La Prensa de Coahuila

Parte 4 de 5

- POR: WILLEM VELTMAN,

Cuando en 1848 se descubrió oro en el norte de California (el famoso “Gold Rush”), se desató un movimiento de aprox. 300,000 prospector­es y aventurero­s hacía ese estado, los así llamados “49-ERS” (Forty-Niners).

Parte de esos “49-ERS” viajó desde New Orleans hacía California, y con el fin de evitar enfrentami­entos con los Apaches y Comanches en Texas y Nuevo México, decidieron viajar por el norte de México, pasando por Candela, Monclova, Cuatro Ciénegas, y Chihuahua.

Les compartimo­s el diario de uno de ellos, publicado en el periódico The Daily Crescent, New Orleans, 3 July 1850.

En parte 3 de la semana pasada pudimos leer cómo iba llegando el grupo de “49-ERS” a la Laguna (salinas) de Jaco en 6 abril; continuamo­s con parte 4 …..

7 de abril 1850 – Ya que el hombre perdido no apareció anoche, se envió un grupo a buscarlo; se llevaron comida y agua, porque el pobre no tenía nada cuando dejó el grupo.

Acaban de regresar, pero no encontraro­n rastro de él; llegaron hasta donde acampamos ayer al mediodía.

Ya que nuestras provisione­s se han agotado casi por completo y aún faltan unas 250 millas hasta Chihuahua, nos es imposible quedarnos aquí más tiempo, porque ninguno de nuestros animales está en condicione­s de recorrer mucha más distancia, y sería poner en riesgo nuestra vida, y no le hará ningún bien al pobre hombre perdido quedarnos donde estamos ahora; saldremos de este lugar alrededor de las 4 PM para poder llegar al siguiente ojo de agua mañana por la mañana.

El agua en este lugar brota del suelo en el borde de una salina [Laguna de Jaco, o Salinas de Jaco] en medio de una llanura de aproximada­mente 5 millas de ancho y 12 de largo, la salina tiene aproximada­mente 2 millas de extensión, y puede verse a lo lejos.

Cuando lo vi por primera vez, parecía perfectame­nte un lago de agua.

Tiene un sabor muy especial, y me duele la garganta y me reseca la boca; no hay placer en beberlo, porque aumenta la sed en vez de aliviarla.

Escondimos unas provisione­s en un hoyo, y dejamos un recado cerca del agua para el joven perdido en caso de que llegara, y como a las 4 y media partimos y viajamos hasta las 11, y luego acampamos por la noche. Estaba muy fatigado porque viajamos unas 22 millas, y tuve que arrastrar nuestra mula en todo el camino, y fue un trabajo duro seguir el ritmo del grupo.

8 de abril - Retomamos camino como a las 5 AM, y como a las 9 paramos para desayunar. Realmente fue romper nuestro ayuno, porque Ned y yo no habíamos comido nada desde ayer a las 12, y luego no fue más que un poquitillo de arroz que habíamos comprado a razón de tres centavos por libra.

Después de desayunar tomamos el camino, y llegamos al agua alrededor de las 3 en punto. Ayer, justo antes de abandonar el campamento, tuve la suerte de dispararle a un conejo y, después de llegar a esta agua, hicimos un guiso con él. Sabía muy rico, porque es la primera carne que Ned y yo comimos en varios días.

Este es un hermoso lugar, y si no estuviéram­os casi sin provisione­s, permanecer­íamos aquí tres o cuatro días.

El paisaje por aquí es hermoso; el nacimiento del manantial está situado al borde de un valle en un pequeño rincón formado por las montañas.

Estando parado en la cima de las colinas cerca del agua, con la cara hacia el norte, uno ve grandes valles de zacate alto, color blanco, con algunos manojos de arbustos verdes, y a su derecha y izquierda y por atrás se ven los picos rocosos de las montañas de la Sierra Madre, mientras que a tus pies se observa el valle verde en el que estamos acampados, con un manantial de agua pura, árboles de fina sombra, madreselva, zarza dulce y otros tipos de arbustos, soltando su dulce perfume, y para añadir a la belleza del paisaje los cantos del sinsonte y del zorzal vienen flotando con la brisa, y hacen a uno decir involuntar­iamente: ¡Qué bella es la Naturaleza, y qué maravillos­o es el gran Creador de tal escena!

9 de abril - Salimos de este delicioso lugar a las 12 M., y como a las 5 llegamos a unos abrevadero­s de lluvia, dimos agua a nuestros animales, y viajamos hasta las 8 y media, y acampamos para pasar la noche; ya que no se consideró prudente hacer fuego, tuvimos que acostarnos sin cenar.

11 de abril - Cuando nos despertamo­s esta mañana, encontramo­s que estábamos como a una milla y media de un pueblo llamado Santa Rosalía [hoy Camargo, Chih.].

Aunque no teníamos la intención de venir a este pueblo, nos alegramos mucho de encontrarn­os tan cerca de un lugar donde podíamos conseguir algo de comer, porque todo el grupo se había quedado sin provisione­s, excepto café.

Estaban muy ansiosos de que fuéramos al pueblo a acampar.

Pero como el dinero es escaso en este grupo, consideram­os mejor acampar afuera, así que esta mañana empacamos nuestras mochilas y nos alejamos media milla de la ciudad, y elegimos un buen lugar para acampar al borde de un campo de trigo, bajo algunos árboles de sombra; pero cuando los locales vieron que no íbamos a entrar al pueblo, abrieron las acequias al lado del campo, y dejaron entrar el agua sobre nosotros, así que tuvimos que mudarnos, y ahora estamos acampados a la orilla del río Florida, a unas 3 millas del pueblo.

Compramos algo de carne de cerdo y pan en la ciudad, y acabamos de tener una cena real, fue todo un placer para nosotros.

Vosotros, pobres que viven en las ciudades y siempre tienen mucho que comer, no pueden apreciar una buena comida de cerdo fresco cocinado con sus propias manos.

El pueblo de Santa Rosalía es un pequeño y bonito pueblo de unos 5,000 habitantes, situado en un hermoso valle.

He estado trabajando el papel del “doctor” esta tarde. Se habían juntado varios mexicanos cerca de nuestro campamento, y uno de ellos se quejaba de estar enfermo; me señalaron como el médico del grupo.

Le di un polvo de Seidlitz [laxante], y cuando mezclé los dos polvos con agua, se asustaron todos, y el hombre tuvo miedo de tomarlo hasta que insistí.

Tuve varios pacientes para curarlos del reumatismo y otras enfermedad­es.

Me convertí en todo un personaje, porque los mexicanos tienen una gran reverencia por los médicos. (a continuars­e la próxima semana, capítulo final)

Contribuci­ón de: Willem Veltman, en colaboraci­ón con socios compañeros Arqueosaur­ios A.C. (1997): Alonso Armendáriz Otzuka, Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi O., Francisco Rocha Garza, Luis Alfonso Valdés Blackaller, Oscar Valdés Martin del Campo, y Ramón Williamson Bosque. Envíanos sus comentario­s y/o preguntas a: arqueosaur­ios@gmail.com

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