Los agujeros del cielo
Desde estas primeras líneas cabe aclarar que el título que las precede, no se refiere a esa maravillosa bóveda celeste a la que llamamos “cielo”, que por cierto; “ni es cielo ni es azul”, como ha tiempo lo decretara amargamente algún científico aguafiestas, probablemente días después de ser bateado por su pareja.
No, al que me refiero es al llamado “cielo raso”, una especie de falso techo de tela encalada, que colocado a cierta distancia del verdadero, durante muchos años se solía instalar en las construcciones y cuyo propósito era crear un “colchón” de aire para hacer más frescas las habitaciones. Para ello, el cielo raso tenía 4 agujeros orlados con anillos de metal cada uno en una esquina del cuarto y a su vez, ubicados en el exterior algunos “respiraderos” protegidos con tela metálica.
Nací y habito todavía en una de esas viejas casas. Y un amanecer hace pocos días, en un momento de esos como de letárgico trasueño, reclinado aún sobre la almohada y abstraído en la penumbra del alba, me sorprendí contemplando en un rincón del cuarto uno de esos agujeros. De inmediato, cándidos recuerdos pueriles asaltaron mi mente.
Ahí se hallaban las fuentes de mis fantasías infantiles. Con apenas 6 años y desconocedor de su función térmica, para mí aquellos misteriosos agujeros era la guarida de toda clase de seres: arañas, “asqueles”, grillos, “moyotes” y en mi desbordante imaginación tal vez hasta murciélagos como los de Batman. Todos ellos eran mis cuates, compañeros cotidianos en mis noveles exploraciones de un mundo que apenas descubría.
Pero como siempre, no todo era felicidad y a veces la misma imaginación que me divertía me traicionaba y aquel espacio enigmático más allá de mis alcances se volvía el centro de mis terrores: genios malignos y monstruos de todo tipo, hacían crujir vigas y ladrillos en un atemorizante e interminable concierto nocturno.
_ Hoy, más de medio siglo después, viendo los agujeros del cielo pienso que muchos terrores de entonces y de ahora, habitan solo en esa amiga y enemiga que es nuestra imaginación. Es importante aprender a controlarla.
Nací y habito todavía en una de esas viejas casas