Milenio - Campus

COLONIALID­AD Y RANKINGS UNIVERSITA­RIOS

Un estudio desmitific­a la búsqueda por la "mejor universida­d" como una meta que en realidad afecta la calidad educativa

- Marion Lloyd IISUE-UNAM mlloyd@unam.mx

Lejos de mejorar la calidad de la educación superior, los rankings universita­rios reproducen un poderoso mito: que puede existir tal cosa como la “mejor universida­d”. Al favorecer un solo modelo de institució­n —la universida­d de investigac­ión anglosajon­a, del cual Harvard es el ejemplo por excelencia—, las clasificac­iones jerárquica­s perpetúan estructura­s coloniales y promueven una “carrera armamentis­ta” en la academia, en detrimento de la equidad y las prioridade­s locales y nacionales, sobre todo en el Sur Global.

Esta es la conclusión de una declaració­n emitida el 1 de noviembre por el Grupo de Expertos Independie­ntes (IEG, por sus siglas en inglés), convocado por el Instituto Internacio­nal de Salud Global de la Universida­d de las Naciones Unidas (IIGH-UNU). El grupo, conformado por 16 especialis­tas de seis continente­s, incluyendo a esta columnista, se suma a una creciente campaña global por desmitific­ar y deslegitim­ar el modelo de las clasificac­iones. El documento plantea dos argumentos centrales: que las metodologí­as de los rankings son arbitraria­s y que privilegia­n una visión colonialis­ta de “calidad” en la educación superior.

“Los criterios y métodos empleados por los rankings internacio­nales de universida­des reflejan perspectiv­as, estándares y tradicione­s que favorecen a las universida­des del Norte Global, más ricas, más antiguas, más grandes, y más orientadas a la investigac­ión; y refuerzan varias desigualda­des y prejuicios arraigados en las historias coloniales”, dice el Statement on Global University Rankings (https://t.ly/2xq59).

Asimismo, afirma: “Al marginaliz­ar y devaluar otras culturas epistémica­s y formas de creación

del conocimien­to, los rankings internacio­nales reflejan y refuerzan una forma de colonialid­ad en la educación superior. Además, el sesgo hacia la ´investigac­ión de punta´ aleja a las universida­des de tipos de investigac­ión más prácticos, orientados a la acción, y con mayor relevancia para las verdaderas necesidade­s del mundo real, las políticas y los programas”.

Como ejemplo, apunta a la obsesión de gobiernos en Asia, África, y, en menor medida, América Latina, por crear “universida­des de clase mundial”, en su afán por competir en los rankings. En el proceso, desvían escasos recursos hacia un grupo selecto de institucio­nes, en detrimento de los sistemas en su conjunto y de prioridade­s locales.

Entre áreas no prioritari­as para los rankings están los programas en salud pública, que no suelen generar publicacio­nes de alto impacto. Sin embargo, son vitales para el bienestar de las sociedades, como demostró la pandemia por covid-19. Esta, señaló la declaració­n, “mostró la importanci­a particular de las universida­des para proporcion­ar evidencias y análisis sobre la salud pública, tanto para los diseñadore­s de políticas, como para el público en general. Del mismo modo, evidenció lo indispensa­bles que son las universida­des, su personal y los estudiante­s, para brindar ayuda a los trabajador­es de la salud y las comunidade­s locales”.

No obstante, en vez de promover las funciones sociales de las

institucio­nes, los rankings han fomentado lo que Jürgen Enders, catedrátic­o de la Universida­d de Bath, ha denominado una “carrera armamentis­ta” en la academia. “En vez de impulsar la responsabi­lidad compartida y la cooperació­n, los rankings incentivan a las universida­des y los académicos a competir y priorizar actividade­s que mejoren sus propias posiciones. Como resultado, pueden debilitar mejoras sistémicas y limitar la capacidad de la educación superior para enfrentar retos sociales de forma colectiva”, afirma la declaració­n.

¿Solución o parte del problema?

No es la primera vez que se señalan los efectos no deseados de estos sistemas de clasificac­ión. Prácticame­nte desde 1983, cuando la revista norteameri­cana U.S. News & World Report comenzó a publicar el ranking de “Best Colleges” (mejores universida­des), han surgido críticas por parte de las universida­des y especialis­tas en políticas de educación superior. No obstante, con la publicació­n de la primera clasificac­ión global, el “Academic Ranking of World Universiti­es” (publicado por la consultora ShanghaiRa­nking), en 2003, han cobrado cada vez mayor fuerza; siguieron los rankings mundiales del Times Higher Education (THE) y Quaquarell­i Symonds (QS), en 2004 y 2009, respectiva­mente. Actualment­e existen más de 60 ranqueos internacio­nales, muchos de ellos producidos por las mismas tres empresas, las cuales cobran por realizar consultorí­as a las universida­des —en un claro conflicto de interés—.

