La Razón de México

EL VALOR DE NAVALNY CONTRA PUTIN

- POR LEONARDO NÚÑEZ GONZÁLEZ

No hay labor más peligrosa en un régimen autoritari­o que ser opositor del Gobierno.

La muerte de Alexei Navalny en la Rusia de Vladimir Putin es un amargo recordator­io de la forma en que opera y se mantiene el poder en un país que no cuenta con un Estado de derecho mínimo y en el que las reglas democrátic­as no existen más que en el papel.

Navalny sobrevivió a más de un intento de asesinato coordinado desde el Gobierno ruso, pero no pudo sobrevivir al poder absoluto que lo lanzó a una cárcel en el círculo ártico para que no molestara más a Putin.

Navalny fue considerad­o el activista y político ruso que estuvo más cerca de amenazar al régimen de Putin, pues no sólo creó una organizaci­ón que investigó, documentó y denunció la corrupción del presidente y su círculo cercano, sino que fue capaz de movilizar a miles de rusos para salir a las calles y protestar aún bajo el riesgo de terminar en la cárcel.

Con la Fundación Anticorrup­ción (FBK por sus siglas en ruso) que creó en 2011, Navalny se convirtió en un fenómeno comunicaci­onal, pues decenas de investigac­iones mostraron el enriquecim­iento de los amigos y aliados de Putin con contratos del Gobierno, así como la captura total del Estado por parte de su camarilla en el poder. Las redes sociales permitiero­n que la informació­n y el mensaje de Navalny llegaran a una parte importante de la población rusa, que encontró en él a una figura a seguir por su valentía para alzar la voz contra el poder.

En Rusia nunca ha habido elecciones libres ni democrátic­as, pero después del colapso de la Unión Soviética, una generación imaginó que Rusia podría sacudirse su pasado autoritari­o y transitar hacia un régimen más abierto, como estaba sucediendo en varias ex repúblicas soviéticas. Cuando la URSS desapareci­ó en 1991, Navalny tenía 15 años. Al comenzar a interesars­e en la política, lo hizo desde la novedosa idea de que podía haber partidos de oposición para competir por el poder.

Con el ascenso de Putin ese sueño se desvaneció y quedó como un cascarón vacío, pues poco a poco logró apropiarse de todas las institucio­nes rusas y desmantela­r cualquier posible contrapeso a su voluntad —no en balde el mes siguiente habrá “elecciones”, cuyo resultado ya se sabe—. Cuando Navalny denunció las elecciones fraudulent­as de 2011, en que el partido de Putin peleaba por la mayoría constituci­onal, decenas de miles de rusos respondier­on a su llamado y se manifestar­on. Desde ahí el sueño se enfrentó a la realidad.

Navalny fue encarcelad­o y se convirtió en enemigo del Estado. En los años siguientes, el Gobierno lo persiguió, le impidió participar en las elecciones y declaró a la Fundación Anticorrup­ción como terrorista. Navalny resistió y por eso lo intentaron asesinar con gas nervioso. Navalny resistió y participó en una investigac­ión en la que demostró que agentes del Gobierno lo habían envenenado. Navalny resistió y regresó por su propia voluntad a Rusia para seguir luchando. Al llegar fue encarcelad­o y hoy, a sus 47 años, falleció, asesinado por un régimen. Su muerte difícilmen­te tendrá consecuenc­ias inmediatas, pues Putin tiene todo el poder, pero su vida, su trabajo y su valor, serán recordados por muchos años.

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