Bajar o no los impuestos
Hace unos días la Coparmex presentó una propuesta para disminuir el impuesto sobre la renta a 25 por ciento. Casi de inmediato el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, organismo que depende del CCE, calificó de irresponsable la idea, al considerar que reduciría los ingresos del sector público. Que las dos cúpulas empresariales más importantes del país difieran en este tema habla de su complejidad.
Es un hecho que las empresas en México pagan muchos gravámenes. En un estudio reciente, la firma de consultoría PwC estimó que 52 por ciento de las utilidades de las empresas mexicanas se destinan a pagar algún tipo de impuesto (desde ISR a laborales), una de las tasas más altas de los 190 países evaluados y muy por encima del promedio. Para poner este número en contexto, la tasa total de impuestos sobre utilidades en Canadá es de 21 por ciento, en Chile 30.5, en Perú 35.6 y en Estados Unidos 44 por ciento. La propuesta de la Coparmex homologaría el ISR con el promedio de la OCDE y contribuiría a hacer a nuestro país más competitivo en materia fiscal.
Ahora bien, es también un hecho que en México se recaudan pocos impuestos. La recaudación tributaria total ha oscilado históricamente entre 10 y 11 por ciento del PIB, uno de los montos más bajos de la OCDE. Si algo tuvo la reforma fiscal de inicios de sexenio es que fue capaz de incrementar la recaudación, la cual superó 14 por ciento en la primera mitad del año.
Sin embargo, esto no significa que no se puedan mejorar las cosas. Aumentar la recaudación no debe ser el único objetivo de una reforma fiscal. El cómo es fundamental. Los impuestos sirven para incentivar o desincentivar actividades económicas. Entre más alta sea la tasa corporativa, por ejemplo, menores serán los estímulos para invertir. Entre más alto sea el IVA, menores serán los incentivos de consumir y mayores los de ahorrar. Entre más altos sean los impuestos laborales, mayores serán los estímulos de trabajar en la informalidad.
Al final de cuentas, el sistema tributario de un país debe servir tanto para recaudar como para crear los incentivos que generen un mayor crecimiento. Y en este sentido la última reforma dejó mucho que desear. Yo estoy convencido de que necesitamos una nueva reforma tributaria de fondo; con mejores incentivos, que sea más eficiente, que estimule la movilidad social, que amplíe la base de contribuyentes, que ayude a combatir la informalidad y que reconozca la nueva realidad laboral en la que vivimos.
Por desgracia, una reforma de esa magnitud no será sea posible en esta administración. Pero debe ser prioritaria para la próxima.