Milenio Laguna

TIANGUIS TURÍSTICO.

El Tianguis Turístico de Mazatlán y el andar de los proveedore­s y compradore­s de servicios

- POR LUIS CARLOS VALDÉS DE LEÓN FOTOGRAFÍA LUIS CARLOS VALDÉS DE LEÓN

Caminar un largo pasillo donde las paredes cambian de color, la gente camina sin parar como queriendo chocar entre sí en medio de un ambiente festivo, donde se hablan entre sí pero en diferentes idiomas; sus ojos no miran al frente; fijan su vista en extraños aparatos que toman en sus manos; el mundo se abre y a su paso se atraviesan hermosas mujeres con trajes típicos y sonajas en sus pies, en un tradiciona­l ritual prehispáni­co que deja a más de uno en el asombro.

No se trataba de un sueño o alguna alucinació­n emanada de las fascinacio­nes orgánicas. Es el Tianguis Turístico de Mazatlán; fiesta de color, de tradición, de cultura, y de negocio; de evocar los sentidos y darle rienda suelta el oído, al escuchar la música de tambores y tuba con la banda sinaloense; es darle brillo al piso con el zapateado del norteño banda. Escuchar la música prehispáni­ca con instrument­os de viento y tambores en medio de un bullicioso público en un lugar donde el idioma pasaba a segundo plano. Español, mexicano, argentino, iberoameri­cano; inglés, alemán, japonés, polaco; pero que contrario a la gran torre de babel, la mezcla de razas se unían en torno a la cultura mexicana, sus tradicione­s, sus lugares, sus bellezas.

Las emociones se exaltaban hora tras hora, con una gigantesca botarga de dinosaurio que salia del pabellón de Coahuila, hacia todos los pasillos del recinto, donde todos querían la foto con “Beto” el AlbertoSau­rus, del área educativa del Museo del Desierto en Saltillo, dando de coletazos a aquel que se atravesara en el estrecho espacio.

Así como todos querían tomarse la foto, con los serios y fortachone­s exponentes de la lucha libre que enmascarad­os, paseaban sus finas capas y máscaras por el recinto del Centro Internacio­nal de Convencion­es de Mazatlán, para llegar finalmente al ring montado en el pabellón de la Ciudad de México. Toparse con valientes villistas o muchas de la belleza coronadas con brillos y estrellas.

El andar de los proveedore­s y compradore­s de servicios turísticos se detenía frente a la danza de los parachicos del estado de Chiapas, esta danza denominada como Patrimonio de la Humanidad.

De verdad que dar un paso en este lugar, era una tentación para cada neurona, hormona que los sentidos iban y venían. Los aromas de la gastronomí­a que cada uno de los 32 estados presentaro­n, fue la caída de aquellos que apenas habían iniciado un plan nutriciona­l; aguachiles y camarones, sinaloense­s, hasta una deliciosa chiva del estado de Querétaro servida en una tostada, todo un manjar; sus dulces y postres, y no podían faltar las bebidas espirituos­as. Los vinos de Coahuila fueron un hit, pero también lo fue el mezcal de Durango, el de Oaxaca, el tentador tequila de Jalisco, aguardient­es, licores, dulces; bueno, tantos y tan diversos que se te olvida ya el estado de origen. Las aromáticas flores de Morelos, así como el incienso que por diversos puntos emanaban tras algun ritual prehispáni­co.

Elegantes mujeres con el huipil yucateco o oaxaqueño; los razgos de la humilde gente tarahumara de Chihuahua, la seriedad pragmática mirada de los mayas; México es más que un producto de venta y va más allá de un tianguis; México es todo esto y mucho más, aunque esta ha sido una buena experienci­a.

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Foto: Luis Carlos Valdés Frente a la competenci­a que enfrentan las entidades para la atracción de turistas, “Durango levanta la mano”, así lo expresó el gobernador José Rosas Aispuro, en la inauguraci­ón del Pabellónde­Durango.
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Centro Internacio­nal de Convencion­es de Mazatlán.

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