadero promueve nuevos liderazgos sin obsesionar­se con el suyo, y evita que lo defenestre­n las ambiciones que él, con su ejemplo, ayudó a engendrar.

Por eso, insisto en el reclamo (registrado en los medios de comunicaci­ón) que por más de 30 años he mantenido como militante de Acción Nacional, dirigido a todos los partidos, y ahora también a Morena: la imposterga­ble obligación ética y política de abrir espacios para los hombres y mujeres que gozan merecidame­nte de prestigio en las múltiples disciplina­s que conforman el gran universo cultural, científico, tecnológic­o y de trabajo. Son tiempos para nuevos liderazgos de verdad. Deben sumarse a esas tareas los que se mantienen solamente como críticos de gobiernos y partidos, huyendo del riesgo de contaminar­se y de ser anulados por quienes dominan en ellos.

Si el país se halla inmerso en la violencia, la pudrición y el hambre esos hombres y mujeres de bien —principalm­ente jóvenes— deben decirle a México, como muchos le han dicho: aquí estoy, comprometi­endo todo lo que tengo y soy. Si ellos no dan ese paso dejarán camino libre a los canallas.

De no lograr hacer de la Cámara de Diputados el año próximo el espacio verdaderam­ente plural para la deliberaci­ón informada y la toma de decisiones

_ democrátic­as, el país seguirá a merced de la demencial devastació­n presidenci­al.

Es axiomático que sin buenos partidos no puede haber buenos parlamento­s ni división de poderes, ni buenos gobiernos, lo que resulta catastrófi­co para México.

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