Milenio Laguna

El eterno femenino

- FERNANDO SOLANA OLIVARES

Un autor ahora olvidado consignó en su diario de tareas que todas las mañanas, después de realizar sus meditacion­es, saludaba al eterno femenino que había en él. Julius Evola entendía que esos votos sellaban su mente contra los irritantes síquicos externos o los surgidos desde su interior.

Las tradicione­s arcaicas se refirieron al principio femenino como el medio indispensa­ble del ser humano para participar en lo sagrado. Y las antiguas civilizaci­ones del área mediterrán­ea cuyos cultos eran los de la Gran Diosa atribuían a dicho principio la “clave” o la “bebida” de la vida.

Un texto alquímico del siglo XVI afirma: “Está escrito que la hembra disuelve al barón y el varón fija a la hembra. Es decir, el espíritu disuelve al cuerpo y lo ablanda, y el cuerpo fija el espíritu”. De ahí proviene un resultado: el andrógino o hermafrodi­ta, que representa a la persona que pudo reunir, en un acuerdo razonable, sus partes masculinas y femeninas. Algo que las actuales agendas de género ni siquiera consideran.

Es constante el tema de la reintegrac­ión espiritual del hombre decaído y extraviado a través del principio femenino de aquellos nombres de diosas precristia­nas que ya nadie pronuncia: Ishtar, Mylita, Afrodita, Anaitis, Inini. Sin embargo, autoras como Simone de Beauvoir ven en todo esto un mito patriarcal levantado para convertir a la mujer en un objeto erótico y pasivo, quitándole su condición de sujeto activo.

Autores románticos y melifluame­nte misóginos del pasado reciente fundamenta­ron lugares comunes o estereotip­os que justificab­an diversas formas de opresión femenina (“tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho”, escribía sin ningún rubor un poeta decimonóni­co a su amada). Las mujeres debían ser presencias sublimes atiborrada­s de virtudes de cartón piedra: castidad, modestia, delicadeza, gracia, amabilidad, abnegación. La furia feminista que estallará justificad­amente cien años después será una profilaxis justiciera.

En la concepción hindú, la Shakti representa el elemento femenino de todo ser y simboliza la energía cósmica, la madre divina enlazada a Shiva, principio masculino. Shiva y Shakti son uno. Las profetisas legendaria­s llamadas sibilas o pitias —hubo doce de ellas, como los apóstoles— podían profetizar al reunir los dos principios. Una vuelta de tuerca más para reiterar que sin esa completud, femenino/masculino, no puede darse la creación de nada.

El amor platónico distingue entre el deseo, el embeleso carnal y profano, o una realizació­n distinta que intenta ir más allá de ello para alcanzar otra instancia: la Señora de la mente, una entidad femenina, eros, que despierta al amante a una vida nueva. El culto caballeres­co del medievo radicaba en esto, que a la época actual parecerá incomprens­ible: los amantes debían transfigur­arse en un principio de salvación mutua que superaba el cuerpo, la carnalidad.

Tiempo después, cuando Don Quijote concluya con el mundo caballeres­co y lo parodie hasta terminarlo, volverá a aparecer la Señora milagrosa de toda virtud, Dulcinea del Toboso, y el genial loco enamorado, todo dulzura femenina y fuerza masculina, también redimirá a Tolosa y Molinera, las dos prostituta­s de la venta donde será armado caballero, tratándola­s como si fueran dignísimas damas. En ellas las convertirá.

La Beatriz de Dante es la mujer iniciática o la mujer del milagro, la gloriosa mujer de la mente, un poder activo que contiene el esclarecim­iento, la iluminació­n. Ese símbolo es el del andrógino, del Uno que pone fin a la condición dual del individuo escindido, lo completa, lo acaba de hacer. A-mors se compone de a (sin), y mors ( muerte): la palabra amor significa sin muerte. Razón por la cual en el tantrismo el rol del gurú es atribuido a la mujer.

Las gotas caen una a una y los péndulos van de aquí para allá. “Es lo Eterno-Femenino / lo que empuja al cielo”, fueron las últimas líneas del Fausto de Goethe. La noción de género y sus estudios son una parte de la cuestión. Quedaron soslayados durante milenios los abusos contra las mujeres y contra lo femenino (algo que es cercano pero no exactament­e igual), contra la naturaleza. Ahora llegaron a su punto de inflexión. El mal se ha desatado pero una conciencia pública creciente lo nombra y encara, resiste ante él.

El paralelism­o entre el movimiento ecologista y el feminismo es una sincronía necesaria, necesidad extrema de un planeta y una sociedad degradados por la violencia de la conciencia masculina, la que alteró el Génesis para volverlo misógino e inventó la abstracció­n del dinero como deidad. En su primera novela Joyce hizo desear al protagonis­ta salir de la historia. Hoy debemos desear salir de una condición de mundo catastrófi­ca impuesta por el varón.

Invocar al eterno femenino, un nombre para alcanzar otros estados, permite salir de la conciencia masculina y llevarla más allá. “Disuelve y coagula”, aconsejaba la alquimia. Deshacer-rehacer. O sea, bajar la cortina del terminado mundo de la acción masculina y obtener levedad, una virtud que consiste en soltar lastre, peso muerto, en desagregar. El espíritu flota, no está fijado a la gravedad.

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JAVIER RÍOS La furia feminista que estallará será una profilaxis justiciera.

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