Guadalajara, la de todos
No es necesario reiterar en demasía los problemas surgidos del desorden con el que ha crecido la zona metropolitana de Guadalajara. Lo vivimos a diario, a veces cuesta mucho trabajo pensar en qué momento se perdió el hilo y la ciudad se trastocó en la maraña que sufren los más de cinco millones de habitantes que viven, trabajan y desempeñan toda clase de actividades en los 10 municipios que integran la segunda conurbación más grande del país.
Para el habitante común no hay fronteras, ni garitas ni separaciones físicas entre los distintos municipios que conforman la ciudad. Igual tiene su vivienda en un sitio y su trabajo o escuela en uno distinto y a veces hasta muy distante. Esto, en realidad, ha sido por consecuencia que las políticas administrativas y la gestión de servicios entre los diferentes municipios se practiquen bajo criterios diferentes y en ocasiones hasta contradictorios. Y, claro, el desperdicio de recursos es terrible si cada uno tiene una visión constreñida a sus límites territoriales.
Los avances de coordinación que en la ciudad se han tenido vienen apenas de hace casi una década donde gracias a esfuerzos ciudadanos aglutinados en algo que ellos mismos denominaron La asamblea por la gobernanza metropolitana rescatan del cajón -ése donde archivan iniciativas que no pretenden utilizar- la ley que entonces promovió el diputado y actual gobernador Enrique Alfaro. Este puñado de ciudadanos, activistas, académicos, profesionales y empresarios trabajaron fuerte y a partir de sus coincidencias impulsando la puesta en marcha de la Ley de Coordinación Metropolitana, con el anhelo y convencidos que sólo así coordinando esfuerzos y comunicando acciones la ciudad podría empezar a subsanar el caos urbano que se veía ya en su desenfrenado desarrollo Urbano.
Hay que recordar que el crecimiento de la ciudad sin regulaciones reales, sin orden alguno, permitió durante tres
décadas llevar a la dispersión que causó, como comentaba el urbanista José Pliego, hacer de la ciudad “una serie de tirlangas urbanas”, como pedazos de una tela rasgada. El atractivo que dieron entre los ochenta y los noventa a una “vida campestre” y tranquila para los tapatíos, llevó a esa expansión en la que muchos ahora se hacinan no en sus cotos o colonias, pero sí en arterias y avenidas. El “suburbio” fue dejando sola a la ciudad capital y los traslados de los sesenta o setenta que fluctuaban en los 20 o 30 minutos, se transformaron en las muchas horas hombre que ahora se pierden de manera inmisericorde en cualquier clase de transporte.
No estamos lejos de que nuestra ciudad arribe a su quinto centenario, a menos ya de una generación, de manera que podríamos estar ante el momento justo e irrepetible de poder reordenar y coordinar y que los organismos ya vigentes que mandata la citada ley, como la Junta de Coordinación Metropolitana, el Consejo Ciudadano de la materia y desde luego el IMEPLAN, sumen esfuerzos y, sobre todo, se alimenten de la experiencia y el juicio de la población para tomar las mejores decisiones. Esa es la gobernanza verdadera, naturalmente.
En el pasado existen ejemplos de coordinación, cuando gobernó Enrique Álvarez del Castillo al menos se intentó la coordinación con una Policía Metropolitana que por distintas razones (criterios principalmente políticos), sucumbió; y hace no mucho volvió a retomarse hasta que en agosto próximo se asuma con decisión esa figura común en la zona de la capital jalisciense. El SIAPA, una idea de Jorge Matute Remus, nació con ese mismo propósito y, con sus defectos, ha sido instrumento eficaz. Pero hacen falta muchos otros aspectos en los que urge el acuerdo metropolitano para hacer más eficientes todos los demás servicios y políticas de manera coordinada.
Hoy el panorama es distinto a los procesos históricos señalados, la ciudad con decenas de asuntos de índole metropolitano requiere cada día más esfuerzos que incluyan la coordinación entre municipio, las estructuras de coordinación están trabajando pero no logran penetrar a los funcionarías públicos que deberían impulsarla desde casi cualquier actividad gubernamental. Y los ciudadanos en pobres esquemas de participación desconocen y poco se informan de la ingente necesidad de coordinarnos en esquemas de gobernanza para dar rumbo, renovar y recatar una ciudad que hoy está fuera de control.
Necesitamos un acuerdo social metropolitano que nos comprometa a todos a ser partícipes de las soluciones que Guadalajara necesita, ciudadanos y gobernantes trabajando coordinadamente, haciendo lo que corresponde a cada uno, eso es gobernanza. Empecemos evidenciando esta necesidad para después capacitar y dotar de información constante y sin cortapisas a la ciudadanía y los primeros niveles de gobierno como regidores y directores, hay que trabajar en un esquema que ayude a estructurar acciones coordinadas y precisas rumbo a la formación de un cuarto nivel administrativo de la ciudad.
Hay que asomarnos y ver lo que pasa en otras áreas conurbadas en el mundo para darnos cuenta de que la coordinación es indispensable y en no pocas veces la única forma de resolver los problemas comunes.
En 1942, el alcalde Salvador González Romo y el gobernador Silvano Barba González, tenían sus propios celos políticos, pero, al parecer, dejaron todo para coordinarse, para hacer que esa celebración del cuarto centenario no fuera solo el nuevo mercado en la capilla de Jesús, sino que se extendiera por la comarca renovando calles, tuberías de agua, drenajes y hasta se coronara el festejo con los Arcos encargados al ingeniero Aurelio Aceves. Como entonces, debemos estar pensando ya en esa quinta centuria que todavía seguramente muchos vivirán, para que nos dé la mejor ciudad posible, la que nace de los anhelos, necesidades y sueños ciudadanos, la que pueden lograr las autoridades en forma conjunta y coordinada de una vez por todas.
El “suburbio” fue dejando sola a la ciudad capital y los traslados de los sesenta o setenta que fluctuaban en los 20 o 30 minutos