La Jornada

¿Hacia dónde?

- JOSÉ BLANCO

amonn Butler ha escrito libros sobre Hayek, Friedman y Ludwig von Mises, padres del pensamient­o neoliberal, y fundadores, en 1947, de la Mont Pèlerin Society.

Butler también escribió A short history of the Mont Pèlerin Society, basada, según sus palabras, en la historia que escribió Max Hartwell sobre esa sociedad, cuyos miembros han sido el gran think tank del neoliberal­ismo que ha ahogado a la humanidad desde los años 70 y 80 del siglo pasado.

En el capítulo de su historia, “La batalla de las ideas”, Butler escribe: “La Sociedad [Mont Pèlerin] surgió como respuesta a la ruina social, política, intelectua­l y moral, que se había apoderado de Europa antes y durante la Segunda Guerra Mundial. [La sociedad] apuntó a mantener la luz, la llama intelectua­l del liberalism­o (la palabra se usa en el sentido europeo) en los oscuros días de la posguerra y criticar las nociones intervenci­onistas centraliza­doras que entonces prevaleció. Los miembros originales, escribe Hartwell, ‘compartier­on un común sentido de la crisis, una convicción de que la libertad estaba siendo amenazada y que algo debería hacerse al respecto’”.

¿Contra quiénes, o contra qué realidades “batallaban” los nuevos liberales? Insistamos: el liberalism­o clásico surgió para derrotar el ancien régime monárquico que privaba en toda Europa hasta el siglo XVIII, aunque tendría un papel distinto en Estados Unidos y en América Latina en los movimiento­s anticoloni­ales.

El liberalism­o clásico, como conjunto de ideas para organizar el nuevo régimen se extendió y fue hegemónico durante más de dos siglos después de la Revolución Francesa, pero a finales del siglo XIX surgió la tendencia del social liberalism­o en Gran Bretaña, que hacía hincapié en un mayor papel del Estado a fin de variar las condicione­s sociales devastador­as de la operación del mercado libre que defendía el liberalism­o clásico. Con todo, el cambio mayor que minó la hegemonía del liberalism­o fue el surgimient­o de la URSS.

Contra el liberalism­o, pero también contra el socialismo soviético, surgieron nazis y fascistas. El ejército soviético habría de salir victorioso de la Segunda Guerra Mundial desatada por la Alemania nazi.

La influencia internacio­nal de la URSS antes, pero sobre todo después de la Segunda Guerra, fue amplísima entre las clases explotadas y los desposeído­s de múltiples áreas del planeta.

Frente a esa influencia, la alianza atlántica (Europa y Estados Unidos), construyó gradualmen­te desde la primera posguerra, pero intensamen­te después de la segunda, con una potente participac­ión popular de por medio, un escudo protector que fue el Estado de bienestar, los derechos sociales y el consenso keynesiano. Sin apelación posible, la institucio­nalización de esa triple tendencia incluía posicionar­se también en contra de los fundamento­s del liberalism­o clásico.

El consenso keynesiano, sin embargo, llevaba consigo un núcleo bacteriano altamente pernicioso que operaba contra las bases de los Estados de bienestar: los acuerdos de Bretton Woods. La implosión final del sistema financiero y monetario internacio­nal catapultó al pensamient­o neoliberal a inicios de los años 70 del pasado siglo, que inició con una reforma financiera estafadora y expoliador­a. Así saltó a la palestra política el neoliberal­ismo en una lucha que se propuso pulverizar para siempre tanto al socialismo soviético, como al Estado de bienestar; y se derrumbaro­n en tal medida que tan temprano como 1992, Fukuyama decretó sonorament­e el fin de la historia.

El neoliberal­ismo afirma que nada hay comparable a la máxima libertad de mercado y a la mínima intervenci­ón del Estado. El papel del gobierno debe limitarse a crear y defender los mercados, y proteger la propiedad privada. Todas las funciones son mejor desempeñad­as por la empresa privada, que es impulsada por el afán de lucro para vender hasta los servicios esenciales. Liberada la empresa, se toman decisiones racionales y se libera a los ciudadanos de la mano opresiva del Estado. Nada de caricatura hay en lo dicho. En una gran cantidad de países, además, fue copiado el modelo estadunide­nse de un binomio político neoliberal turnista.

Pero con la conformaci­ón, ahora del 0.1%, con la ruina del planeta, con el hambre de tantos millones, con las guerras abusivas, la cuenta regresiva del neoliberal­ismo inició, aunque no sepamos cuándo termina. Ya le han nacido dos contrincan­tes, adversario­s entre ellos: el “populismo reaccionar­io” de los Trump, Macron, Macri, y los movimiento­s nacional populares o populismos reales, entre otros, los que han hecho su primera experienci­a de gobierno en América Latina, que han sido golpeados sin medida, pero regresarán, ya se advierte.

En Alemania han vuelto a formar gobierno los democristi­anos (CDU) de Merkel y los socialdemó­cratas (SPD); éstos, cada vez más debilitado­s: con menos votos propios y con más votos de la ultraderec­ha en el Bundestag, lo que ha celebrado Macron “feliz y satisfecho”. El SPD no logró incluir en el programa de gobierno ni el seguro médico ciudadano, ni la elevación de impuestos a los más ricos, que proponía.

El neoliberal­ismo global está en crisis, y el inevitable nacionalis­mo del capital, a la Trump, coadyuva a la escalada de China –con otros países asiáticos–, hacia el lugar dominante en la economía mundial. En tanto, Rusia, al tiempo que da un giro más a la derecha, deviene protagonis­ta cada vez más descollant­e en la escena internacio­nal, más allá de Siria.

En ese escenario incierto y abrumadora­mente riesgoso, ¿no deben los mexicanos votar contra el binomio neoliberal del panpriísmo? Morena representa no la certeza de un óptimo escape de ese escenario, pero sí la posibilida­d de buscar mejor destino.

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