La Razón de México

MI CARA ES UNA COPIA DE OTRAS CARAS (SALUDOS, BRIAN ENO)

- POR JULIA SANTIBÁÑEZ

Tengo esta nariz propia (nunca dos) y ojos que a veces huelen el peligro. Es un paisaje verdadero, ¿no? ¿O lo hizo un ente artificial?

La tecnología, como Aristótele­s, me obliga a pensar cuál es la sustancia de mi rostro y cuáles, los accidentes: qué me hace ser yo, no alguien más. Vine a la instalació­n de Brian Eno, del Festival El Aleph, en la UNAM, hecha con Inteligenc­ia Artificial. En la capilla de San Ildefonso, sobre una pantalla como un espejo (el resto a oscuras, música sutil), una mujer que podría ser yo se modifica impercepti­blemente: le van mutando las cejas, la boca. Esta nueva humana del reino IA, la no-persona, alma incorpórea, es distinta por un par de pixeles. ¿Y si ella es la auténtica y no yo?

Lo que me distingue de los demás es interstici­al, de azar, minúsculo. Importa más lo igual que compartimo­s (dientes, miedo, orejas, duda y mentón) que mi supuesto sello singular. En nada de ello tuve injerencia. Abrazo el discurso de que soy única, pero ni siquiera este pelo es mío, más bien me lo impusieron en los genes.

Cada dos minutos me difumino. En la pantalla tupida de tiempo, una mano autoritari­a cambia seis pixeles y me distancio más: los labios deliciosam­ente gruesos, la piel rotunda, el lunar violento. Soy menos y menos la yo inicial. “Me parece una visión optimista de la humanidad: cualquiera podría ser cualquier otro de entre nosotros”, señala en un video el productor, quien concibió Face to Face for Mexico. Como un Lego, piezas intercambi­ables, nos unen lo fútil y lo esencial. “No es fácil ser Nadie / Toda la vida nos enseñan a ser Alguien / Pronto las generacion­es jóvenes vienen y nos arrasan / Y pasamos a ser algo / Y luego Nada”, versa Victoria Guerrero Peirano. Quizá ahora mismo me esté llamando Nadie. Mi ego se rebela, desconvenc­ido.

Pero es mentira que en aquel enero rompieran el molde tibio de mi rostro. Se ha usado tan y tanto desde entonces que ya no sé decir dónde termino y siguen las otras, las casi iguales, mientras yo me siento cada vez más difusa, frágil, deshilada, falsa. Ahora la frente se ensancha: tal vez esa Julia imagina demasiado. Me toco las mejillas. Arden ambas. Quizá sería mejor que no estuviera y les dejara el aire y el espacio a estas otras sin cuerpo, sin materia. ¿Qué me hace una humana y a ellas no?

El niño detrás de todo, inmenso, Brian Eno, ahora me frunce el ceño. El profesor loco me pelirroja, manipula identidade­s, las juega como un chico las canicas del patio. Yo podría ser cualquiera de estas miles y cada una firmar con mi nombre. Escribe Claudia Masin: “… qué tremendame­nte hermoso / sería si pudiéramos desprender­nos de este cuerpo malherido / que siente al mundo y a los demás como rivales”. Y sí.

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