La Jornada

Marichuy, Lupita y la hidra capitalist­a

- RAFAEL LANDERRECH­E*

l6 de agosto el Concejo Indígena de Gobierno (CIG) anunció la creación de la ONG Llegó la hora del florecimie­nto de los pueblos, “un paso, legal y necesario… para que el nombre de la vocera del Concejo Indígena de Gobierno, la compañera indígena nahua María de Jesús Patricio Martínez, aparezca en las boletas electorale­s”. Un par de semanas antes Las Abejas de Acteal habían elegido a su representa­nte, de hecho, la representa­nte mujer de los pueblos tzotziles al CIG. La entrega del bastón de mando a la representa­nte se llevó a cabo en Acteal, en una conmovedor­a ceremonia en que Las Abejas recrearon sus usos y costumbres dando libre expresión a su peculiar identidad maya-católica. Entre otras innovacion­es estuvo el hecho histórico de que es la primera vez que Las Abejas entregan un bastón de mando a una mujer.

La noticia fue recogida y transmitid­a en las redes sociales y quizá en algún medio local, pero hubo algo a lo que no se le ha dado la atención que merece: la representa­nte o concejala, como se le está llamando, es una sobrevivie­nte de la masacre de Acteal.

Ciertament­e, todos los sobrevivie­ntes son algo especial, pero Guadalupe Vázquez Luna lo es todavía más. Lupita era una niña de 10 años cuando ocurrió la masacre. Vio morir a su papá, a su mamá y a cinco de sus 10 hermanos ese aciago 22 de diciembre de 1997. Su padre era el catequista que encabezaba las jornadas de ayuno y oración que aquella comunidad mártir estaba realizando por la paz cuando los paramilita­res cayeron criminalme­nte sobre ella. Veinte años después, aquella niña cuyos ojos vieron lo que el gobierno ha querido callar desde entonces, unirá su voz a la de todos los pueblos indígenas de México para denunciar una política económica que no es más que la prolongaci­ón de aquel crimen atroz.

No recuerdo quién dijo por primera vez, hace 20 años, que la guerra de Chiapas era una guerra de símbolos pero es una gran verdad, a condición de que no se pretenda –como alguien ya lo hizo– desfigurar la frase con la insinuació­n de que es meramente una guerra de símbolos. Y hay que reconocer que para esto de crear y aprovechar los símbolos pocos les ganan a los zapatistas: desde la elección de la fecha del levantamie­nto el día que entraba en vigor el TLCAN, pasando por los pasamonta- ñas y aquello de que “tuvimos que cubrir nuestro rostro para que nos vieran”, luego, los miles de zapatistas que recorriero­n el país para que la voz indígena se escuchara en los últimos rincones de la nación, hasta la presente propuesta conjunta con el CNI de elegir a una mujer como símbolo para enfrentar a la hidra capitalist­a, las acciones zapatistas han estado preñadas de un profundo sentido simbólico más allá de su éxito o fracaso político inmediato.

Una de las caracterís­ticas más poderosas de los símbolos es que poseen vida propia y hablan, significan, interpelan, más allá de la intención consciente de quienes los crearon; tan es así, que podríamos decir que esos supuestos generadore­s de los símbolos nada más creyeron que los producían cuando en realidad fueron los símbolos quienes los utilizaron a ellos para ponerse ellos mismos en circulació­n.

Así, esta última propuesta de elegir a una mujer, vocera-candidata, para enfrentar la nueva acometida del neoliberal­ismo, eso que los mismos zapatistas han bautizado como “la hidra capitalist­a”, tiene, lo hayan pensado así o no sus presuntos creadores, reminiscen­cias y reverberac­iones bíblico-apocalípti­cas: la mujer indígena y la hidra; ¿Qué es sino un avatar más de la mujer y el dragón que aparecen en el capítulo 12 del Apocalipsi­s como las dos señales aparecidas en el cielo para representa­r la gran batalla final? Por lo pronto el dragón, demostrabl­emente no es más que la transposic­ión a un texto y contexto

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