El búnker de Los Pinos
Con el mismo augusto talante como quien va corre corre por el bulevar, corre corre sin mirar atrás, emprendí un viaje mágico y misterioso por la otrora residencia oficial de Los Pinos, donde hacían su nido los presidentes de la patria que nunca jamás se despertaron pensando en “cómo joder a México”, diría mi licenciado Peña.
Con un dejo de nostalgia miré cómo ese otrora espacio
para los grandes estadistas y la nube de cómplices, digo, funcionarios y guaruras que los seguían de aquí para allá, que raspaban con sus cascorros el árido mármol de aquel mítico lugar de poder, era transitado hasta por gente como yo. No se vale.
Casi chillo en aquellos pasillos, estancias, recámaras, salones, más grandes que cinco departamentos de interés social, amén de las chingomil salitas, donde se fraguaron espléndidas decisiones que llevaron al país en el lugar de privilegio que hoy ocupa en el primer mundo.
Triste que un lugar tan exclusivo, un espacio solo destinado a los privilegiados y los non plus ultra con casa blanca incluida, haya sido convertido en una extensión del zoológico de Chapultepec donde el peladaje puede pasearse impunemente como si fueran de la talla moral de Chente Fox (pobrecito, ya le descubrieron que sí debe 15 melones en impuestos) o de Lópezporpillo mientras defendía el peso como un perro, de Charly Salinas ( junto con el subjefe Diego, ajonjolí de todos los complós), o don Luigi Echeverría que sabía de represiones de a de veras.
Después de experimentar una nostalgia profunda por el México de mis peñarrecuerdos, descendí hacia los sótanos de aquella mansión cruzados por misteriosos pasillos como los del Superagente 86, con una iluminación intensa inspirada en la Farmacia del Ahorro, hasta llegar al legendario búnker construido por el inenarrable Jelipillo Calderón para idear sus sabias y humanistas estratagemas contra el crimen organizado que, a juzgar por su costo, uno se hubiera imaginado como de centro de control de la NASA. Pero nada de eso: una mesa de melanina de ponderosa, seis sillitas y algunos monitores, un espacio más bien acondicionado para ver el panbol acompañado de unas caguamas. Todo el estilo de García Luna Productions.
Con razón su narcoguerra y lo demás le salió como le salió.
Jelipillo construyó un inenarrable lugar para idear sus estratagemas contra el crimen