La Jornada

BREVE HISTORIA DE RECONSTRUC­CIÓN

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Voy a contar una pequeña historia de la vida real, de cómo y cuándo conocí al venerable maestro Cashwart. Todo empezó hace 15 años, cuando iniciaba la construcci­ón de mi casa en Tepoztlán.

Con los primeros rayos del amanecer, en una de mis cotidianas caminatas matutinas por la veredas del campo, de pronto me encontré con un enorme Casahaute (un hermoso árbol endémico de la región), que se había caído y estaba completame­nte acostado, con sus raíces dramáticam­ente fuera de la tierra. Al otro día, en la madrugada, al pasar junto a él, me di cuenta que le habían cortado todas sus ramas y estaba totalmente quemado y carbonizad­o. Era la imagen viva de la desgracia: caído, mutilado y quemado. Esa noche soñé con él. Los días siguientes, como era la ruta del inicio de mis caminatas, siempre pasaba junto a su cadáver. Pasaron varios meses y una mañana observé un pequeñísim­o brote verde en su tronco. No lo podía creer y mi corazón latió emocionado. Desde ese momento, visitarlo se volvió parte importante de mis caminatas, observando los pequeños brotes verdes que, poco a poco, se iban multiplica­ndo entre su cuerpo quemado. Hoy, 15 años después, sigue allí, como un inmenso Buda acostado, pleno de sabiduría y vida, con enormes y poderosas ramas verdes llenas de hojas, que en su momento se llenan de flores, como sonrisas blancas, con que agradece la vida que corre por sus venas.

Desde entonces, para mí, es el venerable maestro Cashwart, y siempre que paso junto a él, lo saludo con mis manos juntas y una inclinació­n reverente, en señal de respeto, y en silencio, escucho, la sutil enseñanza de vida de sus hermosas flores blancas.

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