El eterno femenino
Un autor ahora olvidado consignó en su diario de tareas que todas las mañanas, después de realizar sus meditaciones, saludaba al eterno femenino que había en él. Julius Evola entendía que esos votos sellaban su mente contra los irritantes síquicos externos o los surgidos desde su interior.
Las tradiciones arcaicas se refirieron al principio femenino como el medio indispensable del ser humano para participar en lo sagrado. Y las antiguas civilizaciones del área mediterránea cuyos cultos eran los de la Gran Diosa atribuían a dicho principio la “clave” o la “bebida” de la vida.
Un texto alquímico del siglo XVI afirma: “Está escrito que la hembra disuelve al barón y el varón fija a la hembra. Es decir, el espíritu disuelve al cuerpo y lo ablanda, y el cuerpo fija el espíritu”. De ahí proviene un resultado: el andrógino o hermafrodita, que representa a la persona que pudo reunir, en un acuerdo razonable, sus partes masculinas y femeninas. Algo que las actuales agendas de género ni siquiera consideran.
Es constante el tema de la reintegración espiritual del hombre decaído y extraviado a través del principio femenino de aquellos nombres de diosas precristianas que ya nadie pronuncia: Ishtar, Mylita, Afrodita, Anaitis, Inini. Sin embargo, autoras como Simone de Beauvoir ven en todo esto un mito patriarcal levantado para convertir a la mujer en un objeto erótico y pasivo, quitándole su condición de sujeto activo.
Autores románticos y melifluamente misóginos del pasado reciente fundamentaron lugares comunes o estereotipos que justificaban diversas formas de opresión femenina (“tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho”, escribía sin ningún rubor un poeta decimonónico a su amada). Las mujeres debían ser presencias sublimes atiborradas de virtudes de cartón piedra: castidad, modestia, delicadeza, gracia, amabilidad, abnegación. La furia feminista que estallará justificadamente cien años después será una profilaxis justiciera.
En la concepción hindú, la Shakti representa el elemento femenino de todo ser y simboliza la energía cósmica, la madre divina enlazada a Shiva, principio masculino. Shiva y Shakti son uno. Las profetisas legendarias llamadas sibilas o pitias —hubo doce de ellas, como los apóstoles— podían profetizar al reunir los dos principios. Una vuelta de tuerca más para reiterar que sin esa completud, femenino/masculino, no puede darse la creación de nada.
El amor platónico distingue entre el deseo, el embeleso carnal y profano, o una realización distinta que intenta ir más allá de ello para alcanzar otra instancia: la Señora de la mente, una entidad femenina, eros, que despierta al amante a una vida nueva. El culto caballeresco del medievo radicaba en esto, que a la época actual parecerá incomprensible: los amantes debían transfigurarse en un principio de salvación mutua que superaba el cuerpo, la carnalidad.
Tiempo después, cuando Don Quijote concluya con el mundo caballeresco y lo parodie hasta terminarlo, volverá a aparecer la Señora milagrosa de toda virtud, Dulcinea del Toboso, y el genial loco enamorado, todo dulzura femenina y fuerza masculina, también redimirá a Tolosa y Molinera, las dos prostitutas de la venta donde será armado caballero, tratándolas como si fueran dignísimas damas. En ellas las convertirá.
La Beatriz de Dante es la mujer iniciática o la mujer del milagro, la gloriosa mujer de la mente, un poder activo que contiene el esclarecimiento, la iluminación. Ese símbolo es el del andrógino, del Uno que pone fin a la condición dual del individuo escindido, lo completa, lo acaba de hacer. A-mors se compone de a (sin), y mors ( muerte): la palabra amor significa sin muerte. Razón por la cual en el tantrismo el rol del gurú es atribuido a la mujer.
Las gotas caen una a una y los péndulos van de aquí para allá. “Es lo Eterno-Femenino / lo que empuja al cielo”, fueron las últimas líneas del Fausto de Goethe. La noción de género y sus estudios son una parte de la cuestión. Quedaron soslayados durante milenios los abusos contra las mujeres y contra lo femenino (algo que es cercano pero no exactamente igual), contra la naturaleza. Ahora llegaron a su punto de inflexión. El mal se ha desatado pero una conciencia pública creciente lo nombra y encara, resiste ante él.
El paralelismo entre el movimiento ecologista y el feminismo es una sincronía necesaria, necesidad extrema de un planeta y una sociedad degradados por la violencia de la conciencia masculina, la que alteró el Génesis para volverlo misógino e inventó la abstracción del dinero como deidad. En su primera novela Joyce hizo desear al protagonista salir de la historia. Hoy debemos desear salir de una condición de mundo catastrófica impuesta por el varón.
Invocar al eterno femenino, un nombre para alcanzar otros estados, permite salir de la conciencia masculina y llevarla más allá. “Disuelve y coagula”, aconsejaba la alquimia. Deshacer-rehacer. O sea, bajar la cortina del terminado mundo de la acción masculina y obtener levedad, una virtud que consiste en soltar lastre, peso muerto, en desagregar. El espíritu flota, no está fijado a la gravedad.