“Lo que falta de la presidencia de Trump no será tranquilo, seguro ni próspero”
Para los que vienen llegando, luego del despido hace dos años del director del FBI, James Comey, Robert Mueller fue el fiscal especial nombrado para investigar dos cargos precisos contra el presidente o su equipo cercano: conspiración con Rusia para alterar las elecciones de 2016, y obstrucción de justicia durante las incipientes pesquisas al respecto.
El pasado viernes Mueller, quien fuera jefe del FBI bajo las administraciones de Bush y de Obama, entregó su informe que, a la fecha, lleva 34 enjuiciados —entre los cuales están el ex jefe de campaña del presidente, su ex jefe de seguridad nacional, su abogado personal y uno de sus más cercanos consejeros y operadores políticos—, más tres empresas rusas y un par de casos aún sellados en trámite.
Al día de hoy no conocemos el contenido del informe más que a través de la carta que el fiscal general William Barr, nombrado por Trump, envió como resumen preliminar al congreso.
En el primer cargo Barr menciona que Mueller encontró evidencia sustancial de un ataque desde Moscú para alterar la elección, con dos aristas: el uso pernicioso de las redes sociales a favor de Trump y, sobre todo, contra Clinton, y el hackeo de, entre otros, los correos del Partido Demócrata para su distribución selectiva a través de Wikileaks. Lo que dijo no encontrar fue clara evidencia de colusión con Rusia del presidente o de su equipo; quienes han sido enjuiciados por el asunto lo han sido por, entre otras, mentirle al congreso alrededor del tema, no por conspirar con Rusia.
En cuanto al otro cargo, el de obstrucción, Barr menciona que Mueller no llegó a una resolución concluyente, dejándole al fiscal general la decisión de abrirle cargos criminales al presidente. Como se esperaba, Barr declinó hacerlo.
Este resultado abierto nos deja con el peor de los mundos posibles; los opositores de Trump saben que abrirle un juicio de impugnación o destitución (impeachment) ha dejado de ser la clara opción que se esperaba de entregar el reporte de evidencias claras de criminalidad, dejando a Trump sintiéndose reivindicado — aunque no lo esté— y envalentonado. La guerra política, pues, seguirá regando su fango a todo vapor.
El triunfalismo del presidente, sin embargo, puede ser prematuro: siguen abiertas las investigaciones en su contra desde los comités de inteligencia, vigilancia, y finanzas, entre otros, desde un congreso que, desde las intermedias, quedó en manos del Partido Demócrata. Y eso no es, ni remotamente, lo más peligroso para Trump: los múltiples cargos desde la feroz fiscalía del distrito este del estado de Nueva York incluyen fraude y abuso fiscal de su fundación patito, evasión fiscal de sus empresas, los pagos al par de mujeres con quienes tuvo relaciones extramaritales, el abuso sexual contra varias otras y los muchos conflicto de interés en los que ha incurrido como presidente. Por ser estatales, ninguno de estos está sujeto al perdón presidencial.
Una cosa está clara: lo que falta de la presidencia de Trump, mucho o poco, no será tranquilo, seguro ni próspero.
Sus opositores saben que abrirle un juicio de destitución ha dejado de ser la clara opción