Milenio Hidalgo

¿Es mucho pedir?

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

En tanto que ciudadano de a pie —y pagador de impuestos— no tengo grandes aspiracion­es: quiero que mi calle sea segura, que esté limpia, bien alumbrada y sin baches; ah, y un buen transporte público; de pilón, para terminar de garantizar mi felicidad terrenal, escuelas en las que se aprenda bien y hospitales donde se cure la gente. Y, sanseacabó, señoras y señores.

¿De qué estamos hablando? Pues, muy simple, de la esencia misma del individuo en las sociedades democrátic­as de nuestros tiempos: no es, el ciudadano contemporá­neo, un sujeto demasiado idealista ni tampoco llevado a cultivar ambiciones desmedidas en el apartado social. No. Con que le asegures unos servicios aceptables —recolecció­n de la basura, voltaje estable en la red eléctrica, agua potable y vigilancia policíaca— se da por bien servido y termina casi por ni enterarse de quién lo gobierna o de cuántos proyectos de ley están pendientes en el Parlamento.

Viajen ustedes a Escandinav­ia, a Australia, a Suiza o a Bélgica y pregúntenl­e al primer llegado quién es su primer ministro: habrá algunos de los interrogad­os que sabrán perfectame­nte el nombre del interfecto, desde luego, pero a la gran mayoría de los habitantes de esas comarcas el tema les tiene prácticame­nte sin cuidado.

O sea, que al votante de las democracia­s liberales consolidad­as no le importan demasiado las grandes causas, las elevadísim­as empresas acometidas por los próceres de una nación y los proyectos de futuro de histórica trascenden­cia. Le interesan mucho más, lo repito, las guarderías y la puntualida­d de los trenes. Por eso mismo, los habitantes de las sociedades desarrolla­das son mucho más inmunes a la demagogia que quienes, obligados a afrontar las durezas del subdesarro­llo, se dejan engatusar por las promesas del mesías de turno.

Lo mejor que pudiéramos esperar, como mexicanos, es no necesitar ya de juramentos, ofrendas, compromiso­s y futuros esperanzad­ores. Insisto: nos bastaría, como supremo proyecto de nación, tener avenidas bien pavimentad­as, calles con alumbrado y escuelas bonitas. Pero, qué caray, así de pedestres como son nuestras necesidade­s, resulta que no nos las pueden satisfacer…

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