El virreinato en 2017
Las tendencias absolutistas de los gobernadores no son nada nuevas. En la camada del así llamado “nuevo PRI”, que presentó el presidente Peña Nieto en su momento, vimos varios ejemplos.
Hoy vemos otros en la siguiente generación, aquella que todavía no tiene órdenes de aprehensión en contra pero sí actitudes que los encaminan al reclusorio, aunque ellos lo que buscan es la Presidencia.
Primero está Jaime ElBronco Rodríguez, que al asumir la gubernatura se comprometió a hacer buen uso de recursos públicos —cuando lo entrevisté en 2015 me dijo que Nuevo León estaba “en quiebra”—. Ahora se promociona en vallas en las principales ciudades del país a un costo calculado en 7.5 millones de pesos. Él niega haber pagado.
Olvidada está una de las grandes promesas que hizo el primer gobernador independiente de México. La otra, encarcelar a su antecesor, parece ir por el mismo rumbo. A esto hay que añadir el cambio de actitud: hoy actúa como si su autoridad fuera incuestionable. Como virrey y no funcionario electo. Veta a medios que lo investigan y amenaza con auditar a sus dueños.
Luego está Eruviel Ávila, quien tuvo una fastuosa boda el mes pasado en Tlalnepantla. Según una vecina de la hacienda donde se llevó a cabo la boda, a quien entrevisté, el gobierno estatal envió días antes a cuadrillas de trabajadores a pintar las fachadas de las casas aledañas. También repavimentaron calles y topes. En horas se hizo lo que no había pasado en varios años, con el fin de asegurar que la boda fuera digna del gobernador e invitados, entre ellos el Presidente.
Ahí no terminó el asunto: para cerciorarse de que los puestos de comercio formal e informal no mancharan el paisaje, funcionarios del gobierno les pagaron a los vecinos un día entero de ventas a cambio de no abrir.
Los políticos mexicanos no entienden que el poder no es para organizar fiestas o castigar opositores. Esta forma de ver las cosas hace que México parezca más un virreinato que una “vibrante democracia”, como le llaman algunos.