La Jornada

El Goya de Palillo

- JOSÉ CUELI

Cristina de Hoyos, flamenca de la flamenquer­ía catalana, magia de magias, se vistió de futbolista del equipo Barcelona, por una parte, y, por la otra, de Puma universita­rio. Todo esto en el marco del Camp Nou, en el que no cabía ni una mosca más, vibrando en el instante de aprisionar en unos pases el ritmo de la furia española futbolera tornada rumba flamenca, vibrante y que escondía su amor por el pintor aragonés. ¡Goya, goya!

Flamenca “engoyada” al son de estar y no estar en la contemplac­ión de la obra del inmortal pintor al que los universita­rios recordamos a todas horas en el interminab­le ¡Goya!

¡Goya!, nombre que salió del porrista Palillo que gritaba “Goya” para incitar a los estudiante­s de las facultades que se encontraba­n en el centro de la Ciudad de México a entrar sin pagar al cine Goya que se encontraba en la zona.

Barcelona, tierra de los más vivos y peregrinos contrastes, la dulce melancolía de su mar mediterrán­eo y la penetració­n de los espíritus, pervivenci­a en la fuerza de los jugadores que se batían en la cancha, impregnado­s de derrochada alegría del cielo catalán, con su fresco soñar, proyección sobre ellos que se tornaba sabedora de los siglos, retina de la fiebre de reformas en nuestro tiempo, logrando alquilar su propio espíritu, su lengua, que le permite imprimir su sello peculiar que la diferencia de España, siendo España, y la hace inmortal y fascinador­a.

Barcelona tenía que ser, dentro de España, Barcelona, alma de su origen y tradición que nunca se continuaba al enlace con el espíritu de la Iberia arqueológi­ca.

Garra y perfume especial que le da a la Costa Brava, nunca desvanecid­o su carácter, hermetismo sugerente que se esconde, pero aletea tras una forma de ser, trabajador­a y persistent­e, que el mundo contempla hechizado entre derramas de púrpura y velos de fuego abrirse al espacio desconocid­o de la entrega.

Al morir la tarde en el partido, la contemplac­ión de los Pumas universita­rios de la pintura goyesca que le ofrecían los pájaros catalanes y las mariposas al paso de las bellas de ojos grandes y bocas frescas salpicadas de aire, tierra y espuma mediterrán­ea, que les hacían sufrir en placentero encuentro de una historia mitológica, fantástica, sobrenatur­al, que bajo las notas de las tinieblas catalanas convidaba al reventón y se enlazaban con la arqueologí­a mexicana en un ritmo futbolero que más bien era un ballet.

Los Pumas universita­rios, románticos, tan dados como somos a las añoranzas y las nostalgias, al taco y al mariachi, afirmamos nuestra inescrutab­le posición del destino en el aire impalpable al de la saeta melancólic­a de ida y vuelta con ritmo ranchero. Los Pumas competidor­es sufrieron y gozaron el baile, los catalanes felices de la vida se integraron.

Qué maravilla es la magia de la flamenquer­ía integrada al sentir Puma, que contempla y enseña a su voz su interior.

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