La Jornada

La música del corazón

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Tlalpan y Canal de Miramontes, colonia Country Club).

La historia es fascinante: Irina forma parte de una familia de músicos siberianos. Cuando tenía siete años de edad, parada frente a la ventana y enseguida sentada frente al piano, compuso su primera obra musical, una polka. Cada vez que la niña hacía eso, durante los siguientes cuatro años, su padre tomaba apuntes de todas las obras que componía la pequeña.

Años más tarde, juntos, selecciona­ron de entre el papel pautado, ya amarillo por el transcurso del tiempo, 48 de entre el titipuchal (si está leyendo esto, maestra Irina, titipuchal significa muchísimas, y ya en confianza, entre los académicos: un chingo: así es el español de México, como puede usted observar a diario) de lo que compuso la niña en su infancia, en Siberia.

Siberia, a través del alma

Mónica Mateos representó, como acostumbra, las escenas de manera tan bonita que se me mojaron los ojos cuando reprodujo el diálogo de aquel entonces entre padre e hija:

–Eres compositor­a –dijo el orgulloso padre a su niña.

–Pero, papá, yo no quiero ser compositor­a, prefiero ser pianista.

Ese diálogo resonó en mi mente: otra niña, escritora, alimentado­s sus hermosos ojos en su infancia por el paisaje de Veracruz, me dijo con claridad asombrosa, en un diálogo así: –Eres escritora.

–Yo prefiero cuidar los textos de los demás.

La maestra Irina Shishkina es profesora de piano y música de cámara en la Escuela Superior de Música. ‘‘Si no tuviera los manuscrito­s que lucen viejos no se podría creer que la música la hizo una niña, o quizá sí. Espero que el público lo perciba y sobre todo, que guste a los niños. Aquí encontrará­n no sólo lo que es capaz de hacer una niña, sino a Siberia, mi tierra natal, a través de mi alma”.

Mi alma.

Suena el track 19: un vals. La obra se llama Cajita de música y hace llorar de tan hermosa.

De entre el centenar de ocasiones en que he repetido la escucha de esta obra, varias veces puse a sonar, unísona, mi cajita musical Mozart con la cajita musical del piano de Irina, y el resultado es como esos juegos de infancia: esos prismas, tubos de colores vivos, donde uno pone el ojo y sale como bala en mil pedazos la mirada, fascinada: dentro, se mueven las constelaci­ones.

Eso, las constelaci­ones. ‘‘Parajes cálidos y brillantes aun en medio de un invierno crudo. Noches donde el universo se puede acariciar con los dedos”, escribió Mónica Mateos en la edición de ayer, fascinada con la música y los relatos de la maestra Irina.

‘‘El sabor del nacimiento de los primeros brotes de primavera”, recuerda la niña Irina y en mi mente resuenan las palabras de la otra niña, la que eligió cuidar los textos de los demás para ejercer su oficio de escritora: el olor, los olores, el brotar de la primavera, su estación favorita, y el verano también.

La música de la memoria. Marcel Proust y su té y su magdalena, la verdad, no es sino una pequeña metáfora frente al poder de esa niña de Veracruz para aprehender, plena de asombro y placer, el mundo a través de sus olores, de maneras inimaginad­as para quienes no pudieran comprender, porque no tienen la capacidad de oler en bloques, que el olor del zorrillo, por ejemplo, está compuesto de olor a manzanas, hierbas y todo aquello de lo que se alimenta, y lo mismo le sucede con el olor de un basurero, otra manera que tiene esa poderosa niña de convertir lo negativo en energía positiva. El amor es la respuesta. La memoria es un cristal que nunca es frágil. Es un prisma, de esos con los que jugábamos cuando niños, en Veracruz, en Siberia. Doquier.

La música es memoria, lo dice hasta El Memorioso Perogrullo, Funes El Memorioso y su creador, Borges, capaz de ver el Aleph a pesar de ser ciego. Y llorar de emoción.

Uno llora de emoción cuando suena Cajita de música, del disco Cristal de recuerdos que hoy recomendam­os.

Todas las 48 obras reunidas en este disco son pequeñas grandes joyas. Duran poco, como la vida. La más corta, 39 segundos, la más larga 3 minutos 40 segundos.

Al principio pensé en Weber, en sus miniaturas, esa joyas pulidas a mano. Pero no: la mente elaborada del compositor austriaco es física cuántica frente a la matemática pura de las obras de la maestra Irina Shishkina: plenas de alegría, ternura, inocencia, frescura. Valses, polkas, música de pueblo, el espíritu siberiano en movimiento, mucho Fréderic Chopin, algunas, las últimas del disco, obras impresioni­stas.

Impresiona­nte, el flujo de imágenes que brotan, como los primeros fulgores de la primavera, cuando suena la Cajita de música de la niña Irina.

No me he olvidado de usted en ningún momento, querida lectora, amable lector: imaginen, imaginemos.

Hagamos sonar el corazón.

PABLO ESPINOSA

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