Sin buenos partidos no serán buenos los congresos ni los gobiernos
El próximo año será marcado por los procesos electorales en los que se disputarán miles de cargos públicos en el país. Ciertamente son importantes varias gubernaturas por decidirse, las legislaturas locales y los ayuntamientos, pero la gran batalla será por la Cámara de Diputados. La nueva conformación de ésta permitirá o impedirá que el Presidente de la República siga disponiendo de su mayoría ovejuna en la bien llamada “Cámara baja”.
Sin embargo, el esfuerzo que debe impulsarse no es para lograr únicamente el menor número de abyectos, y el mayor de opositores independientemente de la calidad de éstos; eso sería faccioso, mezquino, antidemocrático y, por ende, antinacional.
Partamos de la realidad, esto es, la pobreza intelectual y humana, nada escasa, en los partidos políticos, así como su desconexión con la sociedad; de lo que deviene el repudio ciudadano.
Es urgente que esos institutos —de interés público— superen los lastres que los han hundido en egoísmos lucrativos y en vanidades que hacen suponer a pequeños dirigentes de distintos niveles que sus cargos los engrandecen. Los partidos deben acabar también con su endogamia y dejar de ser víboras que se alimentan de sus propias colas. La experiencia y currículum de los líderes no justifican su eterno reciclaje. El líder verdadero promueve nuevos liderazgos sin obsesionarse con el suyo, y evita que lo defenestren las ambiciones que él, con su ejemplo, ayudó a engendrar.
Por eso, insisto en el reclamo (registrado en los medios de comunicación) que por más de 30 años he mantenido como militante de Acción Nacional, dirigido a todos los partidos, y ahora también a Morena: la impostergable obligación ética y política de abrir espacios para los hombres y mujeres que gozan merecidamente de prestigio en las múltiples disciplinas que conforman el gran universo cultural, científico, tecnológico y de trabajo. Son tiempos para nuevos liderazgos de verdad. Deben sumarse a esas tareas los que se mantienen solamente como críticos de gobiernos y partidos, huyendo del riesgo de contaminarse y de ser anulados por quienes dominan en ellos.
Si el país se halla inmerso en la violencia, la pudrición y el hambre esos hombres y mujeres de bien —principalmente jóvenes— deben decirle a México, como muchos le han dicho: aquí estoy, comprometiendo todo lo que tengo y soy. Si ellos no dan ese paso dejarán camino libre a los canallas.
De no lograr hacer de la Cámara de Diputados el año próximo el espacio verdaderamente plural para la deliberación informada y la toma de decisiones
_ democráticas, el país seguirá a merced de la demencial devastación presidencial.
Es axiomático que sin buenos partidos no puede haber buenos parlamentos ni división de poderes, ni buenos gobiernos, lo que resulta catastrófico para México.