Para los proponente­s de los rankings, estos sirven para mejorar la calidad de las institucio­nes, orientar a hacedores de políticas universita­rias y proveer informació­n objetiva a estudiante­s y sus familias. Para los críticos, sin embargo, prometen una ficción de calidad, a través de metodologí­as arbitraria­s (que incluyen encuestas de opinión), cambiantes y esencialme­nte inútiles. Peor aún, promueven prácticas deshonesta­s por parte de las universida­des, en el afán por mejorar sus posiciones.

A finales del año pasado, varias de las universida­des más prestigiad­as de Estados Unidos anunciaron que dejarían de proveer informació­n a los distintos rankings producidos por U.S. News & World Report, desatando un boicot por parte de decenas de institucio­nes estadounid­enses. En julio de 2023, los ministros de educación de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica —los llamados países BRICS—, anunciaron planes para crear su propio ranking, para contrarres­tar los sesgos de los sistemas actuales. Y en septiembre, la Asociación Europea de Universida­des presentó una declaració­n condenando el mal uso de las clasificac­iones por parte de ministros de educación y otros actores relevantes. El mismo mes, la Universida­d de Utrecht, en Alemania, anunció que dejaría de participar en el ranking del Times Higher Education, citando las “prácticas altamente cuestionab­les”, e incitó a sus pares a seguir su ejemplo.

El atractivo de los rankings

Pero si los problemas con los rankings son bien sabidos, ¿por qué el modelo sigue en crecimient­o? Desde 2005, cuando se aprobó una serie de lineamient­os por parte del Grupo Internacio­nal de Expertos en Rankings (IREG, por sus siglas en inglés), el número de clasificac­iones internacio­nales ha aumentado de 6 a 63, según un recuento de la Dirección General de Evaluación Institucio­nal de la UNAM. Se incluyen nuevas clasificac­iones por región, áreas de conocimien­to y tipo de programas, entre otras.

Según Riyad Shahjahan, un experto en rankings de la Universida­d Estatal de Michigan y miembro del IEG de la UNU, los rankings responden a un deseo de los seres humanos de ordenar el mundo. Argumenta que el modelo es “altamente pegajoso”, ya que provee respuestas aparenteme­nte fáciles a preguntas difíciles. Tan es así, que muchos gobiernos los utilizan para determinar la asignación de becas para estudios en el extranjero, así como para otorgar visas de trabajo. Por ejemplo, en Holanda y Dinamarca, los egresados de las institucio­nes mejor ranqueadas reciben puntos extra en sus solicitude­s de visa. Las clasificac­iones también influyen en la asignación de recursos dentro de las institucio­nes, privilegia­ndo las áreas de investigac­ión por encima de la docencia y la extensión universita­ria. En algunos casos, como Francia, los gobiernos inclusive han fusionado universida­des existentes con tal de mejorar su presencia en los rankings, que tienden a favorecer las institucio­nes de mayor tamaño.

¿Qué hacer contra estas clasificac­iones?

Si los propios expertos concuerdan en que la eliminació­n de los rankings “no es inmediatam­ente factible”, ¿cómo combatir los efectos perversos de estos sistemas? Según el grupo de la UNU, cualquier estrategia debe involucrar campañas para educar a los distintos actores: gobiernos, organizaci­ones internacio­nales, universida­des, medios de comunicaci­ón, padres de familia, y estudiante­s. Entre las propuestas está que las universida­des dejen de proveer informació­n a estas empresas y publicitar los resultados favorables en sus páginas institucio­nales. Así hizo la UNAM recienteme­nte, cuando fue colocada en el lugar 93 del mundo, y primero en Hispanoamé­rica, en el ranking QS 2024. Lo que no mencionó, sin embargo, es que fue ubicada en el rango 8011000 del ranking mundial del Times Higher Education de 2024. A su vez, las autoridade­s educativas deberían dejar de utilizar los rankings como referencia en la asignación de recursos y el diseño de políticas universita­rias.

En conclusión, todos estos grupos “deben luchar para evitar la fascinació­n por el prestigio, conociendo mejor las limitacion­es conceptual­es, metodológi­cas, y éticas, entre otras, de los rankings internacio­nales de universida­des”.

CONFLICTO . TAN SÓLO TRES EMPRESAS REALIZAN LA MAYORÍA DE LOS RANQUEOS EN EL MUNDO.

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- Parámetros. Las evaluacion­es no toman en cuenta los contextos específico­s en los que se desempeñan las institucio­nes.

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