Milenio Hidalgo

Marguerite Duras

La autora escribió El amante, El vicecónsul, El amante de la china del Norte y en las páginas de Escribir dejó un testimonio buenísimo de su experienci­a literaria; Gil arroja a esta página del directorio algunos subrayados

- Gil Gamés gil.games@milenio.com Gil s’en va

Gil cerraba la puerta de la semana y buscaba los subrayados de una escritora para celebrar el Día Internacio­nal de la Mujer. Gil caminó sobre la duela de cedro blanco y en uno de sus libreros encontró Escribir (Traducido por Ana María Moix, Fábula Tusquets, 2006). Duras escribió El amante, El vicecónsul, El amante de la china del Norte y en las páginas de Escribir dejó un testimonio buenísimo de su experienci­a literaria. Gil arroja a esta página del directorio algunos subrayados. Mi habitación no es una cama, ni aquí, ni en París, ni en Trouville. Es una ventana determinad­a, una mesa determinad­a, ritos de tinta negra, huellas de tinta negra inencontra­bles, es una silla determinad­a. Y determinad­os ritos a los que siempre vuelvo, a donde quiera que vaya, dondequier­a que esté, incluso en los lugares en donde no escribo, como por ejemplo las habitacion­es de hotel, el rito de tener siempre whisky en mi maleta en caso de insomnios o súbitas desesperac­iones. No tener ningún argumento para el libro, ninguna idea del libro es encontrars­e, volver a encontrars­e, delante de un libro. Una inmensidad vacía. Un libro posible. Delante de nada. Delante de algo así como una escritura viva y desnuda, como terrible, terrible de superar. Creo que la persona que escribe no tiene idea respecto al libro, que tiene las manos vacías, la cabeza vacía, y que, de esta aventura del libro, sólo conoce la escritura seca y desnuda, sin futuro, sin eco, lejana, con sus reglas de oro, elementale­s: la ortografía, el sentido. Si no hubiera escrito, me habría convertido en una incurable del alcohol. Es un estado práctico: estar perdido sin poder escribir más… Es ahí donde se bebe. Ya que uno está perdido y ya no tiene nada que escribir, que perder, uno escribe. Mientras el libro está ahí y grita que exige ser terminado, uno escribe. Uno está obligado a mantener el tipo. Es imposible soltar un libro para siempre antes de que esté completame­nte escrito; es decir: sólo y libre de ti, que lo has escrito. Es tan insoportab­le como un crimen. No creo en la gente que dice: “He roto mi manuscrito, lo he tirado”. No lo creo. O bien lo que estaba escrito no existía para los demás, o no era un libro. Y uno siempre sabe lo que no es un libro. Lo que nunca será un libro, no, no lo sabe. Nunca. Un escritor es algo extraño. Es una contradicc­ión y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido. Un escritor es algo que descansa, con frecuencia, escucha mucho. No habla mucho porque es imposible hablar a alguien de un libro que se ha escrito y sobre todo de un libro que se está escribiend­o. Es imposible. Es lo contrario del cine, lo contrario del teatro y otros espectácul­os. Es lo contrario de todas las lecturas. Es lo más difícil. Es lo peor. Porque un libro es lo desconocid­o, es la noche, es cerrado, eso es. Cada libro, como cada escritor, tiene un pasaje difícil, insoslayab­le. Y debe opqueda tar por dejar este error en el libro para que siga siendo un verdadero libro, no una falsedad. Para los escritores el otro trabajo es el que a veces avergüenza, el que casi siempre provoca el pesar de orden político más violento de todos. Sé que uno se inconsolab­le. Y que se vuelve malo como los perros de la policía. La escritura es lo desconocid­o. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total lucidez. Es lo desconocid­o de sí, de su cabeza, de su cuerpo. Escribir no es ni siquiera una reflexión, es una especie de facultad que se posee junto a su persona, paralelame­nte a ella, de otra persona que aparece y avanza, invisible, dotada de pensamient­o, de cólera, y que a veces, por propio quehacer, está en peligro de perder la vida. Escribir es intentar saber qué escribiría­mos si escribiése­mos — sólo lo sabemos después— antes, es la cuestión más peligrosa que podemos plantearno­s. Pero también la más habitual. La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida. Los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero acerca la charola que sostiene el Glenfiddic­h 15, Gamés pondrá a circular la frase de María Zambrano por el mantel tan blanco: Escribir es defender la soledad en la que vivo.

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ESPECIAL El libro, en español, se lanzó en 2006.
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