La Prensa de Coahuila

La casa de las mil muñecas

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Este museo nació con las muñecas que le regalaba la abuela a su pequeña nieta, Rosana Dufour, quien años después, durante la adolescenc­ia, recibió el último obsequio que siempre le prometió: una casita que armaron a partir de las indicacion­es en inglés que venían en la envoltura.

Y así fue como se acumularon los juguetes en casa de Rosana, quien ya sospechaba —ahora lo dice con una sonrisa de satisfacci­ón — que las compras eran por el gusto particular de su abuela por las muñecas antiguas.

Hace poco más de tres meses, dice, hizo realidad su sueño y comenzó a formar el museo, al que bautizó como Casa de las mil muñecas, y durante ese lapso ya atesora anécdotas, como aquella donde una de las visitantes a esta casona, marcada con el número 420 de avenida Chapultepe­c, colonia Roma, le comentó a otra: “Pellízcame, pellízcame y dime que no estoy soñando”.

Rosana Dufour lo cuenta emocionada. Dice que las visitantes estaban en la sala Hadas y Duendes. “Yo estaba junto a ellas”, recuerda Rosana. “Es lo más bonito que le han dicho al museo”.

Con una carcajada rememora el día en que sus padres le compraron la primera muñeca. Rosana tenía 6 años de edad y ellos, frente al aparador, le dijeron que la escogiera. La entonces aquella niña las observó y detuvo la mirada en la que, pensó, nadie más iba a querer.

Y la muñeca que le atrajo representa a una niña de amplias ojeras oscuras y ojos que parecen hundirse en las cuencas. “Está huerfanita y no tiene dinero; pobrecita, nadie la va a querer”, pensó la pequeña Rosana.

Y ahora está ahí, tras una vitrina, donde la conserva; sobresale su aspecto esquelétic­o, único entre las demás.

La muñeca forma parte de lo que contiene esa casa, en cuya planta baja está la Sala Mexicana, con muñecas artesanale­s, y la tienda; mientras que en el primer piso, la Historia de la muñeca en el mundo.

“Y así, voy contando la historia de México a través de las muñecas”, explica Rosana Dufour, quien también colocó fotografía­s de mujeres poco conocidas, dice, “que cambiaron México”.

Aún faltan por ocupar el tercer piso, que será para exposicion­es temporales, y el quinto, para Fiestas de hadas.

Ahora estamos en el cuarto piso. “Es una experienci­a de hadas y duendes”, explica antes de entrar en este cuarto cuya puerta tiene un letrero: Había una vez un lugar donde los pájaros hablan, donde viven las hadas y los duendes, y todos los días aparece el arcoíris…

Es La Casa de los Hobbies, un lugar amplio, con luces y cascadas, pequeños muñecos por todas partes, incluso en troncos de árboles.

—¿Por qué lo hizo?

—Porque cuando mi hija y mi hijo eran chiquitos, jugábamos a las hadas y los duendes, y teníamos unas haditas y unos duendecito­s muy lindos.

—Usted tenía una colección de muñecos.

—Sí, yo tenía una colección grande, pues desde niña me empezaron a regalar muñecas y cosas, pero después, cuando la gente se enteró, me fueron regalando coleccione­s completas. —Son muchas muñecas. —Muchísimas muñecas. Es una combinació­n de todo lo que personas muy lindas y muy generosas me han dado y lo que yo tenía.

—Y también le regalaban a su hermana.

—Sí, y cada año la abuela nos decía: “Este año les voy a regalar algo; qué prefieren, el comedor o la sala, y entonces decíamos el comedor, entonces nos compraba el comedorcit­o; todavía no teníamos la casita, ni nunca la tuvimos de niñas, pero jugábamos con las cositas que nos daba.

—¿Y qué pasó con la casita? —Y cuando era adolescent­e, por fin la abuela compró la casita. Consiguió una casa americana muy grande; venía absolutame­nte desarmada, eran puros palitos. Entonces me dijo: “Ayúdame a armarla”. Y ya la armamos juntas y a partir de ahí me dio el gusto por las miniaturas.

—Dice usted que le regalaba muñecas antiguas.

—Claro, sí; yo creo que le daba pena comprársel­as y me regalaba a mí; también los jueguitos de té antiguo y cosas así.

—En las paredes también hay fotos de principios del siglo pasado, hasta los años setenta.

—Pues ya conozco varios anticuario­s. Entonces cuando alguno de ellos tienen fotos de niñas antiguas con muñecas me avisan: “Mira, tengo estas fotos, si te interesan”. Y las fui juntando para ponerlas en el museo. Porque se me hace un testigo importante de cómo jugaban las niñas.

—¿Qué tipo de gente los visita? Me decían que adolescent­es y adultos y los niños también, pero hay una atracción especial para los adultos.

—Sí, bueno, apenas llevamos abiertos tres meses, es poquito; en Semana Santa vino de todo público, pero así entre semana vienen muchas personas mayores, porque este museo, una de las cosas que hace es cómo que te despierta la nostalgia, ¿no?

Es La casa de las mil muñecas, donde la imaginació­n lleva a diversas épocas, incluidas la prehispáni­ca, pasando por la Colonia, hasta los tiempos actuales, con ese color rosa mexicano que hace poco se puso de moda y que Rosana usó para adornar el piso donde está la cafetería.

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