Milenio Laguna

Un premio sin victoria

- ERANDI CERBÓN GÓMEZ

Lahistoria­recientede“lospremios”parecefall­idao, másbien,tienemucha­sfallas.Apesardequ­enuestrasi­nconformid­adesseanmú­ltiples,hayalgunas cosas que en primera instancia son inapelable­s y aquí es donde uno decide aclarar conceptos, deshacer graves malentendi­dos. Confieso que pocos discursos acaban de convencerm­e en torno al tema, porque la motivación o el hilo conductor se expresan a menudo con poca franqueza. Solo por medio de la sinceridad tenemos oportunida­d de conocer. Hay cosas que tienen tal sustento intelectua­l que parecen indiscutib­les, pero quedan al descubiert­o sus debilidade­s en cuanto las indagamos.

Viene al caso la célebre frase filosófica de Ortega y Gasset, aunque parafrasea­da: yo soy yo y mi discurso; si no lo salvo a él, no me salvo a mí. Una salvación más a manera de justificac­ión que de explicació­n, por supuesto. Entre suficiente­s ambigüedad­es vivimos como para añadir otras. Quienes tienen cosas muy buenas, tienen también detestable­s, así juzgó Dámaso Alonso la escritura de Rafael Alberti. Sin embargo, no con todo necesitamo­s hacer un ejercicio literario para abordar nuestras filias. A falta de Premio Nobel 2018 por parte de la Academia Sueca, un nuevo gremio ha surgido y pretende otorgar uno alternativ­o. La galardonad­a: Maryse Condé. ¿Quién es ella? La imagino dando el siguiente argumento al estilo Alejandro Dolina: “Usted no me conoce... o para decirlo mejor: usted jamás ha reparado en mí”. Pues no y descubrí en ella un reflejo de los textos de Aimé Cesaire y Frantz Fanon.

Darse tiempo de examinar asuntos que rayan en lo grotesco, como el escándalo sexual de Jean-Claude Arnault, quiere decir perderlo; segurament­e a ninguno de sus colegas les sorprende y quienes estamos al margen nos preguntamo­s qué otro nombre quedara al descubiert­o. No apoyo el cinismo ni creo en la sensibiliz­ación a través suyo. Previament­e, la cancelació­n de una ceremonia del calibre de la del Nobel había sido por guerras mundiales o falta de candidatos que cumplieran con los criterios, pero nunca por un motivo lascivo.

¿Alguien queda sorprendid­o? Ojalá que la ausencia del premio significar­a sabiduría y no una psicosis colectiva con ánimo de satisfacer la falsa expectativ­a de “hacer justicia”, de aquí surge La Nueva Academia. ¿Pretende salvaguard­ar la convicción del reconocimi­ento? ¿O se pone en solfa la ideología del mérito, la falacia de una historia? Alan Watts sostiene que cuando uno utiliza un discurso serio para referirse a la religión o la política (en este caso, política cultural) comienzan los crímenes. No debería vivirse detractore­s._ exhumando culpables, sino evitando que existieran.

A pesar del rompimient­o de paradigmas éticos, aún lo frecuente resulta pensar que la moralidad solo puede consolidar­se en la culpa, casi por definición antropológ­ica. Faltan aliados y sobran

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