Vislumbra INAH representación de microcosmos en Nahualac
La existencia de un adoratorio en medio del estanque y el efecto óptico que se produce en el espejo de agua sugieren la interpretación
Algunos mitos mesoamericanos sobre la creación del mundo señalan que Cipactli (el monstruo de la tierra) flotaba sobre las aguas primigenias y, a partir de su cuerpo, se creó el cielo y la tierra. En este sentido, Nahualac, un sitio ubicado en las faldas del volcán Iztaccíhuatl, puede emular dicha concepción, ya que la existencia de un tet
zacualco (adoratorio) en medio de un estanque natural y el efecto óptico que se produce en el espejo de agua, del que pareciera que la estructura emana, hace sugerir que el lugar es la representación de un tiempo y espacio primigenio, un modelo miniatura del universo.
Lo anterior fue referido por la arqueóloga Iris del Rocío Hernández Bautista, de la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), responsable de la investigación arqueológica de alta montaña en ese lugar, ubicado a 3 mil 870 metros sobre el nivel del mar, en el municipio de Amecameca, Estado de México. “La intención de que el agua rodeara elementos arquitectónicos rituales específicos parece haber sido una parte importante dentro del pensamiento mesoamericano, lo vemos en Tenochtitlan, o en la Ciudadela, en Teotihuacan, como lo reportaron recientemente Julie Gazzola y Sergio Gómez”.
La arqueóloga Hernández Bautista señaló que en 2015, a partir de una denuncia de destrucción del sitio, se creó el Proyecto Arqueológico Nahualac. En 2016 un equipo multidisciplinario emprendió una temporada de excavación en la que se recuperaron numerosos fragmentos cerámicos, materiales líticos, lapidarios y restos orgánicos.
Precisó que Nahualac consta de dos áreas. La primera y principal es un estanque estacional dentro del cual se construyó en la época prehispánica un templo rectangular de piedras apiladas sin ningún tipo de cementante, conocido como tetzacualco (de 11.5 x 9.8 metros). Actualmente —dijo— se pueden apreciar las esquinas y los arranques de los muros, además de algunos montículos de piedras que lo rodean.
La segunda área se localiza a 150 metros al sureste de la estructura, sobre un amplio valle donde brotan manantiales. Ahí se han hallado piezas cerámicas con elementos decorativos asociados a Tláloc, deidad de la lluvia.
Respecto a referencias del sitio de Nahualac —acotó— se cuenta con los estudios del explorador francés Desiré Charnay, quien en el siglo XIX efectuó un recorrido por los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl y visitó el lugar.
Posteriormente, en 1957, el arqueólogo José Luis Lorenzo lo describió a detalle y situó su temporalidad en el periodo Tolteca (siglos IX-XIII de nuestra era); realizó un croquis de la estructura ( tetzacualco) y registró diversos fragmentos de piezas arqueológicas recolectadas en superficie.
Finalmente, en 1986, Stanislaw Iwanizewski y sus colaboradores recuperaron una importante colección de objetos cerámicos, los cuales en su mayoría pertenecen a la tradición Mazapa (850 a 900 d.C.).
La arqueóloga de la SAS-INAH expresó que de acuerdo con los reportes de aquellas primeras exploraciones y las investigaciones en proceso, se puede inferir que Nahualac es la representación de un espacio ritual donde el culto a Tláloc es evidente, aunque no exclusivo, ya que también guarda relación con las entidades femeninas del agua y la tierra.
Iris Hernández propone que existió un control ritual del agua proveniente de manantiales cercanos para irrigar el estanque con el objetivo de provocar un efecto visual en el que pareciera que la estructura y los montículos de piedra flotaran sobre el espejo de agua, que a su vez refleja el pasaje circundante. “Esos efectos visuales, además de las características de los elementos que conforman el sitio y la relación que guardan entre ellos, hacen suponer que Nahualac pudo representar un microcosmos que evoca a las aguas primigenias y el inicio del tiempo-espacio mítico”.