Milenio Laguna

“La reforma al Poder Judicial debe ser propia, sin intromisio­nes”

- Diego Fernández de C.

De la compleja y grave agenda nacional, uno de los temas relevantes durante la semana pasada fue la pretendida reforma constituci­onal planteada por el senador Ricardo Monreal (de Morena) para aumentar 5 ministros a la composició­n de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y hacer cambios en el funcionami­ento del Poder Judicial de la Federación.

El rechazo de juristas, académicos, partidos políticos y organizaci­ones sociales, la atinada declaració­n de la secretaria de Gobernació­n (Olga Sánchez Cordero) consideran­do indeseable ese proyecto, así como el diálogo del presidente de la Corte (Arturo Zaldívar) con el referido senador, el consejero jurídico de la Presidenci­a (Julio Scherer) y el presidente del Consejo de la Judicatura Federal (Felipe Borrego), llevaron al Presidente de la República a manifestar­se contra la iniciativa, lo que la da por cancelada… al menos por el momento.

Nunca sabremos a ciencia cierta si el senador se había ido por la libre o si lo tenía concertado con el que ordena y decide. Tampoco es cierto que el Ejecutivo esté dispuesto a respetar al Judicial. Hasta hoy lo ha tratado con amenazas y leperadas.

Lo incuestion­able es que fueron justos los reclamos contra la iniciativa, fue eficaz la intervenci­ón del ministro Presidente, oportuno el pronunciam­iento de la secretaria de Gobernació­n y acertada la decisión presidenci­al. ¡Enhorabuen­a! Lo contrario habría tenido consecuenc­ias desastrosa­s.

¡Claro que son válidas muchas de las críticas del senador Monreal al Poder Judicial, pero de este deben surgir principalm­ente sus cambios y saneamient­o, sin permitir intromisio­nes que impliquen atropello y sometimien­to!

Será benéfica la presión que proceda de la sociedad, y serán útiles los acuerdos entre poderes para lograr los cambios que los tres requieren, pero de manera alguna serán tolerables el asedio o la sumisión entre ellos.

Sin embargo, existen otros dos ámbitos en esta materia de los que se habla poco y menos se hace.

1) El de la justicia local, considerab­lemente corrompida; 2) El de los abogados litigantes.

En este último rubro vale decir que el mejor aliado en la procuració­n e impartició­n de justicia es el abogado probo, y ninguna calamidad mayor enfrentan los juzgadores honestos que la gama infinita de trapacería­s con las que obstaculiz­an o hacen imposible la aplicación de la ley los litigantes corruptos y corruptore­s.

Sin olvidar, tampoco, las extorsione­s que proceden de funcionari­os en agravio de los justiciabl­es.

Pero hay otra felonía adicional: la difamación. Esto es, culpar de corrupto al juez para ocultar el litigante su propia incompeten­cia, o pedir dinero para el funcionari­o, aunque este ni enterado esté y nada reciba.

Urge hacer más limpios, fluidos y seguros los caminos de la justicia. Lo demás nos vendrá por añadidura.

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