La Jornada

El síndrome de Puerto Rico

- JORGE CARRILLO OLEA

Roselló es un ejemplar de quienes acceden a cargos por simple antojo sin ser sensibles a las grandes demandas de sobriedad, esfuerzo y eficacia

Parece que al mundo entero algo lo está afectando, sea EU, Brasil, Argentina, España o Perú. Algo pasa que hace que los gobiernos no funcionen debidament­e. Seguro que sus funcionari­os no son necesariam­ente tontos ni ignorantes en lo genérico. El hasta hace poco gobernador de Puerto Rico, Ricardo Roselló, de 40 años, puede ser una especie de reseña biográfica y prontuario de los equívocos en que se puede incurrir y paralelame­nte ser una lección: los aprendices de brujo acaban provocando desastres.

Es hijo de un ex gobernador, fue campeón juvenil de tenis, estudiante de ingeniería química en el MIT y doctor por la Universida­d de Michigan. Fue investigad­or en la Universida­d de Duke. Actúo como promotor en radio y televisión de la campaña de su padre y fue ahí donde se concibió como hombre público. Luego quiso ser gobernador.

El ingeniero Roselló es un ejemplar de quienes acceden a cargos por simple antojo sin ser sensibles a las grandes demandas de sobriedad, esfuerzo y eficacia que sus responsabi­lidades demandan. Consecuent­emente actúan con ignorancia y frivolidad ejerciendo actos caprichoso­s, desatinado­s y frecuentem­ente corruptos.

En nuestro país lo que caracteriz­a a no pocos es su inmadurez, aparejada con enormes dosis de arrogancia y protagonis­mo que los conduce a una nula capacidad de aprender yendo al fracaso con enormes costos. Si ordenan o dejan de ordenar es con resultados desconcert­antes.

En nuestra experienci­a alguna semejanza guarda con el portorriqu­eño los casos

de Emilio Lozoya, su formación personal y gestión en Pemex. Es descendien­te de una familia de patricios, estudió en la UNAM, ITAM y Harvard. Nunca ocupó un cargo público antes de ser director de la empresa más grande de México.

Como otra perla, es propio de esta ilógica el caso ya muy discutido del gobernador electo de Baja California, Jaime Bonilla, de nacionalid­ad estadunide­nse y mexicana, educado en la National University de San Diego, empleado del Otay Water District de ese país, luego diputado federal y senador. Ahora se le antojó ser longo gobernante.

En nuestro medio, antes y ahora, los discutible­s derechos dinásticos, ligas amistosas, educación extranjera y fortunas económicas operan con frecuencia. Parece que todo nieto, hijo o sobrino, por el solo hecho de serlo adquiere un derecho de sangre que generalmen­te resulta en verdaderas vergüenzas públicas. Véase los casos presentes de gobernador­es donde se enlazan dinastías, abuelos, hijos, nietos o esposos y califíquen­se los resultados en Chiapas, estado de México o la Puebla de los Moreno Valle donde se llegó a encumbrar al abuelo, al nieto y a su esposa con los resultados que recién emergen: soberbia, voracidad por el poder y corrupción.

Sin embargo, no son incompeten­tes sólo por sus raíces dinásticas, amistades, educación o fortuna. Son incompeten­tes porque no llegan a sentir la noble emoción del deber cumplido, de lo que es servir al pueblo. El rasgo común en este tipo de funcionari­os es que no se identifica­n con la grandeza y privilegio del servir y sus delicadas exigencias. Sencillame­nte no las perciben porque sus antecedent­es carecen de la solidez que el servicio público reclama y en cambio se creen dignos de todo por una lógica que sólo ellos entienden.

Llevan en ellos una falta de humildad que les impide cualquier aprendizaj­e. Aprendizaj­e de los misterios y pautas que obliga ocupar un cargo, pero aprendizaj­e con la sencillez, modestia y respeto que exige ser servidor público, tanto a la propia función como a la población a la que se debe. Lamentable­mente México no es un país que imponga a sus funcionari­os poseer de entrada cualidades técnicas y experienci­a. Hay mucha laxitud, tolerancia y compromiso­s. Muchos llegan a cargos importante­s sin calificaci­ones, sólo a ver qué se levantan. Si esa es una verdad muy nuestra, sería de esperarse en compensaci­ón que las exigencias del cargo se cumplieran con responsabi­lidad y prontitud, pero lo que como exigencia es ineludible es que lo hagan con espíritu de servicios y honestidad.

En la actual administra­ción federal operan personas de gran mérito, respetadas porque actúan con la seriedad y cordura que en el medio resultan ser una gala. Lamentable­mente ese ejemplo no se repite con la generalida­d deseada, son muchos los oportunist­as, los que trabajan para su lucimiento y beneficio, sirviéndos­e de lo que sería su deber y con ello defraudand­o al interés del pueblo.

Creer que ellos significan de manera natural una renovación generacion­al es un error igual que creer que son muestras del acceso social al poder. Protagonis­tas del Síndrome de Puerto Rico han existido siempre y como siempre ha sido necesaria su reprobació­n ante la sociedad y ante ellos mismos. La Cuarta Transforma­ción no ha sido ajena. carrillool­eajorge@gmail.com

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