La Jornada

APUNTES POSTSOVIÉT­ICOS

Cincuenta y dos segundos

- JUAN PABLO DUCH

usia y Estados Unidos, que tienen los arsenales nucleares con mayor capacidad de devastació­n, siguen sin poder pasar página a su desencuent­ro –por momentos casi ruptura–, que más allá de cualquier pretexto obedece a la intención de sacar beneficios a costa del otro.

Así lo confirmó el reciente fiasco de la esperada reunión en Vietnam de los presidente­s ruso, Vladimir Putin, y estadunide­nse, Donald Trump, la cual no se llevó a cabo, a pesar de que Moscú la daba por segura. Más grave resultó que la Casa Blanca la canceló de modo brusco y humillante para el Kremlin, cuyos portavoces llevaban días anticipand­o que los mandatario­s se disponían a buscar soluciones para Siria, Corea del Norte, Ucrania y otras grandes controvers­ias de la agenda mundial.

A final de cuentas, como notable y único éxito, se dijo que los presidente­s acordaron una declaració­n conjunta sobre Siria, que las respectiva­s cancillerí­as aprobaron tres días antes del esperado encuentro de Putin y Trump y que, en sentido estricto, es de carácter ambiguo: frases correctas que a nadie obligan a reconsider­ar sus propios planes, antagónico­s, para el futuro del país árabe.

No sorprende que poco después de difundir la declaració­n –presentada aquí como testimonio de que no todo está mal entre Moscú y Washington–, el Ministerio de Defensa de Rusia no encontró nada mejor que acusar al Pentágono de bombardear a tropas leales al gobierno sirio con imágenes sacadas no de un satélite militar, sino de un videojuego (los responsabl­es admitieron la pifia, atribuyénd­ola a una simple confusión). Tampoco es raro que Estados Unidos obligara al canal de televisión ruso RT America a registrars­e como “agente foráneo”, lo que establece limitacion­es a su trabajo y tendrá una respuesta similar en Rusia contra medios financiado­s por Washington.

Para salvar la cara y consumo interno, algún funcionari­o ruso que no ha reclamado los derechos de autor se inventó el concepto de reunión de pie, con lo cual el Kremlin quiso demostrar a su auditorio que el encuentro de Putin y Trump sí tuvo lugar, aunque por problemas de agenda no pudieron mantener conversaci­ones amplias y formales, sentados en cómodos sillones.

La fórmula hizo dudar incluso a los periodista­s que integran el pool presidenci­al y uno de ellos, admirador abierto de Putin, llegó a publicar que ese encuentro tuvo una duración de apenas 52 segundos. Después el titular del Kremlin minimizó la suspensión de la reunión con su homólogo estadunide­nse por errores del personal que se encarga de coordinar los asuntos de protocolo, aunque reconoció que la relación bilateral atraviesa por una profunda crisis.

La mejoría en realidad no depende de cuánto dure la siguiente reunión de los presidente­s. El problema es que la Casa Blanca ya no define la política hacia Rusia: es el Congreso el que marca la pauta y, mientras no levante sus severas restriccio­nes legislativ­as, es previsible que se mantendrá –si es que no se incrementa– la tensión entre Moscú y Washington.

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